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Inicio / Cuenteros Locales / enriquep / EL ROSTRO UNIFORME - CAP 3: TERCER DIA

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TERCER DIA:
Son ya las siete de la mañana, y nos encontramos en el tercer día que compartimos con nuestro melancólico amigo. En estos dos días que han pasado hemos descubierto a un hombre triste, preocupado y agobiado por una obsesión enfermiza que lo ata permanentemente a un pasado que quisiera olvidar. Pretende borrar de su mente su vida pretérita pero no lo consigue, siempre hay algo que lo mantiene aferrado a ella. Desea repetir en el presente lo que ya pasó y que no puede recuperar. Su vida actual está llena de tristeza e inseguridades, y cree que para él no existe el futuro. En la charla con el siquiatra, éste le dijo que tenía un gran sentimiento de culpa por algo que había hecho, de lo cual estaba arrepentido. Nosotros todavía no sabemos a qué se refiere, ni como piensa encarar su vida en adelante. Es una estricta decisión de él elegir cual será su futuro. En solo dos días hemos visto una vida llena de preocupaciones, asi como también vimos otras personalidades contrapuestas. Si no hubiéramos tenido la mágica oportunidad de meternos dentro de la vida de ese desconocido, solo habríamos percibido de él una cara triste y preocupada, como tantas otras que forman la gran masa humana de la que hablábamos al principio. Por lo tanto, al haber elegido una persona al azar, podríamos haber escogido a cualquier otra, con una historia y una personalidad totalmente distintas a la de nuestro amigo, pero que ante la perspectiva de otro ser humano habría pasado indiferente. Nosotros tenemos la posibilidad de observar de cerca las actitudes de un ser humano, y su interrelación con los demás.
Continuando con nuestra simple y cotidiana historia, decíamos que eran ya las siete de la mañana cuando Arturo se levantó, bastante apesadumbrado y somnoliento. Esa noche se había sobresaltado varias veces, permaneciendo varios minutos sin poder conciliar el sueño. La madre lo recibió con su acostumbrado desayuno, que él agradeció con una escasísima demostración de afecto. Pocos minutos mas tarde, Ramírez volvió a formar parte de la histérica ola de gente que parte diariamente rumbo a sus trabajos, con escaso entusiasmo.
Contrariamente a lo que podamos imaginar, esta vez Arturo no olvidó nada en su casa, ya que continuó su marcha hacia la parada del colectivo, con bastante mas apuro que el día anterior, recordando tal vez a su superior Hernández. Por suerte esta vez no tuvo que esperar al colectivo, que llegó enseguida.
Al llegar a las proximidades del banco le sobraban quince minutos, que dedicó a caminar por las monótonas y tristes calles de la ciudad, observando con desazón las desabridas e inexpresivas caras de la gente que las recorría. Solo se detuvo por unos breves instantes, a observar a un viejo bastante harapiento y maltrecho, que tocaba lentamente un antiquísimo acordeón, que seguramente lo acompañó durante muchos años, mientras a unos centímetros de él una carcomida alcancía aguardaba que algún corazón bondadoso, pero quedan muy pocos, arrojara en ella unas escasas monedas. El viejo no tenía piernas y estaba apoyado torpemente sobre unas sucias tablas de madera, mientras intentaba tocar con sus hinchados dedos una triste y lenta melodía, que seguramente había aprendido con mas práctica que estudio. Su cara era triste y desgarradora, y su piel estaba curtida por el impiadoso sol. Pero pasaba inadvertido para la gente que caminaba apurada, sin tiempo de observar a los demás, excepto por alguna persona que de vez en cuando se detenía a mirarlo, como si fuera un objeto extraño, pero que al cabo de unos instantes se alejaba, dejándole unas ínfimas monedas. Arturo observó detenidamente a ese marginado, y quizás se haya sentido identificado con ese ser extraño y alejado del resto de la sociedad, por el mero hecho de ser distinto de los demás, que sufre en un mundo en el que nadie tiene tiempo para mirar a los otros, y mucho menos de compadecerse de ellos. Tras observar al lisiado durante algunos minutos, el apuro primó ante la compasión. Sacó una pequeña cantidad de dinero de su bolsillo y la depositó en la gastada alcancía, recibiendo un gesto de agradecimiento del viejo, y volvió a compartir las calles con el resto de los indiferentes peatones, caminando apresuradamente hacia el banco.

Al llegar a él fue saludado por algunos empleados que iba cruzando por los corredores, que le brindaban hipócritas y rencorosas sonrisas, y palabras falsas. Cuando entró a su despacho no estaba Hernández en él, y se encontraban todas las cosas en la misma posición en que las había dejado el día anterior. Inmediatamente comenzó a ordenar algunos papeles que había dejado sobre el escritorio, y se puso a realizar su tarea, tratando de sobrellevar y solucionar los problemas que a cada minuto se le presentaban.
Aproximadamente dos horas después ingresó Hernández al despacho, y le dijo, -Ramírez, tengo que hablar unas palabras con usted.
-Está bien, dijo nuestro amigo, apartando de sí los numerosos papeles que tenía, y ofreciéndole un café a su superior, que aceptó cortésmente.
