“ruleta rosa”
Uuuju… permítanme sonreír un poco antes de comenzar a escribir; sonreír no sé para qué si el suceso no tiene nada de jocoso ni mucho menos el final que uno casi siempre espera... Sonreír como cuando a alguien le preguntan algo de lo cual no tiene la más mínima idea… Pues sí, aquella noche mientras en el patio o en la sala se bailaba y se libaba licor, se fumaba o se comía de todo, adentro, en sala matrimonial, Juan comenzaba a desvestir a su reciente joven esposa, Fátima, quien se debatía entre la lujuria y la fantasía, entre lo divino y lo demoníaco. Hoy cumplía sus veinte años y hoy se había desposado con el hombre que le prometió cumplir aquel peligroso ritual que debía ocurrir después de consumada la boda… La novia miró el viejo revolver de su padre, miró a su esposo, sintió que su corazón y su cerebro le decían que aquel hombre era al único que ella había amado.
Juan, la besó largamente, sus ojos se clavaron en los de ella, en realidad aquella hembra era muy hermosa, se le veía en la mirada la nobleza hecha realidad, sus labios eran demasiado jugosos, cuando comenzó a acariciarle los pitoncitos de los senos alcanzó a comprender que aquella sería una buena madre para amamantar unos cuantos hijos, si era que en aquella noche no pasaba nada… Miró el viejo revolver, miró a su esposa y sintió que su corazón y su cerebro le decían que aquella era la única mujer que él había amado.
Fátima se dejaba llevar por su hombre, las manos de Juan, aún en medio de un poco de nerviosismo con plasticidad estética recorrieron aquel cuerpo que parecía desdoblarse muy pronto. Afuera se escucharon gritos de “vivan los novios” pero ni Juan ni Fátima se dieron por entendidos. Lo suyo estaba en hacer el amor por vez primera y sellar aquel lance que ellos mismos llamaron “atrevido”. La novia no olvidó guardar con cuidado en el closet su blanco traje.
Cuando el hombre la desvistió totalmente apareció el cuerpo límpido de una mujer que hasta hoy conocería varón. Sus admiradores habían sido muchos, aquellos labios candentes si habían besado otros muchos labios, pero nunca habían derramado el sabor que hoy derramaban, aquellos ojos habían mirado otros ojos pero nunca habían devuelto el amor que hoy devolvían, y, aquella vagina, hasta la noche aquella… sería usurpada.
Cuando esto ocurrió, Fátima comprendió que había valido esperar esta fecha, se retorció, apretó a su macho con inclemencia, su porte de dama casi tierna pasó a ser casi de fierecilla salvaje, fierecilla que estaba muy bien recompensada pues su adorado no quedaba mal en aquella “partida sexual".
No fue una sola vez, hicieron el amor varias veces, sus juveniles cuerpos derramaron y derramaron extractos sagrados de placer. Tampoco fue una orgía, fue una consumación… casi sagrada…
Ya con sus cuerpos y espíritus exhaustos se sentaron al borde de la cama y lentamente fueron descolchando la vieja botella de wisky programada para aquella noche. Él se sirvió un vaso grande, ella sirvió su propia copa que borbotó varias burbujas transparentes. Tomaron muy lentamente aquel licor que en aquel momento tenía un raro sabor de brebaje natural. Intercambiaron tragos como buenos enamorados. No faltó el besito simple o la caricia de calma. La botella se fue quedando sola, el color del vidrio fue cambiando de un oscuro a un amarillo celoso. Las últimas gotas fueron degustadas como si en realidad fueran a ser las “ultimas”. La botella rodó por el piso, el vaso y la copa descansaron muy cerca de ella. Afuera, en el salón de baile, el ramo de novia volaba de mano en mano en un juego novelesco de unas cuantas jovencitas, un manojo de globos blancos estalló a causa de la brisa pertinaz de la madrugada. Y la pareja que sólo horas atrás había se jurado amor frente a un crucifijo se trenzó en el más emotivo y largo beso. Quizás podría ser el último. Ella tomó el revolver…
Al coger el arma, el frío del acero pernocto por brevísimos instantes en los artísticos dedos de la mano derecha de aquella novia, apretó la cabeza contra la de su hombre. “Si la bala nos traspasa es porque Dios sabe que nuestro matrimonio va a ser infeliz”. Esa era la diabólica filosofía que se habían infundido. Un viento lóbrego recorría la estancia en aquellos instantes como anunciando un mensaje catastrófico. La boquilla del cañón del arma quedó como prendida del oído de aquella mujer, al lado contrario el oído de su adorado se unía al de ella, si la bala sonaba ambos cráneos serían atravesados indudablemente. Una mirada entre sí, la bendición y… la bala estalló… “Lo que Dios a unido que no lo separe el hombre”.
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