Una señora que caminaba apaciblemente por la calle, tropezó y cayó aparatosamente. Su pierna, al chocar con el pavimento, sonó tal si se hubiera quebrado. Sus ayes de dolor llamaron la atención de la enorme masa de gente que caminaba por los alrededores.
De inmediato, todos corrieron hacia ella, seguramente, para auxiliarla. ¡Todavía existe la solidaridad! – me dije y se me inflamó el pecho de orgullo por esta muestra enorme de humanidad de mis compatriotas.
La gente se detuvo, haciendo un círculo sobre la pobre mujer, que se desgañitaba gritando, pidiendo que alguien la ayudara. Pero, ¡sorpresa! Todos desenfundaron sus teléfonos y cámaras y comenzaron a filmar la dramática escena. Algunos, cual experimentados camarógrafos, cambiaban de plano, acercaban el objetivo al rostro de la mujer y otros, se ayudaban con cartulinas blancas para iluminar mejor el doloroso episodio.
Un tipo, micrófono en mano, e inspirado por las musas de la obviedad, le preguntó con voz de notero televisivo; - ¿Le duele mucho, señora?
Me sentí conmovido y frustrado. Conmovido, por el tremendo drama de esa pobre mujer. Frustrado, por no haber traído también mi cámara...
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