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Cap. 10 Intrigas…

Louis Saint-Claire se hallaba reunido con varios individuos en la casa donde residía desde su llegada a Inglaterra. Ninguno de los presentes parecía muy cómodo, y la razón para ello era lo que acababa de exponerles aquel hombre.

- Señores, somos los llamados a restaurar el orden natural de las cosas, somos el brazo ejecutor de los designios de Dios -- estaba diciendo en aquel momento, como final de su exposición

Los prelados, y algunos seglares reunidos allí, aunque estaban de acuerdo en la idea de fondo, diferían en la forma. Durante muchos años los católicos habían intentado borrar de escena a Isabel I, entre ellos el más interesado era Felipe II. Pero todas las tentativas habían fracasado estruendosamente, y muchos de ellos aún tenían presente que una cabeza real, la de María Estuardo, había rodado por aquello. Del mismo modo, estaban muy conscientes que estaban en Inglaterra y no en Francia o España, aquí las cosas eran diferentes, porque aunque había muchos ciudadanos ingleses que aún se consideraban bajo la tutela del Santo Padre, la mayoría había abrazado el anglicanismo, de modo que pensar en algo como la Noche de San Bartolomé, estaba completamente fuera de lugar.
Sin embargo, Louis Saint-Claire era un hombre persistente, terco y arrogante. Sabían perfectamente que ostentaba un poder enorme en España, pero estaban al otro lado del canal, de modo que éste se veía mermado en estas tierras. Y aunque él se conducía con la misma arrogancia donde quiera que estuviese, los presentes le tenían cierto aprecio a sus propias cabezas, y no todos estaban respaldados por las influencias y el peso de los apellidos de aquel individuo.

Louis era la típica representación del político corrupto y corruptor, a los ojos de futuras generaciones de representantes del clero, sería el ejemplo de lo que no debía hacerse. Este sujeto se había labrado una muy justificada fama de peligroso, que solo corría pareja con la fama que tenía de consumado conquistador. No era un secreto para nadie, que la cama del “honesto” cardenal, se veía visitada con excesiva frecuencia por importantes y poco virtuosas mujeres que no tenían ningún reparo en llevar muy lejos su “comunión” con Dios. Del mismo modo que había acumulado riquezas a nombre de testaferros, por supuesto, que podían competir con las más grandes fortunas de varios países. De modo que sus votos de castidad y pobreza, eran solo nominales.

Por todo lo anterior, los reunidos allí aquella noche, estaban en una difícil posición, porque negarse a participar de sus planes, implicaba ser sentencias por aquel loco peligroso, y participar en ellos, suponía un riesgo muy alto de perder igualmente sus cabezas si eran descubiertos. Lo que también pudieron notar los reunidos, fue que aparte de su cruzada en contra de Isabel I, tenía una personal en contra de su propio hermano, y se preguntaban la razón. Aunque algunos suponían que solo se trataba de injusta venganza, por ser el portador de los títulos que en cualquier caso él no habría podido poseer.


Entre tanto, para Phillipe Saint-Claire se habían complicado mucho las cosas. Se acercaba el momento de llevar a Anne-Marie a Londres, y aún no tenía quien se encargase del asunto. De modo que en una de las muchas veladas a las que había sido invitado, recurrió al consejo de su anfitriona, quien con enorme placer le recomendó a Lady Dearborn, que era una dama mayor y muy respetable, que se dedicaba desde hacía años a aquellos menesteres.

Phillipe siguió el consejo y se entrevistó con la dama en cuestión, quien estuvo encantada de tomar el encargo, y pautaron una visita a la propiedad de los Saint-Claire para conocer a su futura pupila. Anne-Marie se había emocionado mucho cuando su padre le dio la noticia, y las preocupaciones que habían venido quitándole el sueño desaparecieron.

Sin embargo, el día que Lady Dearborn debía venir a la casa, surgió otro problema. Cecile había pasado la noche con fiebre alta y dificultad para respirar, de modo que ese día fue llamado de urgencia el médico que atendía a la familia. Cecile había tenido una salud muy precaria desde que nació. Phillipe fue advertido de esto desde el inicio, el médico que atendió el parto en Francia, se había mostrado muy poco optimista en relación a que la pequeña pudiese sobrevivir, ya que en esa época los niños prematuros tenían muy pocas expectativas de vida.
A pesar de ello, la niña luchó por su vida y lo logró, pero su salud siempre fue defectuosa.

