La cámara de tu computadora estaba prendida y cual espejo mágico me permitía ver tu pasado y presente en solo un conjunto de imágenes difusas, entrecortadas y discontinuas.
Tu pasado, porque en cada acción ejecutada por tus manos, se translucían los torpes movimientos de tus dedos mientras trataban de manipular esa taza de café frío que probaste y tras una mueca de asco dejaste a un lado.
Y tu presente porque en cada caricia que dabas a tu perro, tus manos me mostraban cuanta delicadeza había en ti.

Nadie sabrá nunca que ese día prendiste por error tu cámara y me llamaste sin querer mostrándome tu cotidianidad y por sobre todo tu hermosura.
Nadie nunca sabrá que corté la llamada para no hacerme esperanzas de una vida mejor. Es que ya estoy anciano y no me quedan fuerzas para empezar esto de nuevo. Es que las heridas todavía no sanan y no quiero manchar con ellas a tu perro...