Cap. Los Danworth…
Joseph Danworth, Duque de Livingstone y Conde de Berwick, había sido el único hijo varón del anterior Duque, aquella parecía ser una maldición familiar desde hacía varias generaciones atrás. Ninguno de los anteriores Duques había logrado engendrar más de un hijo varón, en cambio tenían tendencia a engendrar muchas mujeres. La buena noticia era, que al menos los varones herederos de los títulos habían logrado sobrevivir.
Su padre, Lord Cecil Danworth, había sido un fiel partidario de la dinastía Tudor, pero a diferencia de algunos otros nobles, su fidelidad se mantuvo inconmovible a Enrique VIII, y nunca cometió el estúpido error de aliarse con la familia de ninguna de sus esposas. Este hecho lo había posicionado como uno de los individuos más influyentes de la corte, era astuto, frío, político consumado y malvado. Muchas cabezas habían rodado por su causa, pero aunque por lo bajo se murmuraba su nombre, a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido acusarlo de nada, contrariarlo u oponérsele, ya que en ello les iba la vida.
Había manejado con habilidad su vida personal, y después del decepcionante número de hijas que le había dado su mujer, consideró una bendición que ésta finalmente muriese, y aunque muchas personas hicieron conjeturas, acerca de las posibles causas de la muerte de la desdichada mujer, la verdad era que él no había tenido nada que ver. Su esposa contrajo cólera después de su último embarazo, y aparte de ser una de las enfermedades a las que todo el mundo sabía que resultaba casi imposible sobrevivir, estaba débil por su reciente embarazo y esto contribuyó a que muriese más de prisa.
Después de ello, sorteó con extraordinaria habilidad los esfuerzos de Su Majestad, en el sentido de que contrajese nuevas nupcias, y en cambio se dedicó a organizar futuros y ventajosos enlaces para sus hijas. Y como tenía prisa por deshacerse de ellas, las dotó bien y las casó a todas antes de que cumplieran dieciséis años, de modo que ni siquiera tuvo que pasar por los engorrosos trámites de la presentación en sociedad. Y una vez hecho esto, dedicó todo su esfuerzo y astucia, a buscar una esposa para su único hijo.
Y fue de este modo, como Joseph Danworth terminó casado con Helen Hamilton, y no solo eso, sino que nadie sabía cómo su padre había conseguido para él, el título de su suegro, por lo que Joseph había terminado siendo Duque de Livingstone por derecho de sangre, y Conde de Berwick, nadie sabía cómo.
Joseph había heredado las mismas habilidades de su padre, de modo que se desenvolvía en la corte con el mismo éxito que éste, y aunque en principio fue tratado con especial deferencia por ser hijo de quien era. Después de la muerte de su padre, la gente aprendió muy de prisa a temerle al nuevo Duque, tanto o más que al anterior.
Joseph Danworth no había sido especialmente apegado a su padre, ya que no era lo que se acostumbraba por aquellos días, pero sí se mantuvo fiel a sus enseñanzas, sobre todo a lo último que le dijo su padre antes de fallecer.
- Joseph, para sobrevivir es necesario que te atengas a algunas premisas importantes. No esperes nada de nadie, salvo la traición. Nadie es ni será nunca tu verdadero amigo, así que no cometas la estupidez de confiar en nadie. Cuídate de las mujeres, son criaturas peligrosas y han sido creadas solo con tres fines, para procrear, para darnos placer y para ser artífices de nuestra desgracia. Tal vez para la primera tarea, en ocasiones puedan resultar decepcionantes, pero para las otras dos, son definitivamente hábiles. Es mentira que las cosas se ganan, desde las mujeres hasta el poder, todo y todos tienen un precio. De manera que nunca pidas nada, si no puedes comprarlo entonces tómalo, con astucia o por la fuerza, pero asegúrate de no dejar rastros. Nunca le des el poder para destruirte a tus enemigos, y la única manera de lograrlo, es asegurándote de cubrir siempre tus huellas. Y por último, no te esfuerces por hacerte notar, y rechaza por sistema cualquier cargo político, ningún verdadero caballero de sangre noble, nació para ser el lacayo de los caprichos de ningún soberano. En cambio esfuérzate siempre por contar con la única arma realmente efectiva, la información. Quien maneja la información, siempre tendrá el poder.