El médico como siempre, se limitó a recetarle un jarabe y mucho reposo, le recomendó no agitarse, algo del todo innecesario porque el mayor ejercicio que hacía Cecile, era subir las escaleras de la casa, y hasta eso le resultaba pesado, de modo que jamás participaba en juegos ni en ningún otro asunto que implicase un gasto de energía excesivo para ella.

A pesar de esto, y siendo impropio cancelar la cita
que tenían con Lady Dearborn, esta se llevó a cabo como se había pautado, y aunque Phillipe había tenido una noche pésima, fue tan encantador como siempre. A Lady Dearborn no se le escapó el hecho de las profundas ojeras del hombre, y la aparición de una arruga en su frente, que no había tenido días antes cuando conversaron. Anne-Marie resultó una criatura encantadora y perfectamente educada, pero aunque no hubiese sido así, ya Lady Dearborn había tomado la decisión de ayudar a aquel pobre individuo tan guapo, tan joven y con cinco dolores de cabeza que al parecer necesitaban de su constante atención.

- Mi querido Lord Saint-Claire -- dijo la dama -- tiene usted una hija encantadora, y será para mí un enorme placer hacerme cargo de todos los detalles de su presentación. Sin embargo, me temo que usted se verá obligado a asistir por lo menos al Baile de Debutantes.

- Primero permítame expresarle mi enorme gratitud Lady Dearborn, y desde luego cuente conmigo para lo que sea necesario, estoy a sus órdenes.

- Para empezar, me encantaría que me permitiese llamarlo Phillipe y me llamase usted a mí Agatha, estoy muy vieja para tanta formalidad con un joven caballero que podría ser mi nieto -- dijo con una encantadora sonrisa

- Honor que usted me hace mi estimada señora, y desde luego estaré encantado de complacer sus deseos -- dijo él

- Bien, para empezar debemos partir a más tardar en quince días -- le dijo -- Hay que encargar un guardarropa adecuado para Anne-Marie y eso lleva algún tiempo.

- No hay ningún inconveniente, siéntase en libertad de disponerlo todo según lo que considere más conveniente, y yo estaré dispuesto a ello.

A partir de ese día, se generó una actividad frenética en la casa de los Saint-Claire, porque Lady Dearborn iba a días alternos, para instruir a Anne-Marie en ciertos aspectos importantes de protocolo y comportamiento que le serían necesarios para su estancia en Londres. Por otra parte, Cecile no parecía mejorar, lo que tenía a Phillipe francamente preocupado, y aunque aún estaba muy lejos el invierno, esto lo hacía preguntarse como cada año, si su hija sobreviviría a otro.

Entre tanto Rachell y Desiree, hacían pataletas porque querían estar presentes en las largas sesiones que mantenía Lady Dearborn con Anne-Marie, y en varias oportunidades la señora McGrath tuvo que reñirlas por estar escuchando tras las puertas. Mientras que Sophie dividía sus días, entre pasar un rato en la habitación de Cecile, y salir al campo donde con mucha frecuencia se encontraba con Kendall y con Dylan.

En una de esas salidas, los chicos encontraron a Sophie llorando y se alarmaron. Dylan no solía ser especialmente comunicativo, y menos con ella, pero mientras Kendall se acercó corriendo a la niña, él miró alrededor buscando la posible fuente del problema, y como no vio nada ni a nadie, se acercó también.

- ¡Sophie! -- estaba diciendo Kendall arrodillándose a su lado -- ¿Qué te sucede?

- Nada

- ¿Cómo que nada? -- peguntó extrañado -- Estás llorando, debe ser por algo

- Supongo que estoy triste, eso es todo.

- ¿Por qué? -- insistió Kendall

- Mi hermana Cecile está muy enferma, papá pronto tendrá que viajar, y… extraño a mamá

Kendall intentó consolar a la niña, mientras que Dylan pensaba que por lo menos una parte de todo aquello, él lo entendía bien. A pesar de que hacía mucho tiempo que había dejado de extrañar a unos padres que en realidad nunca había tenido, en el caso de Sophie parecía ser distinto, la niña acaba de perder a una madre que con toda seguridad lo habría sido más que la suya, y por las charlas mantenidas con ella, sabían que estaba muy unida a su padre, de manera que su inminente marcha debía hacerla sentir muy mal. Pero a pesar de que nada dijo para contribuir a hacer sentir mejor a Sophie, tampoco se quejó porque aquel día no hiciesen nada más que quedarse allí sentados.


