RITUAL ESCATOLÓGICO
Una de las grandes verdades de esta vida es que cada uno tiene su momento y su propio estilo a la hora de defecar, obrar, cagar, “plantar un pino”, “hacer de vientre” o como cada cual lo quiera llamar. Pero voy a pasar a narrar la historia que me contaron una vez, porque es digna de que todos la conozcáis y paséis un buen rato con ella. Esto es como en los melodramas de la tele a la hora de la siesta: “basada en hechos reales; los nombres de los personajes han sido cambiados para no dañar la sensibilidad de los protagonistas de la historia”.
Cupido estaba dispuesto a que su flecha diera de lleno en la diana de dos nuevos corazones. Y no falló. El 14 de febrero de ese año, de un disparo certero, unió a Benancia y Armando para siempre.
Todo era hermoso y dentro de la normalidad en los primeros días. Su amor cada vez mas apasionado e intenso. A los pocos días, ni un mes apenas, surgió la oportunidad de hacer un viaje juntos. París, la ciudad del amor, perfecta para hacer el amor por primera vez juntos, pensaron y acordaron los dos. Y así lo hicieron, se reservaron para su primera noche juntos en la ciudad del Sena.
Pero el romanticismo se rompió nada mas llegar a la habitación del hotel. Aquello dejaba mucho que desear: era pequeña, sucia, se oía todo lo que pasaba en las habitaciones colindantes, incluso cuando el vecino de arriba tiraba de la cisterna, pero...
- “¡Armando corre, no estamos perdido, tenemos una terraza! ¿tendremos vistas al Sena?” - dijo Benancia muy emocionada.
De nuevo la alegría duró lo que un caramelo en la puerta de un colegio. Al descorrer las cortinas y salir a la terracita, lo único que se veía era un horrible patio interior, donde los vecinos de las casas colindantes tenían tendidas sus toallas y ropa interior.
- “no te preocupes Benancia, lo importante es que estamos juntos, nos queremos y vamos a amarnos por primera vez en París”.
Eso devolvió la alegría y la ilusión a Benancia, que se olvidó de todo lo que le rodeaba y se dispuso a deshacer el equipaje y a ponerse cómoda para relajarse y disfrutar. Mientras estaba inmersa en sacar la ropa de la maleta, Armando dijo:
- “el viaje en avión me ha descompuesto el vientre, voy a inspeccionar el cuarto de baño para ver si puedo cagar a gusto”
- “¿y qué importancia tiene cómo sea el baño?” dijo benancia.
Un gran stress invadió el estado de ánimo de Armando. Nada estaba en su sitio. El aseo era demasiado pequeño, tanto que no era un aseo, sino un armario empotrado reconvertido en baño. Aquel espacio no tenía más de uno o dos metros cuadrados. El inodoro estaba a escasos milímetros de la pared por un lado y a otros escasos milímetros del lavabo por el otro. Benancia no entendía muy bien porque aquella situación era tan angustiosa para su novio. Si tanto se estaba cagando, sólo tenía que sentarse en aquella taza y todo caería por su propio peso. Pero no, Armando no era de esa opinión.
- “a ver Armando, ¿cuál es el problema, amor?”
- “no te lo voy a contar, me da avergüenza. Simplemente obsérvame y entenderás que yo tengo un ritual que cumplir para poder defecar a mi gusto.”
Lo primero que hizo Armando fue encenderse un cigarrillo. Benancia pensó que cuando lo encendiera entraría en el baño, pero no fue así. Armando le hizo la primera confesión a su novia: el ritual consistía en dar dos caladas a aquel cigarrillo y justo en ese momento, antes de dar la tercera, entrar en el baño. Lo que tampoco se imaginaba benancia es que entre la segunda y la tercera calada existía otro ritual. Nada de sentarse en la taza vestido. Armando se desnudó entero, calzoncillos incluidos. Decía que si se dejaba algo de ropa caída en la rodilla o en los tobillos, no podría abrir bien las piernas para hacer fuerza y apretar bien. ¿Pero que importaba eso si con la distancia que tenía de sus piernas a la pared y al lavabo no podía espatarrarse de todas formas?, pensó Benancia. Pero aquello era todo un ritual y había que cumplirlo aunque no sirviese de nada. Benancia se empezaba a revolcar en la cama de la risa. No podía creer lo que estaban viendo su ojos en su primera noche romántica. Armando no hacía mas que protestar porque no estaba cómodo. Entonces se ven volar las dos zapatillas de Armando por la habitación.
- ¿qué haces ahora cariño?, preguntó aguantando la risa Benancia
- “es que llega el momento en que mis pies tienen que notar el fresquito del suelo, para que me dé un escalofrío y el esfínter se me termine de relajar” contestó Armando.
Las carcajadas de Benancia debieron de llegar a la recepción. Hacía mucho que no lloraba de risa. Se lo estaba pasando como una enana.
Por fin se escuchó caer el misil intestinal de Armando. Ella pensó que ya saldría en breve de aquel mínimo espacio e intentó controlar su risa. Pero Armando no sólo no salió, sino que empezó a protestar:
- “¡estos franceses son unos guarros! ¡aquí no hay bidé! ¡yo me tengo que lavar el culo después de cagar, sino me quedo lleno de mierda!
Benancia seguía llorando de la risa, y como pudo lo tranquilizó y lo convenció para que se metiera en la ducha y se lavara el culo dentro de la bañera.
Cuando toda aquella absurda situación terminó y ambos se relajaron, uno de lo mal que lo había pasado y la otra de lo que se había reído, el romanticismo volvió a resurgir y se dispusieron a hacer el amor. Todo comenzó bien y continuó bien hasta que en pleno orgasmo benancia se acordó de lo ocurrido y del ritual escatológico de su novio y empezó a reírse a carcajada limpia en la cama. Armando no entendía nada en un principio. Al final terminaron los dos riendo sin parar.
Moraleja: lo bonito de una relación no dura para siempre; cuanto antes vivas estas situaciones con tu pareja antes aprenderás a aceptarla y quererla tal como es.
|