De manera que armado con las valiosas enseñanzas de su padre, Joseph Danworth se había convertido en poco tiempo, en un hombre odiado por muchos, inmerecidamente amado por algunas damas, que indiferentes a cualquier consideración, habrían estado dispuestas a morir por él, y decididamente temido por todos.
Su enlace matrimonial le había reportado todos los beneficios esperados. Sus propiedades aumentaron, se hizo con otro título y adquirió una esposa adecuada, aunque la chica en cuestión no estuviese precisamente feliz, y aunque él conocía perfectamente la razón, eso lo tenía sin cuidado. De modo que en poco tiempo la redujo a la obediencia, y en cuanto le dio el esperado heredero, la dejó en paz.
Helen Hamilton era prima segunda de Brenda Davenport, pero a diferencia de Brenda que se había criado en las propiedades campestres de su familia como era la costumbre, Helen había sido llevada con frecuencia a Londres, y aunque no podía ir a la corte, siempre se mantuvo muy bien informada acerca de las vidas y actividades de sus miembros. La razón para ello era que Helen había tenido una enorme influencia desde pequeña en su anciano padre, que habiendo tenido a sus hijos ya bastante mayor, y habiéndolos perdido a casi todos, se había volcado en los dos menores, ella y su hermano August.
En una ocasión en la que había sido sacada de paseo, había tenido la oportunidad de ver a Lord Arlingthon, y había decidido que era el hombre con el que quería casarse. Solo que había un pequeño problema con eso, Lord Arlingthon era el marido de su prima.
Aunque no era muy común que las niñas expresaran sus intereses, y mucho menos en cuanto a futuros matrimonios, Helen había sido tan mimada que no había tenido reparos en decírselo a su padre, algo que había preocupado mucho a Lord Hamilton, no solo por el hecho de que aquel hombre estuviese casado con su sobrina, sino porque su hija, aun siendo mujer y tan joven, le había expresado con suficiente claridad, que moviese sus influencias para lograr que Lord Arlingthon dejase a su esposa por su evidente incapacidad para darle hijos. Lord Hamilton se mostró escandalizado no tanto por la idea, ya que aquello era común, especialmente entre los miembros de la nobleza para quienes era de suma importancia dejar herederos, sino por el hecho de que su hija tuviese la osadía de plantear algo así en contra de su prima, porque si bien era cierto que se conocían muy poco, ya que no se veían desde que Helen era muy pequeña, y que no existía ninguna cercanía ni siquiera en edad porque Helen era menor, seguía siendo familia.
Por supuesto Lord Hamilton se negó a intervenir en aquel asunto, y Helen amenazó con no casarse con nadie entonces. No obstante, esa era una cuestión que por muy hábil que fuese esta chica, no dependía en lo absoluto de ella, y menos con una soberana que se divertía decidiendo los futuros matrimonios de sus súbditos.
De modo que cuando Lord Hamilton fue informado del interés de Lord Danworth, en concertar el enlace entre su hija y el futuro Duque, le pareció que su hija tenía mucha suerte, ya que en términos económicos, los Danworth estaban por encima de los Arlingthon, y en términos de influencias, definitivamente también.
Helen por supuesto hizo un gran escándalo cuando se esteró de todo esto, pero a la larga, no le quedó más remedio que aceptar la situación, algo a lo que contribuyó mucho Lady Edge, que era quien le servía como chaperona.
- Debes ver las ventajas de esto Helen -- le había dicho -- Serás la esposa de un influyente caballero.
- ¿Y qué tal que no me guste? -- siguió ella de porfiada -- Tal vez sea un viejo horrible, y de qué va a servirme que sea influyente.
- Niña, no estamos hablando de Lord Danworth padre, sino del hijo, y si el padre difícilmente podría calificarse de horrible, debo decir que el hijo es decididamente más apuesto si cabe -- dijo al mujer con picardía
Sin embargo, Helen había persistido en su actitud incluso después de conocer a Joseph, de modo que una vez que el matrimonio se llevó a cabo, Lady Edge consideró su deber conversar con aquella jovencita porque le tenía aprecio a Lord Hamilton, y odiaría que aquella necia niña terminase perdiendo su tonta cabeza. Y era algo que Lady Edge veía como muy probable, ya que todos conocían el carácter de Lord Danworth, y no le cabía ninguna duda de que si su joven esposa le resultaba inconveniente, encontraría el modo de deshacerse de ella. Lady Edge veía con extrema preocupación, que la antipatía de Helen por su esposo, había aumentado cuando apenas un par de meses después de su matrimonio, August murió y Lord Hamilton de manera inexplicable, había decidido ceder su título a su nuevo yerno, y fueron muchos los que pensaron que Lord Danworth podía estar involucrado en la repentina y misteriosa muerte de August Hamilton, pero aparte de que no se ponían de acuerdo en cuál de los dos podía ser el hipotético culpable, si el padre o el hijo, tampoco a nadie se le habría ocurrido decirlo en voz alta. Sin embargo, Helen pensaba de igual modo, con la diferencia de que ella había decidido endilgarle la muerte de su hermano a su recién adquirido marido.
