Todavía era de noche estábamos solos en el viejo café de la cuadra, yo lo miraba el ni levantaba la vista, yo con grandes ojos esperaba, más él concentrado estaba en su café. Detrás de los viejos edificios se veía la tenue luz del sol que se asomaba con timidez, las sombras de la noche se negaban a irse, el cielo se pareció encapotar, temeroso el sol se oculto, las ventanas temblaban por el viento el siguió con ceremonia y parsimonia tomando su café, vi como lentamente se lo servía, como le agregaba leche, nada decía, como le ponía azúcar como lentamente lo revolvía, nada decía!
Dejo la taza para prenderse un cigarrillo, de los rubios, de aquellos que tantas veces yo aspiré el perfume a tabaco que desprendían cada vez que los encendía, tanto tiempo atrás ¿tanto tiempo? Lentamente volcaba la ceniza en el cenicero viejo y sucio del café ni siquiera levantaba los ojos para verme, para cruzarnos las miradas yo cada vez me empequeñecía más y más en el asiento frente a él.
Luego de esa charla que tuvimos, esa fría mañana, no lo volví a ver. Afuera la tormenta se desato, cuando termino su café sin mirarme se puso el impermeable yo sin contenerme largue el llanto tanto tiempo reprimido, mientras lo veía alejarse de mi, del café, de mi vida con su impermeable al viento, con el hilillo de humo esfumándose en el aire de esos rubios que no volveré a oler de sus camisas.
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