La criatura se movía…
El grito desesperado de una mujer desgarró la noche, esa noche cerrada y negra sin luna. Hilos se sangre corrieron, buscando donde caer, el brillo escarlata y el olor eran inconfundibles. Si ella lo hubiera sabido entonces…
La criatura no quería seguir en su encierro, su liberación causaba el dolor. La mujer volvió a gritar, sus gritos se mezclaban con llantos de súplicas dirigidos a nadie. Los hilos de sangre se ensancharon hasta formar un río que volcaba su caudal en el suelo.
Un interior húmedo se crispaba y despedazaba, el sentido se perdía, el mundo solo era dolor. La criatura avanzaba sin titubeos, otros lo habían hecho antes que ella, otros lo seguirían haciendo una vez que pereciera. No debía echarse para atrás, hacer eso significaba su propia muerte. No, ese era el momento; había que mantenerse firme, el dolor ajeno significaba su supervivencia. Pero, una vez que lo hiciera, todo cambiaría. Los peligros seguirían existiendo pero no lastimaría, si así lo quisiera.
La mujer continuaba a pesar del dolor. Hasta el hombre más valiente se admitiría incapaz de soportar semejante tormento. Ella maldecía su suerte, sin pensarlo. El sudor frío corría, casi a la par que la sangre caliente de un vientre destrozado.¿Cuánto más duró? Ni ella lo sabe.
Al final, con sus últimas fuerzas sólo atinó a cerrar sus ojos. Ella ya no se sentía responsable de sí misma, su cuerpo dolía, su voluntad menguaba. Con un grito de vitalidad la criatura emergió, húmeda y sangrante. Ya era parte de la vida, su lucha terminaba, por ahora.
La mujer abrió súbditamente los ojos y, aferrando a la criatura contra sí, esperó que su instinto respondiera. Alguien a su lado, ese alguien que sólo había sido un mero testigo, con la voz entrecortada atinó a decir: Es un varón.
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