Llegó el día de la partida de Phillipe y Ann-Marie, y aunque Sophie estaba desolada no lo demostró en ningún momento para no hacer sentir mal a su padre, que de hecho se iba ya muy preocupado por tener que dejarlas y más porque Cecile seguía delicada.

Sin embargo, después de la partida de su padre, Sophie se hizo el firme propósito de tomarse las cosas con filosofía, y dividía su día entre sentarse en las mañanas en el jardín con Cecile a leerle un rato, y en las tardes salía a encontrarse con sus amigos.

Sin darse cuenta, la amistad entre ellos se fue solidificando, Dylan se mostraba cada vez menos huraño y comenzó a tratarla casi igual que como trataba a Kendall. El día que Kendall les anunció que su padre había vuelto la noche anterior y las noticias que le había dado, los tres pasaron una pésima tarde, pero durante los días siguientes, Sophie se encargó de que Kendall viese las cosas de diferente manera, y aunque el chico seguía descontento con el asunto, pronto comenzó a hacerse a la idea y al final casi bromeaba con ello.

- Según y cómo yo veo el asunto -- dijo Dylan una tarde -- solo debes rogar porque la dama en cuestión no resulte un monstruo.

- ¡Dylan! -- exclamó Sophie

- ¿Qué? -- dijo él -- debe ser terrible irse a la cama con una mujer horrorosa.

Aquel era un comentario del todo impropio para ser hecho en presencia de una señorita, pero como ya hemos apuntado, Dylan veía a Sophie igual que a Kendall, por lo que su mordaz lengua nunca se detenía por el solo hecho de que ella estuviese presente.


Una vez finalizada la temporada social, y estando próximo el invierno, Phillipe y Anne-Marie regresaron. Sophie se sintió realmente feliz porque los había echado mucho de menos, pero mientras ella solo quería abrazar a su padre y a su hermana, Rachell y Desiree estaban locas porque Anne-Marie les contase todo lo que había hecho en Londres, sin tener en cuenta que la hermana mayor no había dejado de escribirles todas las semanas contándoles todos los detalles. Lo único que Anne-Marie había omitido, fue lo que les fue informado en la cena de aquel día.

- Niñas -- dijo Phillipe -- Anne-Marie contraerá matrimonio la próxima primavera.

Aquello causó diversas reacciones. Mientras Rachell y Desiree acribillaban a su hermana a preguntas acerca de su futuro marido, Sophie solo quería saber si ella era feliz con aquello. Algo que la niña llegó a dudar cuando conocieron al futuro esposo de su hermana, que fue invitado a visitar la casa unos días durante el invierno.

El sujeto en cuestión era un Conde escocés, pero era alrededor de veinte años mayor que Anne-Marie, y sin duda a pesar de que ella era una joven muy hermosa, el único objetivo de aquel individuo era su desesperado deseo de tener descendencia, pero siendo que los demás que habían mostrado interés en Anne-Marie, no estaban a la altura de sus apellidos, fueron rechazados en beneficio del señor Conde. A pesar de todo esto, Anne-Marie parecía contenta, lo que terminó por dejar satisfecha a Sophie.

Tuvieron un muy crudo invierno, tiempo durante el cual Cecile lo pasó casi en su totalidad metida en la cama, por lo que no pudo participar de los preparativos de la boda de su hermana, hasta para tomar las medidas de su traje fue un problema, ya que la costurera de Lady Dearborn, que era la que se había hecho cargo de todo, tuvo que venir a la casa a resolver ese asunto.

Cuando Louis Saint-Claire se enteró del futuro enlace matrimonial de su sobrina, y con quién, una sonrisa perversa se dibujó en sus labios. Glen McArthur, Conde de Glenagles, era un noble escocés católico. Y decidió que le debía una visita al futuro yerno de su hermano, confiando en que aquel sujeto se mostraría muy razonable.

Y tal vez habría tenido éxito de no ser porque Phillipe conociendo bien a su hermano, había dispuesto todo con arreglo a sus deseos, y le había hecho saber de forma muy clara al señor Conde, que si quería contraer matrimonio con su hija, debería ser bajo las condiciones que Phillipe impusiera, y que nunca bajo ninguna circunstancia, su hija sería obligada a cambiar de religión. Aquello habría estado fuera de lugar en cualquier otra circunstancia, porque una vez que la mujer contraía matrimonio, la tutela era transferida del padre al marido, y estaba obligada a hacer lo que éste dijese.