-Como le había dicho ayer, el gerente general no pudo llamarlo en la víspera, y lo va a saludar dentro de unos minutos. Reconozco su capacidad y no quiero, ni es mi intención, subestimarlo, pero como le dije ayer le sugiero que sea lo mas discreto posible. Hable poco y solo lo necesario. Acepte y agradezca los consejos que le dé, aunque no comparta lo que dice. Infórmele muy brevemente sobre su actual actividad y sobre las tareas que está desarrollando. Y por sobre todas las cosas, sea amable y dócil con él.
-Agradezco sus consejos, señor Hernández, pero creo que por el momento no los necesito, contestó Ramírez, con bastante enojo. Yo sé que no estoy acostumbrado a ocupar un puesto jerárquico, ni a tener tantas responsabilidades, pero creo que puedo hablar con tranquilidad con el gerente o con quien sea, y lo haré como me plazca.
-Yo quiero que entienda que le hablo por experiencia, y que lo hago por su bien, replicó Hernández, bastante ofuscado, ya que no tengo por qué dirigirme a usted con tan sinceras palabras. Además, reconozco que se desempeña en un puesto nuevo y que es un hombre muy eficiente, pero si es tan impertinente con el gerente como lo es conmigo, seguramente él no lo tolerará, y hará que inmediatamente sea alejado de la institución. Además, estimado Ramírez, dijo el jefe en un tono mas calmo, no vale la pena ni tiene sentido enojarse con alguien del cual uno puede depender en cualquier momento, siendo tan fácil ser cordial y complaciente. Porque, aunque usted no esté de acuerdo, si quiere triunfar y tener éxito deberá aprender a ser obsecuente y agachar la cabeza cuando sea necesario.
-Gracias por sus palabras, señor Hernández, dijo nuestro amigo, tratando de contener su ira, pero no será usted quien me diga cómo debo actuar. Seré yo quien decida qué decirle al gerente y cómo hacerlo, asumiendo toda la responsabilidad por lo que diga.
-El gerente pensó que usted era el hombre indicado para ocupar este puesto. Espero que sus irreverencias no lo hagan cambiar de opinión, dijo el jefe mientras rascaba su calva como si quisiera hacer surcos en ella, y contraía su ojo derecho casi constantemente, tras lo cual se retiró rápidamente y con bastante enojo, sin dejar que Ramírez le replicara nada.
Al retirarse el jefe de la oficina, Ramírez reanudó la tarea que había interrumpido para atender a su superior, pensando sin duda qué le diría al gerente, y cómo se dirigiría a él. Sus ganas de superarse y tener éxito no le importan demasiado, ya que estuvo muy irrespetuoso con su superior, sabiendo que éste le comunicaría al gerente su actitud, tan agresiva e inexplicable para Hernández.
Media hora después de su entredicho con el jefe, nuestro amigo recibió una llamada telefónica del gerente general del banco, de la cual solo escuchamos lo que dijo Ramírez, que fue lo siguiente: - Encantado, señor Benitez, muchas gracias. Espero cumplir mi tarea lo mejor posible. Gracias, señor, pero creo que sus elogios son inmerecidos. Así es, el señor Hernández me transmitió sus disculpas. ¿El trabajo?, al principio me resultó difícil al verme ante algunos inconvenientes que se presentaron, por ejemplo, hay algunos balances de este último bimestre que no están en orden. También he detectado la existencia de cheques sin fondos. Además, el banco afronta numerosas deudas, y no sé de donde sacaremos los fondos para, ya sé, señor, pero solo quiero informarle que estamos en rojo. ¿Cómo dice?, usted cree que se podrá salvar este banco de la quiebra? Yo creo que si se encaran las cosas debidamente, ya lo sé, pero al menos sería una salida parcial. No es que lo subestime, señor, usted me preguntó lo que haría, y yo creo que. Sí, señor, tendré los informes para mañana. ¿Hernández?, creo que es un buen hombre para este banco, aunque no es el indicado para ocupar el puesto que desempeña. Ya sé que no soy quien para juzgar a mis superiores, solo emití una opinión. Tampoco yo creo ser el indicado para el puesto que ocupo, aunque agradezco el honor que me han otorgado. Sin embargo no me siento capacitado para ocupar un cargo jerárquico. Tal vez a usted le convenga alguien que piense como usted, y que sea mas dócil que yo. Sí, señor, tendré todo listo para mañana. Disculpe mi insolencia, pero estoy acostumbrado a decir siempre lo que pienso, y no sé actuar de otro modo. Está bien, gracias por llamarme. Hasta mañana, señor.

Cuando terminó su impertinente conversación con el gerente, nuestro amigo se quedó mirando fijamente su máquina de escribir, tal vez reflexionando sobre su actitud tan agresiva con Benítez, y su anterior charla con su calvo y sumiso superior. Tras meditar durante algunos instantes, nuestro muchacho decidió no darle mayor importancia a lo sucedido, y continuó su tarea, revisando archivos, haciendo anotaciones y ordenando documentos. Sabemos que es un hombre frío y conocemos su desaprensión hacia la vida y su desinterés en tener éxito. Pero al jefe y al gerente seguramente les molestó sobremanera la inadecuada actitud de Ramírez.