Todo esto, llevó a Lady Edge a hacerle las advertencias del caso a la joven Lady Danworth.
- Escúchame querida -- le dijo una tarde que fue a visitarla con ese propósito -- El deber de toda esposa es, aparte de no darle molestias a su marido, ni reclamarle cosas de las que no se está segura, darle por lo menos un heredero sano. Concéntrate en eso, y después que lo hayas logrado, puedes dedicarte a hacer tu vida como gustes. Estarás amparada por el prestigio de tu esposo, y nadie se atreverá a contrariarte, y si eres inteligente y te cuidas apropiadamente, podrás decidir a quienes quieres tener como compañeros de cama.
Después de aquella instructiva conversación, y luego de varios y útiles consejos para que sus futuras aventuras no se convirtiesen en indiscreciones de dominio público, Helen se dedicó a buscar y esperar el dichoso heredero, que para su buena fortuna, había llegado pronto, cosa que la satisfizo mucho dándole ocasión de sentirse superior a su prima que se había pasado media vida intentando darle un heredero a Lord Arlingthon sin conseguirlo, aunque un año después del nacimiento de Dylan, se enteró del nacimiento de Kendall.
Tal y como le dijese Lady Edge, después del nacimiento de Dylan, Joseph parecía haber perdido todo interés en su esposa, suponiendo que hubiese tenido alguno aparte del obvio. De modo que Helen fue llevada a la corte, cumpliéndose de esa manera uno de sus más caros anhelos, y donde destacó en muy poco tiempo. Y del mismo modo, como también se lo había dicho Lady Edge, unos meses después de su ingreso, tuvo su primer amante.
Aquella relación había sido breve y solo le sirvió de distracción, porque su objetivo seguía siendo Lord Arlingthon, el único problema era que aquel individuo la evitaba tanto como le era posible.
Después de dos años en la corte, y a raíz de otro fallido intento por atraer a Lord Arlingthon a su casa, y que de nuevo él rechazara la invitación pretextando un compromiso adquirido con anterioridad, Joseph la miró con desprecio cuando ya todos se habían marchado.
- No puedo pretender que alguien que no lleva mi sangre, posea la dosis adecuada de orgullo, pero al menos deberías esforzarte en aparentarlo y comportarte de acuerdo al apellido que llevas.
- No te entiendo -- dijo ella
- Habría sido mucho esperar que así fuese. Trataré de ser más claro, algo que me habría gustado evitar en atención a una dignidad que obviamente no posees, pero en vista de la inutilidad de ello, como dije, seré más claro. Es patética y lamentable, la exhibición que haces de tu falta de orgullo persiguiendo a un hombre que jamás se dignará mirarte. Así es que te sugiero contentarte con tus aventuras ocasionales, siempre y cuando lo sigas haciendo con discreción.
Helen había abierto desmesuradamente los ojos, porque hasta la fecha se había creído lo suficientemente lista, como para que su marido no se hubiese enterado de lo que hacía, pero había quedado claro que no lo conocía bien. Joseph no solo estaba perfectamente enterado de las actividades extramaritales de su esposa, sino que sabía cuándo, dónde y con quién, pero mientras no se extralimitase, esto no tenía por qué causarle mayores inconvenientes, y así se lo hizo saber.
Sin embargo, luego de aquella incómoda conversación, Helen tuvo un serio inconveniente. Su nueva aventura no había estado resultando tan afortunada como las anteriores, ya que se había encaprichado con un joven oficial, el problema era que el chico había cometido la estupidez de enamorarse de aquella perversa mujer, y para empeorar la ya muy problemática situación, Helen se descuidó y quedó embarazada.
Consideró varios cursos de acción, y ninguno incluía quedarse con la criatura, porque aun suponiendo que hubiese querido tenerlo, y no quería, no habría habido manera de hacerlo pasar por hijo de Joseph, y ciertamente él se habría negado a darle su apellido. De modo que lo primero que hizo fue hablar con Albert, el padre de la criatura.
