Daniela se encontraba llorando de nuevo en su cuarto, su madre la había golpeado de nuevo, no paraba de repetirse “¿Por qué me odia tanto? ¿Cuándo haré yo algo que le parezca correcto? No importa como haga las cosas, siempre están mal para ella y solo ella tiene la razón, no puedo soportar eso más”.
Daniela era una muchacha de quince años que desde pequeña, tras la muerte de su padre, tuvo que “soportar” a la más amargada de las madres. Nunca la felicitaba por sus logros, y cuando hacía algo mal se enojaba como loca y recurría a la violencia. Daniela comenzó a pensar en irse de la casa pero no tenía un lugar para quedarse, seguro que si se quedaba en casa de una amiga, su madre la buscaría y la arrastraría de regreso a casa para seguir abusando de ella.
Por su parte, Clara creía que tenía a la hija más insoportable del planeta, una niña que nunca hacía nada sin proferir palabras de repudio que se enojaba fácilmente y le contestaba en voz alta. Tras la muerte de su marido tuvo que “soportar” con una hija holgazana que apenas y va bien en la escuela, que no hace nada en casa y que para colmo, no la quería como madre, pues si lo hiciera, por lo menos la obedecería y no la haría rabiar a diario.
Ambas vivían en mundos separados, no aceptaban las opiniones de la otra y sufrían constantemente. Sin embargo tenían que apañárselas para convivir juntas. No todos los días eran gritos y violencia, habían días tranquilos cuando Clara regresaba cansada del trabajo y Daniela hacía sus tareas, entonces casi no hablaban pero tampoco peleaban, si surgía algún tema de conversación prontamente se convertiría en una pelea.
Pasó un tiempo en que la relación ya hasta les parecía un poco soportable, pero cambió cuando en una reunión de entrega de notas, Daniela había tenido las calificaciones más bajas del grupo, Clara estalló en cólera y le gritó con fuerza, Daniela avergonzada le gritó también “¡Cállate, pareces una loca!” en respuesta recibió una bofetada, su madre la tomó del pelo y le dijo que jamás le volviera a hablar así, todo mundo los veía pero no les importó, seguían peleando.
Cuando llegaron a su casa, Clara tomó una vara y golpeó a Daniela con toda su ira, Daniela le gritaba “¡Pégame! ¡Solo eso sabes hacer!” y Clara le repetía “¡Cállate! ¡Cállate! ¡Me quieres matar de la cólera!”. En la noche, cuando Clara se fue a trabajar, Daniela salió de su cuarto y golpeó todas las paredes, el piso, los muebles, hasta sangrar sus nudillos. Juró que se vengaría y pensó en matar a su madre.
Cuando regresó a la escuela incluso sus amigas rehuían de su presencia, sin embargo un estudiante mayor se le acercó y le dijo “¿Y qué piensas hacer?” Daniela lo observó extrañada “Para matar a tu madre, ¿Qué tienes planeado? ¿Estás lista para ir a prisión por hacerlo?” - “No sé de qué me hablas, enfermo” contestó Daniela mientras se alejaba, pero él la alcanzó y le dijo “Conozco muchos casos como el tuyo en mi vecindario, las madres enojadas terminan matando a sus hijos a golpes sólo porque están enojadas con sus míseras vidas, debes hacer algo antes de que eso te pase” Daniela se sintió extrañamente atraída a la propuesta y quedaron de verse luego.
“Alguna vez habías visto esto” Le dijo a la salida sosteniendo una bolsa con una planta extraña “¿Es marihuana?” preguntó Daniela y con una sonrisa macabra contestó “Esta planta se llama adelfa y es de las más venenosas en el mundo, tienes que poner un poco de esto en las bebidas o comidas de tu madre y en unos días morirá” Atónita, Daniela intentó parecer interesada “Pensé que me ibas a ayudar a no ir presa, si la enveneno es obvio que me meten en la cárcel” De nuevo con una sonrisa más macabra que la anterior contestó “Es que es la primera parte del plan, le dirás que estás arrepentida y serás la hija perfecta, entonces cuando todos vean lo bien que te llevarás con ella, nadie se atreverá a inculparte, ¿Quién culpa a una hija de matar a su propia madre?” Con el más grande de los temores y un poco temblorosa, Daniela aceptó la planta y puso en marcha el plan.
Un odio siniestro que ni si quiera ella comprendía, empujó a Daniela a intoxicar a tu madre, puso unos cuantos pétalos picados en el arroz que preparaba y le sirvió la comida a su madre mientras de rodillas le pedía perdón por ser mal hija, incluso sobreactuando un poco, después de un sermón, Clara comenzó a comer y Daniela solo se quedaba ahí, mirando como moría su madre.
En un par de días, Clara comenzó a presentar extraños problemas, un gran dolor de estómago e incluso vómitos. Daniela temblaba al ver a su madre así, pero continuó con el plan, pensó que ya no podía detenerse, la muerte de su madre era inminente y tenía que procurar seguir su teatro.
No contestaba mal a sus regaños y hacía todo exactamente como su madre se lo ordenaba sin chistar, cosa que antes era imposible, este repentino cambio de actitud no pasó inadvertido para Clara y una semana después de que el plan comenzara preguntó a su hija “¿Me escondes algo Daniela?” Daniela no pudo contenerse y comenzó a llorar, su madre se acercó a ella pero cayó desmayada y no respondía, Daniela llamó inmediatamente a una ambulancia y esperó a que le dijeran cómo se encontraba su madre mientras repetía entre lágrimas “Ya no quiero que te mueras, nunca lo quise…”
El médico le dijo que no era muy grave pero que le harían unos exámenes, que se fuera a la escuela y regresara después. Cuando llegó a la escuela se encontró con el chico que le había dado el veneno para matar a su madre parado con una sonrisa cínica. “Hay una medicina” Preguntó Daniela desesperada “No la hay, ¿ya pasó una semana verdad? Ya no hay vuelta atrás” Daniela continuó llorando mientras le imploraba un antídoto pero él solo se reía de ella en su cara.
Regresó a su casa temblorosa, con miedo de perder a su madre para siempre, pero una voz la tranquilizó “Ya regresé, me dijo el doctor que era falta de líquidos porque consumí un purgante, no sé ni cuando me comí algo de eso” Daniela se dejó caer en brazos de su madre más alegre que nunca, su madre la apretó suavemente y esto le trajo un sentimiento nostálgico.
En la escuela al día siguiente, el chico la tomó de la mano y la llevó a un aula vacía donde le dijo “Esta planta se llama adelfa, la que te di era una simple achicoria, en verdad solo fue un laxante natural” Dijo sosteniendo una flor amarilla “Ten esta, harás dos cosas con ella, la primera será recordarla siempre como un símbolo de la paciencia, sé paciente, escucha antes de hablar y sobre todo actúa con calma y con amor, actúa con la paciencia con la que florecen las flores, como el brillo amarillo del sol que lento lo vemos cruzar el cielo, la segunda es, que no te la comas, es tóxica”
Daniela sonrió y se dio cuenta que no era un alumno de la escuela, ni siquiera lo veía como humano, preguntó por su nombre y él respondió “Arcobaleno”.
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