Elogio de los que miran las mareas
Mi abuelo decía: «Los que se llenan los ojos de mar, tienen la boca colmada de besos y las manos llenas de muertos»… Mi abuelo veía las dos caras que tiene la mar. Yo salí marero, como mi abuelo. Yo soy de los que vigilan las mareas, ¿sabe? Las mareas, suben y bajan dentro de mis ojos. ¿Ve usted esos que están ahí mirando?, pues igual. Se pasan el día llenándose de mar. No hacen nada más que mirar y mirar, como yo. Les gusta hablar poco, ya han hablado lo que tenían que hablar. Yo también soy callado y mi mujer hace tiempo que se calló. Me dice, «ven» y se pone a contarme las canas del pelo y yo me acurruco a su lado como un perro faldero. Yo vengo de ahí más atrás a parar aquí, al espigón y me pongo a mirar. La mar no se puede mirar de frente ¿sabe usted?, hay que mirarla al bies, con respeto. Esos que están mirando ahí, no son pescadores ni nada, no hace nada, están echados todo el día. Algunos no saben ni margullar*, pero no pueden dejar de mirar. Vienen aquí porque los llama la mar. La mar es mujer, ¿sabe usted? La mar jala de uno y lo arrastra y tiene ojos y manos y boca. Puede más que uno y tiene de buena lo que tiene de mala, por eso hay que mirarla siempre. Siempre está cambiando, la jodida. Usted la ve ahorita como un plato, ¿verdad? Dentro de nada empieza a llenar y cuando llega arriba del todo, se levantan olas como castillos. En este lado de ahí, cada cuatro una es como un zarpazo. Si le coge le da un estampido y lo bota pa fuera o lo estallan contra los riscos como si fuera usted el papelito de cometa. Eso pasa también cuando hay mar gruesa, ¿sabe? Pero la mar avisa, no es traicionera. Hay que tenerle un respeto y mirar también el color y si está oscura o turbia. A la mar hay que venir cuando vacía, todo lo demás es muerte. Aquí los veo yo que entran y después más nunca salen. Lo peor de todo son las corrientes y la mar de leva. Al mar de fondo le dicen aquí, de leva, pero es lo mismo. La corriente te mete pa dentro del veril**, te chupa y luego va y te saca pa’ avante, derecho pa afuera pa la Punta del Berode o más lejos. Y el viento. La mar la levanta el viento y el viento la vuelve como loca... y se llena de gaviotas que se alimentan de viento y de gritos y gemidos ¿Ve usted esa mujer de negro? Viene todos los días. No viene a mirar la mar. Viene a escuchar la voz de su marido que también habla con el viento. Está ahí abajo metido, en el fondo, sabe Dios. La mar se lo llevó un día y no lo ha vuelto a traer más nunca.
Juan Yanes |