Unos de esos días que uno se siente estúpidamente feliz, aclarando que sin haber ingerido ninguna sustancia alucinógena donde la temperatura ambiente es agradable, y la realidad que a veces nos parece frustante, esos días desaparecen y merecemos un aplauso de alegría, ese bello día de agosto salí con mi mochila a cuestas, pero certera de plenitud.
Mis hijos se levantaron de buen humor y yo, caprichosamente dichosa, llegué al kiosco con mi mejor sonrisa y en tono simpático con el humilde propósito de comprar mis cigarrillos de siempre, saludé e intenté pronunciar dos palabras en inglés. En ese instante el despachante con su mayor cara de traste me entregó el paquete de tabaco y me dice:
-Sabías que uno de cada cien mil boludos que me compran se mueren promedio en menos de cinco años a causa del cigarrillo.
(oh! yo con los mejores argumentos de un peatón despreocupado le contesté)
-No sé mucho de estadísticas, pero también sé que mueren cada quince minutos en el mundo un niño por día a causa de enfermedades provocadas por el hambre y la miseria. Y no me gusta que me traten de boluda.
La respuesta no le causó el más mínimo intento de empatía por querer continuar nuestra charla y me despedí.
Justo pasaba la línea de colectivos que me deja en la esquina de mi trabajo. Así que apuré la marcha e hice la seña correspondiente.
Al ingresar al bondi, ví las caras de los pasajeros, y la que me asustó más fue la del chofer. Estaban enojados? Un tsunami había barrido con sus casas? O quizás tenían graves problemas de constipación. Recordé la propaganda del viejo yogurth con lactobasilus y en una mueca divertida y guiñándole el ojo al colectivero saqué mi tarjeta y mientras la pasaba por el visor le dije:
-Buen día, chofer, espero que mejore el día. Porque parece que hoy nadie se tomó su agarompa.
El morocho, me miró indiferente, y a pesar de escucharme no pronunció la más mínima muestra de respuesta, siguió escuchando su radio y su perfil me retó a callarme y sentarme lo más lejos posible.
La verdad me sentía tranquila y realmente pensaba: -Quién me manda a hacer comentarios.
Saqué mi libro, mis anteojos y empecé a leer. Mientras tanto, el transporte a lo largo de un par de kilómetros se colmó de pasajeros. Y se sintieron los primeros refunfuños y quejas por los apretones y la falta de espacio. Modestamente mi lugar era apartado de las puertas y de los primeros asientos. Señal que no debía ceder el lugar por 15 cuadras más que me faltaban.
Fue el tercer episodio, lo que me señaló: tu día de paz y amor se acabará pronto. Cuando la mujer de gordas caderas con un hijo en brazos y ante mi sorpresa me grita: -Señora, no ve que estoy embarazada? Me levanté por respeto, pero acostumbrada yo siempre a defender mis derechos le conteste: - Señora, yo estoy en el cuarto del lado de la ventanilla, la ley o norma o lo que fuera expresa claramente que son los dos o cuatro primeros lugares que hay que ceder para personas con movilidad reducida. Además hay jóvenes en la primeras filas y gozan de perfecta salud, realmente no la entiendo.
-Y usted, tiene algún problema?
-Para nada, solo aclararle que se lo cedo de amable nomás. Y algo de boluda también.
-NO, porque si usted quiere yo me voy (con su panza de 14 meses y un crío colgándole)
Decidí no continuar esta charla ridícula y por supuesto observar la situación que me tomé el trabajo de mirar por unos segundos . Primer asiento, un ciego con bastón y mujer de acompañante. Segundos lugares: dos ancianas y un escolar del lado de los asientos individuales. Y la piba de los ipods masticando chicle? Y el pelotudo de 50 años?
Qué más, recordé la vieja musiquita de la tele…”soy feliz, soy feliz, vamos que la vida es una fiesta!”
Y la verdad me reí por dentro, porque qué carajo me tenía que importar eso. “Focalizaré en mi felicidad, dije satisfecha” la frase iba a recordarla por largo rato.
Porque me tropecé en los adoquines y me di la boca contra el suelo. Por suerte mi vista divisó un caballero joven de unos 30 o 40 años, que con cara preocupada se acercó y su perfume me envolvió, retomé mi frase de “focalizaré…” y me levanté como una acróbata rusa.
-No gracias, y le ofrecí mis ojos sonrientes. Agregando decidida “-pudo haber sido peor. Por suerte no pasó ningún auto”.
Y pensé que eso cambiaría mi racha. Llegué a la escuela, y vi el gentío de chicos en la puerta.
Qué pasó? Le pregunté a la portera.
-Es que se agarraron a las trompadas dos alumnos del colegio.
-¿Quién los separó?
-La directora, y también preguntó quién era su preceptor.
“zonza, zoncita acaso la vida no es eso?” pensé para mis adentros, “un constante desafío”.
Pero por esas cuestiones de cierta sabiduría realista, a esa altura, percibía que acaso toda esa proyección mental comenzaba a cambiar y que mi focalización se alteraba notablemente, ¿o me daba un toque de alerta?. ¿Soy feliz hoy? ¿ ¡¡Soy feliz!! ?(Continuara)
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