Aproximadamente una hora después de la llamada telefónica entró en su despacho Hernández, que con mucho enojo y tratando en vano de disimular su furia, se sentó frente a nuestro amigo, corrió unos papeles que estaban sobre el escritorio y le dijo: - hace unos instantes me llamó el gerente, quiero que sepa que está bastante enojado con su actitud. Me dijo que usted lo trató en forma muy impertinente y agresiva, que trató de decirle cómo manejar este banco y que criticó desmedidamente su labor y la de otros superiores, entre los cuales tuvo la gentileza de mencionarme, diciéndole que yo no era el hombre apropiado.
Ramírez, con una calma inusual, se mantuvo largo rato sin decir palabra, hasta que el jefe apaciguó su cólera. Con voz firme y pausada le dijo, - si no recuerdo mal, señor Hernández, hace solo un par de horas le dije a usted que le diría al gerente lo que quisiera y como lo creyese conveniente, asumiendo yo todas las responsabilidades por mis palabras. A cada palabra que agregaba nuestro amigo, Hernández lo miraba cada vez con mas furia, esperando que terminara su discurso con bastante ansiedad. Habiéndole dicho esto a usted, no veo el motivo por el cual le sorprende mi actitud, que usted tilda de impertinente y agresiva. Simplemente me he limitado a contestar lo que me preguntaba el gerente. Solo que discrepé con algunas cosas que él decía, y le dí mi punto de vista.
-Le diré una cosa, replicó el jefe, tratando de moderar su tono de voz. Cuando usted era un simple empleado, yo era quien ocupaba este cargo que usted posee ahora. A decir verdad, yo discrepaba con varias cosas que sucedían en la institución. Aún mas, me ví obligado a efectuar varias tareas con las que no estaba de acuerdo. Pero nunca fui capaz de contradecir ni exponer mis puntos de vista a mis superiores, sino que acepté lo que decían. Ese es el mejor modo de triunfar. En los años que llevé como sub jefe jamás discutí con ningún superior, y es así como hoy tengo unos de los cargos mas importantes que puedan ocuparse. En cambio usted quiere hacer valer su opinión contra la de quienes tienen a su cargo la dirección del banco. Aunque usted crea que lo que dice es lo correcto, no podrá hacer valer su opinión por sobre la de sus superiores, y solo creará rencor en ellos, que tratarán de alejarlo y le cerrarán todas las puertas. ¿Qué hacer entonces?, ¡acomódese a las circunstancias y siga el sentido de la corriente, porque es imposible luchar contra ella! Y como le dije ayer, trate de aprovechar su posición mientras dure. Hay muchos saldos que pueden ser modificados, sin que nadie se dé cuenta. Esto se lo digo solo por su bien, intente rectificarse con el gerente, no faltará oportunidad. De lo contrario, no tendrá éxito en la función que desempeña. Cuando terminó de decir esto continuó escarbándose la nariz con mas tranquilidad, esperando alguna respuesta de Ramírez.
Nuestro amigo miró unos segundos a Hernández, imaginando alguna respuesta, luego ordenó unos papeles que todavía estaban sobre la mesa, los guardó en un cajón de su escritorio. Volvió a mirar a su jefe, meditó otro rato y finalmente dijo, - señor Hernández, agradezco sus palabras, pero no todas las personas somos iguales. Yo estoy acostumbrado a decir siempre lo que siento, aunque moleste a quien sea. Le vuelvo a decir que asumo toda la responsabilidad por lo que digo. Si está bien o no lo que digo, no lo sé. Pero es así como pienso, y si el gerente se sintió ofendido por mis palabras ya le dije que busque a alguien que piense como él, y que sea mas dócil que yo. No me pienso retractar ni pedir disculpas, aunque me juegue el puesto, sencillamente porque no lo he ofendido. Simplemente he disentido con él.
Hernández se quedó admirado de la terquedad y la obstinación de nuestro héroe, que por una tontería estaba a punto de perder el puesto. Mientras limpiaba la perspiración de su calva con un excéntrico pañuelo de seda, con una voz mas calma que antes le dijo a nuestro muchacho, usted es muy obstinado, Ramírez. Yo creo que es una persona muy capaz y eficiente, y que le haría mucho bien a la empresa. Trato de ayudarlo lo mejor posible, ya que le digo todo esto por su bien, si usted siguiera mis consejos saldría muy beneficiado. Le recomiendo que le pida disculpas al gerente, y que a partir de ahora trate de hacer su tarea con la mayor eficiencia posible. Le daré una última recomendación, y luego actúe como le parezca. Usted es muy inteligente, aproveche hasta donde pueda el cargo que tiene, y sepa agachar la cabeza a tiempo, que eso no irá en desmedro de su dignidad, sino que le resultará muy beneficioso. Se lo digo por experiencia propia.
Arturo se quedó pensativo, perplejo ante las palabras de su interlocutor, y al cabo de unos segundos le dijo: - ya le dije, señor Hernandez, que yo soy responsable de mis actos. No tengo por que pedirle disculpa alguna a nadie. Y si me permite, tengo bastante trabajo y no quiero retrasarme demasiado.
Entonces el jefe se levantó enérgicamente, caminó unos pasos hacia la puerta y le dijo: - Ramírez, creo que usted está cavando su propia tumba.
-No sé quién está mas muerto de los dos, contestó nuestro héroe, con marcada ironía.
