¡Ay, iPhone, ay!
La escena es la siguiente: hay un iPhone reposando tranquilamente sobre los hermosos senos de Anita Ekberg –un poco excesivos desde mi punto de vista–, antes de rodar con Marcello Mastroianni, la famosa escena de la Fontana de Trevi de la Doce Vita. Entonces me acerco a ella y le susurro al oído antes de que se me adelantara el Marcello, ¡que menudo!: «Anita, le dije, ¿tú sabes que hay iPhones antipáticos, elitistas, arrogantes, autosuficiente, escandalosamente inteligentes? Los hay, también, tímidos, solitarios por naturaleza, solipsistas, siempre olvidados en cualquier sitio de la casa, abandonados, sin batería, desconchados, que dan pena, casi agónicos. ¡Sabes que hay iPhones todoterreno, sumergibles, serios, simpáticos, tuneados? Pero los que más me gustan son esos iPhones un poco mimosos, como el tuyo, y un poco rijosos. Esos iPhones tienes que estar acariciándolos todo el día, como si fueran un gato, darles besitos y procurar que descansen mullidos y despatarrados sobre los generosos senos nutricios de sus propietarias, como es el caso que nos ocupa. ¿Qué me dices a todo esto, Anita?». Entonces, se volvió y me dijo algo así como que lo que yo tenía era hipertrofia grandular mamaria en el coco. Nada, pensé, lo de siempre, el complejo de Edipo a tope, mal curado de cuando fui un perverso polimorfo sin cariño.
Juan Yanes |