Pero Phillipe Saint-Claire era un hombre conocido por su excepcional peligrosidad, y siendo que Glen McArthur todo lo que quería era formar una familia, lo traía sin cuidado que religión profesase su futura esposa, y no tenía ningún interés en buscarse un innecesario lío con aquel peligroso individuo.

De modo que Glen rechazó hábilmente todos los intentos de Louis por reunirse con él, incluso la carta que le había enviado ofreciéndose a oficiar la ceremonia religiosa, y cuya respuesta tardó el tiempo que demoró Phillipe en arreglar que John Whitgift, Arzobispo de Canterbury, fuese el oficiante en el matrimonio de su hija. Con lo que no le quedó a Glen ninguna duda del enorme poder e influencia de los apellidos de su futuro suegro.

Por supuesto Louis montó en cólera cuando recibió la educada respuesta del Conde rechazando su ofrecimiento y la razón del mismo.

- ¡Vas a pagar por esto Phillipe! -- exclamó con rabia después de leer la misiva

Sin embargo y de momento, había perdido las esperanzas, porque era evidente que el Conde sería un títere de su hermano.


En una de las muchas reuniones sociales, Louis se había encontrado con los vecinos de Phillipe, los Danworth. Louis no soportaba a aquel individuo del mismo modo que Joseph no lo soportaba a él, pero aquel era un apellido de peso en la sociedad inglesa y tenía que granjearse su favor. El asunto era que Joseph Danworth no dependía ni le debía favores a nadie, más bien era todo lo contrario, de manera que no había modo de hacerlo por esa vía. Así que Louis se dedicó a averiguar acerca del otro posible camino, Lady Danworth. Pero comprobó que así como nadie hablaba de Lord Danworth, tampoco lo hacían de su esposa, y por muy convencido que estuviese Louis de que todos guardaban “cadáveres” en sus armarios, no estaba resultando fácil descubrir los de aquellas personas.

Sin embargo, Louis tenía la habilidad de la observación, y rápidamente fue consciente que aquella criatura era muy sensible a los cumplidos, y que disfrutaba de la aprobación y admiración de los caballeros a su alrededor. De manera que decidió probar por aquel camino, y en la mencionada reunión desplegó todo su bien entrenado encanto en favor de su causa. Es justo decir que captó la atención de la dama en cuestión, pero esto no le reportaría ningún beneficio inmediato, porque aquella noche apenas los Danworth estuvieron en su casa, Joseph arrastró a su mujer a la habitación lejos de los indiscretos oídos de los sirvientes.

- Mientras has observado un comportamiento acorde, no me he metido en tus cuestionables relaciones Helen -- le dijo -- pero si por algún absurdo motivo, te vuelvo a ver cerca de ese individuo, tendrás oportunidad de recordar lo muy peligroso que puede resultar desobedecerme.

Y ciertamente Helen no necesitaba que nadie se lo recordase, tenía muy presente que ello le había costado dos años de exilio, y era algo por lo que bajo ningún concepto quería volver a pasar.

De este modo que los planes de Louis Saint-Claire de acercarse a los Danworth, quedaron frustrados, pero aquel no era la clase de individuo que se daba por vencido tan fácilmente. Así que los Danworth pasaron a formar parte de su lista negra, y esperaba tener la oportunidad de ajustar esas cuentas algún día.


El matrimonio de Anne-Marie, se llevó a cabo en medio de todo el lujo que podían permitirse. Las niñas pudieron asistir a la ceremonia religiosa, pero obviamente estaban pequeñas para asistir a la celebración.

La nueva Condesa de Glenagles partió rumbo a Escocia con su marido, dos días después de la boda. Se despidió de su padre y sus hermanas, sin tener idea en ese momento, que no los volvería a ver jamás.



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Texto agregado el 18-02-2013, y leído por 97 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-02-2013 ¡! felipeargenti
18-02-2013 Es una pena que la página te limite el espacio a un breve y esquemático comentario, pues tu novela amerita acotaciones mucho mas extensas. Ante la imposibilidad de hacerlo, acepta sólo mis admiradas felicitaciones. ZEPOL
18-02-2013 Tu novela discurre fluida como rio que serpentea esquivando rocas y haciendo remansos en la historia. A veces me dejas la impresión de que sobrevuelas con demasiada prisa sobre algunos párrafos, pero en general mantienes un hilo conductor con la tensión necesaria para hacer vibrar al lector. ZEPOL
18-02-2013 Bien por las intrigas de Louis. Lo demás pareciera relleno. los datos historicos; excelentes. Un abrazo!!! cinco aullidos yar
 
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