En las horas siguientes, Arturo trabajó tranquilamente, sin preocuparse demasiado sobre cuál sería su futuro, y continuó realizando su tarea con el mismo ahínco que antes. Su cara estaba triste y delataba una gran preocupación. Cuando solo faltaba media hora para que el banco cerrara sus puertas volvió a entrar Hernández, con varias planillas en la mano, y le dijo a Arturo, seguramente usted recordará que ayer le dije algo sobre un cliente importante que necesitaba su ayuda.
Al decirle esto el jefe, nuestro héroe se puso pálido, sin saber hasta dónde llegaría la desfachatez del calvo. Balbuceó: - sí, algo recuerdo. ¿De qué se trata?
Entonces Hernández desparramó sobre el inmenso escritorio un montón de papeles y documentos comerciales, prolijamente encuadernados en varias carpetas de distintos tamaños, que tenían el logotipo del banco. Tal vez inhibido por las actitudes moralistas de Ramírez, dudó un poco antes de comenzar a hablar, hasta que finalmente dijo: - Estos son los documentos comerciales de este cliente del que le he hablado ayer, el señor Lacarra. Este hombre es uno de nuestros clientes mas antiguos e importantes, y además es íntimo amigo del señor Benítez. Es dueño de numerosas propiedades en el interior. Es un hombre muy importante e influyente, está muy conectado. Su padre era también amigo del fundador de este banco, y fue el primero en tener una cuenta corriente en él. Como usted sabe, el banco está al borde de la quiebra, y Lacarra nos puede ser útil en el caso de que haya una liquidación. Para realizar las modificaciones que él quiere son necesarias algunas firmas, como la suya. Por eso quiero que observe los expedientes y la situación comercial de este cliente, y que efectúe los cambios pertinentes. Pero recuerde que es una persona muy influyente y que se relaciona con gente muy importante.
-¿Estrictamente a qué cambios se refiere?, preguntó Ramírez.
-Bueno, usted tiene que arreglar uno de sus saldos, y corregir unos documentos que se refieren a grabaciones impositivas y otras deudas que tiene Lacarra. Pero le garantizo que usted no se verá involucrado en nada extraño. Solo tiene que firmar. Es un pequeño favor que le pide el gerente, le contestó Hernández, en un tono mucho mas amistoso que el de hacía unas horas.

-¿Y qué pasaría si me negara a efectuar esos ajustes?, preguntó Arturo, en un tono desafiante.
-En ese caso, por orden del gerente, he redactado su renuncia, que usted deberá acceder a firmar, contestó el jefe. Ya le dije que Lacarra es un hombre muy poderoso y tiene mucho dinero, amén de estar muy conectado con varias personalidades. Le harían la vida imposible. No hay salida, Ramírez, tienen todo a su favor. Pero después de todo, solo se trata de arreglar unos numeritos. Usted no saldrá perjudicado, y al gerente y a Lacarra les haría un gran favor.
-¿Cuándo tengo que entregar estos papeles?, preguntó nuestro amigo, con escaso interés.
-Mañana a primera hora, contestó Hernández. Los pasaré a retirar personalmente.
Terminado este corrupto diálogo, el jefe se despidió de Arturo, agradeciéndole con falsas palabras el favor que les hacía, respondiendo éste con una hipócrita y forzada sonrisa. Faltando solamente quince minutos para que cerrara el banco, Arturo, bastante a pesar suyo, se puso a cumplir lo que el gerente le había ordenado, pero se lo veía bastante mas nervioso y preocupado que nunca. Quizás haya pensado en ese tiempo infinidad de veces en su padre, en el inválido del acordeón, en los dos niños que pedían, de muy distinta manera, que una señora les diera un poco de dinero, en el ciego al que nadie veía, en los ancianos que añoraban su juventud, en su madre y su hija, en la masa humana que recorre las calles diariamente, en el siquiatra que juega con su reloj, en su esposa que se levanta de la mesa, en el gerente que lo acusa de impertinente, en el jefe que le recomienda ser obsecuente y servil, en la muerte, en sus sueños, en sus temores, en sus ilusiones, en su cuchillo de plata.
Puntualmente a la hora de cierre del banco, nuestro amigo guardó en un cajón de su escritorio las numerosas carpetas que le había alcanzado Hernández, y aunque ya había realizado los ajustes mas importantes, todavía le quedaban algunas cosas por firmar. A las cuatro en punto de la tarde, Ramírez salió del banco con mucha tristeza, y mas desolado y apabullado que nunca. Tal vez recordó en ese momento las palabras serviles del jefe, que le había dicho que muchas veces tuvo que hacer trabajos con los que no estaba de acuerdo. Estaba triste por haber caído también él en el mismo servilismo.
Como todavía le faltaba media hora para su sesión con el doctor Peralta, decidió volver a recorrer las grises y monótonas calles de la apabullada metrópoli, observando esas caras adustas y tristes que circulan por la misma. Luego de caminar durante algunos minutos, decidió esperar que pasara el tiempo en un modesto y pequeño bar, donde permaneció, triste y meditabundo, durante media hora.
Al salir del bar tomó un taxi y llegó al consultorio de Peralta a la hora que anteriormente habían pactado. Visiblemente mas nervioso que el día anterior, traspasó el largo pasillo y entró al departamento del siquiatra, donde lo atendió la misma mujer, con bastante desgano, que le dijo que esperara y se relajara hasta que finalice el turno anterior. Si el dia anterior estaba triste y preocupado, este día lo estaba mucho mas, lo que demuestra que nuestro amigo va empeorando lentamente, obsesionado con sus pensamientos. Al igual que ayer, Ramírez no prestó atención a los cuadros que cubrían las descascaradas y húmedas paredes, manteniendo la vista clavada en el suelo, abstraído en sus temores.
