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Flores para un Genocidio
Al primer golpe de los tambores las palomas levantaron el vuelo y buscaron ufanas las torres de la iglesia que por capricho de algún legendario arquitecto religioso la había diseñado atravesada. El acero de unas espadas que se blandieron el aire al ser heridas por el sol se reflejaron en las casas aledañas y los bellos acordes de las liras endulzaron los oídos de los parroquianos que sin saberlo asistían expectantes a aquel homenaje a la barbarie.
Un coronel con espada al cinto y montando lujoso caballo presidía el acto, era un fornido hombre que lucía orgulloso sendas medallas de honor, su mirada estaba fija en el esculpido bronce que a un lado del parque se levantaba imponente. Un joven cadete con pasos algo inseguros se acercó trayendo el bello ramo de flores. En realidad eran hermosas, muy hermosas para la ocasión.
La banda marcial cambia de ritmo y el caballo del militar marchó orgulloso hacia la estatua. Un grupo de niñas del colegio de las monjas aplaudieron con sus blancas manitas al instante en que la campana mayor de la catedral lanzaba repiques sonoros que se perdían por toda la comarca. El oficial descendió de su montura y se colocó enfrente de lo que algunos osaban llamar el héroe de antaño.
Más miradas y más bocas abiertas de parroquianos que cada vez en gran número se iban agolpando atraídos por los vítores de las cornetas y el vistoso uniforme de los militares. El coronel se colocó frente a un busto casi eterno mientras desde su balcón un joven profesor lo observaba con tristeza viendo la ignorancia histórica del militar.
Era ya casi el medio día, la fecha que el calendario marcaba, recordaba que en ese día se conmemoraba un año más de la fundación de la población. En los balcones prendían como mariposas las banderas de la nación y en el cuello de los dirigentes del pueblo, recién desempolvadas, colgaban cuan lenguas de vacas viejas las únicas corbatas que poseían. Los pocos juglares que aún se atrevían con los arrugados dedos a trinar arcaicos tiples se agolpaban a un lado de la plaza, tan olvidados como sus instrumentos. Un redoblante, dos redoblantes, y la ceremonia entró en su clímax.
El militar marcha unos cuantos pasos más y tomando el bello ramo fue ofreciéndoselo al busto que tenía al frente. El joven profesor desde su balcón no quiso ver más, arruga la frente y su mirada viaja a la montaña que tiene al frente: unas grandes moles de nubes dormitan sobre lo más alto, peñones calvos forman mosaicos de un pasado muy lejano, arboledas estropeadas por el paso de los años se mecen azuzadas por los vientos y en algún lugar de la montaña o de la mente del profesor está la entrada de la cueva donde antaño vivieron los primitivos dueños de aquellas faldas y de lo que hoy es el pueblo pero que un día vieron como el apocalipsis había llegado tal como un cura lo leyó, montado a caballo y con lanzas y dardos que vomitaban fuego, que eran portados por unos seres ataviados con yelmos y escudos brillantes, seres que miraban con ojos de oro, violaban, asesinaban y trataban de destruir hasta el último vestigio de aquellos pobres infelices que rápidamente fueron humillados por un capitán venido de más allá del océano y cuyo recuerdo permanecía moldeado en bronce precisamente en el centro del pueblo. El profesor trató de taparse los oídos para no escuchar más los acordes de la banda. Su pensamiento le mostraba el ayer y caía en el hoy en un desenfrenado ir y venir. Indios que morían bajo las patas de los caballos, flores que se morían en las pies de una mole de mineral de lo que representaba lo que alguien en un emotivo discurso ahora osó por llama prócer del desarrollo, adalid de la vida; llanto y sangre de desgraciados que fueron usurpados en sus terruños, aplausos y música para la efigie genocida…
Cuando en las horas dela tarde el joven profesor atravesaba el parque, no vio más que los excrementos dejados por los caballos de los uniformados, y, unas flores que habían cerrado sus pétalos para no ver ni mucho menos derramar perfumes a la imagen del horrendo ser al pie del cual las habían depositado.


Texto agregado el 15-02-2013, y leído por 65 visitantes. (1 voto)


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