Carmen, la cirquera, contenta con sus caudales caminaba como capitana de carabela. Cuerpo curvilíneo de cadera consagrada en cosquillear el cielo, y cintura ceñida. No confundir su cimbreante catadura con carencia de cortesía, pues contestaba cualquier cortejo, como correspondía clamo de caridad.
Ciudadanos y comediantes la consentían y calzaban en cualquier circunstancia: cuando colmaba el circo al cimbrar de cintura y campanear de castañuelas, como en crepúsculos cabizbajos de candelada cercana a la carroza con cuitas de cariños caducados.
Colosal confusión cuando sin croquis del circo corrió.
Cansada del calor de las costas caribeñas, de las claves del crótalo y comer cangrejo y caracol, a la cala de cetáceos caminó.
Caucásica corriente cautivó su conciencia, creíblemente su cometido capital.
En corazón y cuerpo se consagró al cuidado de cetáceos, con cuales coexistió y compartió la ciencia del cimbrado.
Contingencia poco común, en corto ciclo la contorsionista del circo cambió.
Crudos cazadores de cachalotes se conmueven con el espectáculo costero del centelleante calado de una consorte de copiosa cabellera y desde la cintura crecida en cola.