Cinco minutos después, el doctor Peralta hizo pasar a nuestro amigo, ofreciéndole una amplia sonrisa. Al terminar los saludos Arturo se recostó, y el doctor comenzó a jugar con su reloj pulsera, y le dijo: - Ayer le había pedido que comenzáramos la sesión con su relato de la muerte de su esposa. Le pido encarecidamente que se relaje y me repita la historia con la mayor claridad posible.
-No sé de que puede servir, dijo Arturo, que le repita la misma historia, ya que se la he contado hace poco mas de un mes, y hasta ahora no he percibido mejoría alguna.
-Sirve de mucho, replicó Peralta, mientras seguía jugando con su reloj. Ya que cuando usted me contó la muerte de su esposa su situación era muy distinta. Ya ha pasado mas de un mes y hemos hablado bastante después de aquel relato, y quiero encontrar alguna similitud con lo que me diga ahora.
-Como quiera, dijo nuestro muchacho, con preocupación. Me casé con ella hace casi once años. Yo vivía con mis padres y nos fuimos los dos a un pequeño y modesto departamento que alquilábamos. Tuvimos una hija, que actualmente tiene ocho años. Yo pasaba la mayor parte del día en el banco, ya que para mantener a mi familia debía trabajar varias horas extras. Me iba de casa muy temprano y regresaba a la hora de cenar, donde los tres nos reuníamos y conversábamos. Tenía mucho trabajo y ganaba poco, pero formábamos una familia feliz.Mi mujer pasaba todo el día en casa, realizando las tareas del hogar, pero de repente comenzó a ausentarse. Salía a menudo y no regresaba hasta horas muy tardías. Ella no me decía donde salía, y yo lo ignoraba, ya que trabajaba casi todo el día. Una noche, cuando estábamos cenando, ella se levantó de la mesa. Al preguntarle donde iba me contestó que tenía una cosa que hacer, y que después me lo diría. Entonces le pregunté a mi hija, que en ese momento tenía seis años, y no me supo contestar. Recuerdo que me enojé mucho con ella, porque pensaba que me estaba ocultando la verdad. Al regresar mi esposa a casa, cerca de la medianoche, recuerdo que discutimos mucho. Ella quería explicarme dónde había estado, pero yo no la escuché. Comencé los trámites para pedir el divorcio. Mi hija sufrió mucho en esos días, recuerdo que se encerraba en su habitación y lloraba. Un día en que yo había discutido con mi esposa llegó por la noche a mi dormitorio y me dijo llorando que si nos separábamos ella se moriría de tristeza. Semanas mas tarde, recuerdo que era jueves, como hoy. Mi esposa se levantó de la mesa, y antes de irse, como todas las noches, me dijo que lo que hacía era por el bien de la familia. Pasaban las horas y ella no regresaba. Llovía muy fuerte y mi auto estaba descompuesto, no podía ir a buscarla ni pedir ayuda. Yo estaba sentado en un sillón, llorando toda la noche, esperando que volviera. Pero no volvió. Por la mañana llamaron a mi casa diciendo que la había atropellado un colectivo. Hacía solo tres meses que había muerto mi padre. Fueron dos cosas muy terribles, que cambiaron mi vida para siempre. Nunca mas volverá a ser como antes. Si yo hubiera prestado un poco mas de atención en ella seguramente no se habría ido. Dediqué toda mi vida al trabajo, y descuidé a mi familia. Ahora vivo solo con mi madre y con mi hija. En menos de un año he perdido lo que mas quería en el mundo, qué puedo hacer ahora?, llorar?, en este último año he llorado mas que en toda mi vida.
Cuando Arturo terminó de relatar su dramática historia, el siquiatra, siempre manteniendo su tono sereno y pausado le dijo: -Según las anotaciones que había hecho la otra vez de este mismo relato, usted ha salteado algunas partes. No me ha dicho esta vez dónde iba su esposa. ¿Por qué?
-No sé adonde iba, contestó Arturo.
-Sin embargo, replicó el siquiatra, usted antes me había dicho que trabajaba en la casa de una tía suya.
-Así es, contestó nuestro amigo. Pero después esta tía me dijo que solo fue allí un par de veces, las otras no sé adonde iba.
-¿Su hija no sabía nada?, preguntó Peralta.
-Mi hija me dijo que trabajaba, pero no sabía donde, contestó Ramírez.
-La otra vez usted no me dijo que se iba a separar, dijo Peralta, mientras seguía jugando con su reloj.
-Tal vez lo haya olvidado, pero, ¿qué importancia tiene ahora?, ya todo está perdido, contestó nuestro amigo, con lágrimas en los ojos.
-Usted no debe decir que todo está perdido, dijo Peralta con su habitual parsimonia. Porque no es así. Todavía está a tiempo de reiniciar su vida, lo que no quiere decir que reniegue de su pasado. Se que a usted lo obsesiona pensar dónde iba su esposa, y se aflige por no haber disfrutado de lo que tenía mientras lo tuvo. Pero desgraciadamente todo eso ya pasó y no puede volver al pasado. Como le dije muchas veces, usted no puede corregir su pasado, pero en cambio es dueño de su futuro. Intente incentivarse con algo, y aproveche las oportunidades que tenga de progresar. A propósito, ¿cómo le ha ido en estos dos días en su nuevo trabajo?
