Atrás el gris
Un hilo de cenizas
debajo de las suelas de los años
se colaron, sin pausa,
en unas grietas
del mundo cotidiano.
Craquelado,
en pedazos,
una urdimbre de hilos desgastados,
la vida se hizo pausa sin sosiego
y murmullos ahogados.
Tras los muros
había una ciudad: un mundo accidentado,
por el que, tropezando, sin las metas,
iban los que, de abajo,
se levantaron para urgir las voces
y un polvo de cenizas, en un trazo,
les dibujó resignación y pena,
en azules colores pigmentados.
De la orbe hasta el campo,
desde la habitación de sus harapos,
un suspiro se abrió camino a tientas.
Aire sin aire, aciago.
¿Dónde ha quedado el mundo?
preguntaba el hombre... adormilado.
Una mano más fuerte que las suyas,
un cuerpo como el suyo, pero claro,
una voz sin matices sentenciosos,
¡un amigo! ¡ un hermano!
levantaron al hombre y sus azules
y cargado en sus brazos,
lo llevaron de nuevo hacia la vida,
huyendo de los túneles más bajos,
hacia el llano de la misericordia
que nace en el costado
en esa herida abierta que tenemos
nosotros... los humanos.
Atrás quedó, por siempre, el gris disturbio.
A la vera camina nuestro hermano.
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