Con miedo. Te lo decía en la última carta: te quiero con miedo. Las bayonetas apuntan contra mi pecho. Tirito. El amor no es esa golosina que quisieron hacerme comer a los veinte años: el amor es esta torpeza que duele cada tanto… digamos que cada cuarenta y cinco minutos se me incrusta entre la cuarta y quinta costilla y no sé qué hacer. Me pongo de costado, bajo la escalera de los números (diez, nueve, ocho…) o me tiro de espalda en la cama y respiro dejando la mente en blanco y no cede.
Somos distintos: pájaro de ciudad y pájara campesina, pájaro con tenida de frac y pájara desnuda, agua mineral embotellada y agüita de pozo. Un señor con agenda y una mujer sin reloj. Por eso, entre otras cosas, te quiero con miedo.
Las otras cosas son ésas que yo junto en los cajones del velador para explicar los desajustes cuando la valentía me visita. De ahí extraigo canciones de Bill Fay cuando quiero llorar en lengua extranjera. Me saqué el luto a mordiscos para besarte, por eso mis colores son irregulares (tengo la muerte con ventanas en el cuerpo). La desolación de haber amado mal me hizo buscar tu boca como un trompo mal lanzado y hoy me empuja a besar a otro como se asiste a misa: por fe y también por si acaso…
Tú por allá y yo de este lado. La muralla, los ríos crecidos del duelo, calas desoladas que sobre los jarrones parecen brazos derrotados. Tú sintiendo quién sabe qué y yo amando quién sabe cómo, quemando el prontuario y mirando como leona asustada las escopetas. No quiero esta soledad de tienda por departamentos, ser la pintura de museo frente a la cual se debiera caer de rodillas y, sin embargo, pasamos por el lado hablando por teléfono o contando monedas para comprar un jugo de cuneta. No quiero el mundo en el que París se viste e ilumina. Mi mundo tiene quiltros que le ladran a las carretas, nalcas, gatos recogidos, tiene una araña de patas flojas y kikiriki en la mañana. De mi mundo, caen lanas como estalactitas y los libros sirven de barco y mesa para el café. Tengo también un cedrón en la ventana que me aroma la tarde.
Tú tienes reuniones, coches, semáforos, alarmas que a las seis de la mañana lloran como un bebé recién nacido. Tienes obligaciones para repartir por todas partes, como un Jesús multiplicador de panes y de vino. No pude hacer que cambiaras eso por este nido tibio, en el que dormimos abrazados como condenados absueltos. Me enlazo como una hiedra a un muro de ladrillos, lo convierto en un rincón de la ciudad que es pura Latinoamérica con pies descalzos. Te amo exactamente como la primera vez que te lo dije. Te amo y me duele. |