-A decir verdad, contestó nuestro amigo, con mucha tristeza, en todos los años que llevo de actividad jamás me había sentido tan humillado como en estos dos últimos días. No sé si influirá mucho mi estado depresivo, pero cuando mi jefe me dio la noticia de mi ascenso no sentí alegría. Al contrario, me sentí abrumado y confundido. Yo estaba acostumbrado a ser un simple empleado, y no tenía ningún ansia de triunfar ni de superarme. Estaba conforme con ser una persona de segunda y pasar inadvertido. Además mi relación con mis compañeros era buena, aunque no soy una persona cordial. Cuando me ascendieron me dí cuenta de que alguien confiaba en mí, y eso me hizo sentír aún mas incómodo.
Peralta, que escuchaba con atención cada palabra de su paciente, al oír esto lo interrumpió y le dijo, - me llama la atención que usted, siendo tan joven, diga que quiere ser una persona de segunda y pasar inadvertido. Se siente tan culpable y frustrado por lo que le pasó que no quiere seguir adelante. Entiendo que su padre le haya servido de ejemplo a lo largo de muchos años, pero en vez de conformarse en ser como él y emularlo, debería superarlo, ser más de lo que fue él. Pero quiero que me explique, y le sugiero que se explaye con tranquilidad, por qué se sintió tan humillado en estos días.
-Antes de ingresar ayer a mi trabajo, dijo Arturo, comencé a recorrer las calles de los alrededores, y me detuve a conversar con unos ancianos, ya que uno de ellos tenía un gran parecido con mi padre, y le conté algunas cosas de él, que usted ya conoce. Me distraje tanto en esa charla que me olvidé de ir al banco, y llegué media hora tarde. Cuando entré a mi despacho estaba mi jefe, bastante malhumorado, que sin embargo trató de disimular su enojo. Yo estuve muy ocupado, ya que en este puesto las responsabilidades son mucho mayores, y trabajé con ahínco durante todo el día. En algunas oportunidades había percibido ciertas irregularidades en el manejo del dinero, y al final del dia se lo hice saber a mi superior. Este me dijo con palabras muy elocuentes que como el banco está a punto de quebrar, tratara de aprovechar mi posición lo mejor posible, y me sugirió aprender a nadar para salvarse del naufragio. Sentí tanta decepción que estuve a punto de romper todos esos papeles. Finalmente hoy me pidió que hiciera algunos arreglos en los saldos de un tal Lacarra, que es amigo de no sé quién, y yo me ví en la obligación de hacer esos ajustes, que terminaré mañana, y me siento verdaderamente humillado de haber caído en la misma bajeza que ellos.
-Pero si no está de acuerdo, dijo el siquiatra, ¿por qué no se negó a realizarlos?, ¿por qué no tiene amor propio?
-Me ví en la obligación, ya que tuve una discusión con el gerente y me sentí presionado, porque si no lo hacía tenía la orden de renunciar. Pero le juro que me voy a vengar, y espero que sea pronto, respondió Ramírez, en un tono muy agresivo.
-Espero que no se enoje con lo que le voy a decir, dijo Peralta, pero usted es una persona muy rara. Por momentos se presenta débil e indefenso, y otras veces agresivo, como ahora. Si está en contra de sus superiores y no quiere hacer el trabajo que le piden, tenga la valentía de negarse. No se limite a aceptar lo que le mandan si no está de acuerdo. Aprenda a tener amor propio y haga valer su opinión. Lo que pasa es que todavía afloran en usted sus temores, y se siente inseguro de lo que hace. Comience desde hoy a tomarse confianza. Confie en usted mismo y siéntase importante. Haga valer su opinión y no deje que lo dominen.
-Es muy difícil enseñarle a un hipopótamo a pelar una banana, por mas buena voluntad que ponga, replicó nuestro amigo. Yo soy así y no puedo cambiar. Usted sabe que soy depresivo y no voy a cambiar mi vida, es imposible. No puedo modificar mi modo de ser desde este último año. Ha sido suficiente lo que usted hizo por mí hasta ahora, en todos estos meses, pero no he notado mejoría alguna. Aún mas, estoy mas cansado que antes. En este último tiempo sufrí muchísimo, ya no soporto mas.
-Realmente, llega un momento, dijo el siquiatra, en que me siento impotente. Hemos hablado tanto que ya no sé qué hacer para mejorar su estado de ánimo. Sería muy beneficioso para usted si tuviera una inclinación espiritual, si pudiera conversar con alguien que lo guiara desde el punto de vista religioso, pero usted no se siente atraído por ninguna religión. Si tuviera un poco de fe, su situación sería diferente, tendría una óptica distinta de la vida. Pero está muy influenciado por la filosofía que heredó de su padre, la cual respeto pero no comparto. Usted es agnóstico declarado, pero nunca intentó un acercamiento a lo divino, un acercamiento a Dios?
Ramírez meditó unos instantes antes de responder, y al cabo de un rato dijo, - mi madre quería que fuera católico como ella. Llegué a tomar la comunión, pero cuando comencé a comprender muchas cosas me alejé de la religión, y nunca mas me acerqué a ninguna. Mi padre me decía que la única religión válida es la del trabajo, y que es necio que el ser humano quiera tener acceso a lo absoluto.
