El cielo está nublado y hace mucho calor, se siente la noche arder a medida que avanza el silencio opaco de sudor que cubre tu rostro asombrado.
Tomas conciencia de que estás buscando un manto de fibra, raíces entre las grietas del aquel ayer que aún te perturban.
Tú buscas desesperadamente, el calor molesta como los insectos que deambulan tejiendo sus redes, su comida está de paso.
La calma es tan impresionante que la humedad se hace visible, se adhiere al cuerpo como ventosa dañina, las nubes corren rápidamente anunciando la llegada de la lluvia. Te detienes frente al espejo, en la alcoba donde un día me mataras.
Tu llanto se escucha a lo lejos, tus palabras salen disparadas de tu boca, lo que un día prometieras, amarme. Tus manos son garras apretadas. Te miras y ves mi rostro de niña recién desposados, tu furia aleja el encuentro, se retrae tu rostro, mi figura surge intacta, te toma de la solapa y tira con fuerza, quieres huir, te aterra verme y descubrir que no envejecí, tú en cambio ya tienes la edad del tiempo.
Estas en mi lugar donde me dejaras aquel día gris del mismo modo que hoy te trajo a mí, estas a mi lado admirando tu obra, el miedo te corroe el alma, y tu cuerpo adulto no soporta ese encuentro, falla tu corazón, el mío intacto recoge las palabras repetidas.
Al romperse el precioso espejo estoy de regreso bella, diosa, en un mundo diferente para explorar ahora que soy libre.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI.
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