- Hasta aquí llega nuestra relación -- le había dicho al pobre desdichado -- cometí un error, y voy a repararlo.
- ¿Consideras nuestra relación un error? -- preguntó Albert
- Querido, en líneas generales la pasamos bien y nos divertimos, pero un hijo no estaba incluido en los planes. De modo que debo reparar eso de forma inmediata
Pero por mucho que Albert pidió y suplicó, ella se mantuvo inflexible, y después de eso, había solicitado permiso a la Reina para retirarse al campo, pretextando no encontrarse bien de salud, y realmente como estaba pálida y descompuesta, éste le fue concedido. El asunto era que una vez más había subestimado a su marido, que aparte de ser muy astuto, la conocía lo suficiente como para saber que solo algo de muy seria naturaleza, obligaría a aquella arpía a abandonar la corte, y como era de suponerse, no le llevó mucho tiempo enterarse de la verdadera razón. De manera que cuando Helen le informó que pensaba viajar al Castillo de Livin Hall, fue ella quien se llevó la sorpresa.
- Joseph -- le dijo durante la cena -- pienso dejar la corte por unos días.
- Ya lo sé -- le dijo él -- saldrás mañana a primera hora rumbo a Suiza
- ¿Cómo dices?
- Ahorrémonos la parte donde ambos fingimos que no sabemos lo que sucede -- dijo con la mayor frialdad -- Irás a reparar “tu error” al lugar apropiado, y no regresarás hasta que yo lo ordene.
- ¡No puedes hacerme eso!
- Ya lo he hecho
Dicho eso se levantó, abandonó el comedor y la casa. Helen no volvió a verlo hasta casi dos años después, porque a la mañana siguiente tal y como él había dicho, estaba todo listo para su partida, y como había dicho también, fue trasladada al puerto donde abordó una nave que la llevó fuera de su país. Joseph la había exiliado como castigo. Lo que no sabía ella en ese momento, era hasta donde iba a llegar.
Una vez que Joseph se había enterado de la necedad de su mujer, había empezado a pensar cómo resolverlo, pero en el ínterin, a Albert Hall no se le había ocurrido nada mejor que ir a hablar con él. Joseph lo había escuchado en forma impasible, y llegó a la conclusión de que aparte de imbécil, aquel sujeto no tenía ni las más remota idea de cómo conducirse ante alguien que tenía el poder para borrarlo de escena de un plumazo, como de hecho lo hizo. Porque una cosa era estar debidamente enterado de todo, y otra muy distinta que el implicado se atreviese a echárselo en cara precisamente a él.
De manera que Joseph decidió que ambos pagarían por aquello. Helen fue enviada a Suiza, donde se vio obligada a tener al bebe, y luego éste fue dado en adopción de forma inmediata, ni siquiera le permitieron verlo, y no es que ella quisiera hacerlo, porque lo había odiado durante todo el tiempo de gestación. Y luego fue recluida en una institución de reposo donde solo había ancianos. Mientras que el joven oficial Albert Hall, era enviado a una expedición a las colonias americanas, de donde no regresaría jamás. Todo esto se había hecho bajo las órdenes de Joseph Danworth, desde escoger a la pareja que adoptaría al bebe de Helen, hasta el exilio de Albert Hall.
Todos estos acontecimientos habían tenido lugar, durante los seis primeros años de matrimonio de los Danworth, después de los cuales, Helen aprendió varias importantes lecciones, al menos como ella lo apreció. Primero a nunca más subestimar a su marido. Segundo, no relacionarse con hombres solteros. Y tercero, a cuidarse bien para que jamás le volviese a suceder aquello. De modo que desde que Joseph le había permitido volver, hasta la presente fecha, había observado rigurosamente esas tres cosas. Y aún una más, que fue una orden directa de Joseph, y consistía en dejar en paz a William Arlingthon.
A cambio de su buen comportamiento en esas áreas, se le permitió ejercer cierto grado de poder, y eventualmente Joseph le concedía algunos caprichos en cuanto a sacar de escena a ciertas personas que la incomodaban.
En lo único que no hubo forma de que Helen fuese otra cosa que un desastre, fue en la crianza de su hijo, y Joseph estaba seguro, que ya era demasiado tarde. Dylan acababa de cumplir quince años, y había dejado la niñez hacía mucho tiempo, suponiendo que algún día hubiese sido un niño.
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