-Le pido una respuesta directa, dijo Peralta, mientras jugaba con el reloj. ¿Por qué no cree en Dios?
Nuestro amigo miró al siquiatra por unos instantes, meditó brevemente, frotó las manos y finalmente dijo, - yo considero que el ser humano no tiene la capacidad suficiente como para entender ciertas cosas que vé e imagina. Como no puede explicarlas, inventa entes abstractos que suplen ese vacío. Para mí, Dios es solo un ente abstracto e irreal, que no veo ni siento ni percibo, por lo tanto no puedo creer en algo así. Si me pregunta qué es un árbol o un pájaro, puedo contestarle, porque lo veo, lo escucho, por lo tanto creo en él. Pero si me pregunta qué es el vacío no sé qué decirle, y no puedo aventurarme a darle una definición lógica porque no la encontraré. Dios es solo una excusa que usamos para disimular nuestra ignorancia.
Peralta se quedó admirado ante la incredulidad de nuestro héroe, y tras tomar nota de todo lo dicho le preguntó, - ¿le teme a la muerte?
Arturo meditó otro tanto y dijo, - yo siempre ví a la muerte como algo ajeno, lejano. No pensaba en ella, hasta que un día ví a mi padre rodeado de enfermeros y médicos. El me dijo a punto de morir que no le temía a la muerte, porque había sido feliz durante su vida, y no podía hacer nada para evitarla. Recuerdo que solo dos días antes de expirar, le dije llorando que una persona como él no podía morir. Entonces él me tomó las manos, y las puso sobre su pecho, y me dijo, la vida debe continuar, aunque la gente muera de a poco. No seas egoísta, ya que los viejos debemos ceder nuestro espacio a otros que vengan a completar lo que nosotros comenzamos. Ya hicimos nuestro camino, ahora los que nos siguen deben continuarlo. Solo me duele pensar que dentro de poco no seré nada, solo un montón de polvo y cenizas. Yo ya no estaré físicamente, pero si me recuerdas seguiré viviendo en tu corazón, para siempre. Al terminar de decir esto, Arturo comenzó a llorar desesperadamente, y entre sollozos y gritos desgarradores dijo, no lo soporto, doctor. Los extraño, no puedo vivir sin ellos. Me han quitado, me han arrancado el corazón. Si es que existe un Dios, por qué admite tanto dolor?, por qué hay tanta injusticia?, acaso no es omnipotente?, qué mal he hecho yo?, por qué debo sufrir así?, no puedo seguir, doctor. No tengo la fuerza de mi padre. El, aún muerto, sigue viviendo en mí. En cambio yo soy un muerto, un montón de podredumbre y basura. Le temo a la muerte, pero la vida me hastía.
Quedó sumamente admirado Peralta de la histérica reacción de nuestro amigo, a tal punto que decidió continuar con la sesión diez minutos mas de lo previsto, ya que el tiempo había acabado. Le pareció que pese a estar sumamente excitado nunca había hablado con tanta franqueza.
Intentó calmarlo y le dio un sedante. Una vez aposentados los ánimos el siquiatra retomó la conversación, diciendo, - obviamente usted se ha irritado al recordar hechos que preferiría olvidar, pero que lo acosan constantemente. Según usted acaba de afirmar, le teme a la muerte, pero está cansado de vivir. Sería ridículo decirle ahora que disfrute del presente y piense solo en el futuro, porque su caso es mucho mas grave y mas complejo de lo que pensaba. Igualmente sigo sosteniendo que necesita una ayuda espiritual y un sustento religioso, pero eso ya corre por su propia voluntad. Por lo que he oído, sus padres tenía convicciones muy fuertes, que usted quiere emular en vano. En cuanto a su temor a la muerte, si tuviera vocación religiosa no le temería. Recuerdo que no hace mucho usted me comentó con énfasis la triste forma en la que murió su padre. Me acuerdo de algo que escuché hace muchos años, cuando era muy joven, que comparaba a la vida con una representación teatral. En una obra de teatro, cada actor se caracteriza como un personaje distinto, y cumple su papel de rico, pobre, rey, religioso, laico, bueno, malo, hombre o mujer. Al terminar la función, cada cual se saca su disfraz, y todos son iguales. En la vida real, también cada uno cumple su papel, rico, pobre, rey, vasallo, etcétera. Al llegar el momento de la muerte todos se transforman igualmente en polvo, cenizas y podredumbre. Quiere decir que ante los ojos de la muerte somos todos iguales. Ricos, pobres, buenos, malos, todos se transforman en cadáveres en putrefacción. Usted no sabe cuándo se topará con la muerte, pero no la busque. Si la vida no tiene sentido para usted, tome como ejemplo a su padre, y tenga la valentía de seguir viviendo.
Nuestro amigo escuchó atentamente las palabras de su siquiatra, que le preguntó, ahora que está mas tranquilo, quiero hablar con usted de algo que hasta este momento no hemos conversado nunca. ¿Cómo es la relación con su madre?
Arturo se estremeció ante esta pregunta, y un tanto avergonzado respondió, - con mi madre nunca tuve una relación muy fluída, ya que la figura de mi padre abarcaba todo. Reconozco que nunca fui un buen hijo, y así como recuerdo las charlas con mi padre en el jardín, a mi madre la recuerdo tras un montón de espuma lavando la ropa, o enojándose conmigo por cualquier cosa. La irritaba mucho la personalidad avasallante de mi padre, que la obligaba a esmerarse mucho mas para llamarme la atención. Creo que mi madre me quiso pero no pudo demostrármelo, y eso le causó una gran frustración. Recuerdo que se enojó mucho conmigo cuando por influencia de mi padre me alejé de la iglesia. Pese a que esa decisión fortificó mi relación con mi padre, hizo que durante mas de un año mi madre no me dirigiera la palabra. Allí comencé a tenerle rencor.
Nuestro problemático amigo se quedó meditando, y al cabo de un rato dijo lo siguiente, - Sé que usted trata de ayudarme lo mas posible, pero como me dijo antes, soy un hombre muy raro, y pese a todos sus esfuerzos no he notado ninguna mejoría. Sé que se ha acabado el tiempo de esta sesión, pero mañana quisiera hablarle un poco mas sobre mi nuevo trabajo, para que me ayude a tomar alguna decisión.
-Mañana será imposible, dijo el siquiatra. Es viernes y pasaré todo el fin de semana con mi familia. Pero el lunes o martes nos podremos volver a ver.
Cuando Peralta terminó de decir esto, nuestro amigo se puso pálido y comenzaron a temblarle las manos. Dijo con voz entrecortada, - creo que cuatro días son demasiados. Es una espera muy larga para mí.
-Comprendo su angustia, le respondió el siquiatra, pero tengo derecho a descansar. Atiendo a mucha gente con diversos problemas, y eso ocasiona un gran desgaste. Además debo cuidar a mi familia, y disfrutar con ella mis ratos libres. Si está tan preocupado, de todos modos, lo espero el lunes a última hora. Le sugiero que descanse en estos días, y que tome nota de todo lo que quiera decirme, para no olvidarse. Sin embargo, antes de que se vaya quiero hacerle un pequeño cuestionario.
Entonces sacó de un cajón de su escritorio una planilla, tomó una lapicera y prosiguió diciendo, - en estos dos minutos que le otorgo, le mencionaré algunas palabras. Usted me dirá con absoluta sinceridad lo que le representan. Le ruego encarecidamente que me dé respuestas cortas y sinceras.
Después de aprestarse para escribir, éste fue el diálogo que mantuvieron el siquiatra y su obsesivo paciente.
-Madre.
- Supongo que he sido un mal hijo, sin embargo ella me quiere.
-Padre.
-Mi maestro, mi compañero, mi instructor, mi amigo.
-Vida.
- Vivir es morir de a poco, estoy cansado de vivir.
-Muerte.
- Es estar inconsciente, es la nada, el vacío, es un punto luminoso al que nunca se llega.
-Dios.
- Es una excusa para disimular nuestra ignorancia hacia lo absoluto.
-El mas allá.
- Es solo una quimera.
-El trabajo.
- El único medio para subsistir.
- Los sueños.
- No sé, no soy siquiatra.
-¿Quiere agregar algo más?
-Por el momento no, solo quiero agradecerle todo lo que está haciendo por mí.
El doctor Peralta tomó nota de todo lo que le dijo nuestro amigo, y lo despidió con un cordial saludo. Serían aproximadamente las siete de la tarde cuando Ramírez salió del consultorio del siquiatra. Bastante mas apesadumbrado que el dia anterior, y aún no repuesto totalmente de la crisis nerviosa que había sufrido hacía algunos minutos, se dirigió a su casa.
Al llegar fue recibido por la sesentona, que le dijo que tenía una sorpresa. Al entrar se encontró con un hombre unos años mayor que él, de estatura media, rostro enjuto y talla pequeña, que al verlo llegar se levantó apresuradamente del sillón donde estaba sentado y corrió a saludarlo, diciéndole, - supongo que no esperabas que viniera. Estoy tan ocupado últimamente que dispongo de escaso tiempo libre, sin embargo quise venir a saludarlos, y a ver como se encuentra nuestra madre. Mientras pronunciaba este tonto discurso, esbozaba constantemente una amplia sonrisa, clara señal de que tiene un carácter bastante diferente al de su hermano.
Nuestro amigo, al escuchar tan cordial recibimiento, le brindó a su hermano una sonrisa hipócrita, y le agradeció su visita con falsas palabras. En los siguientes minutos, Arturo trató de conversar fluidamente con su hermano, esforzándose para que éste no se diera cuenta de su depresión.
Como es su costumbre, a las ocho en punto la sesentona quiso homenajear a su hijo con una abundante y apetitosa cena, que consistió en carne asada con salsa de tomates y un postre que había traído el cordial invitado. Durante el tiempo que duró la comida, el hijo mayor fue el centro de la conversación, ya que charló animadamente con las dos mujeres, mientras que Arturo se limitaba a escucharlos, sin decir palabra.
Casi al final de la cena sucedió lo inesperado. Cuando todos estaban conversando tranquilamente, nuestro amigo, hasta ese momento silencioso, comenzó una discusión que seguramente habría terminado en pelea, de no ser por la intervención de la madre de ambos, que aposentó los ánimos. Según lo que se habló esa noche, el hermano mayor tiene un carácter totalmente distinto al de nuestro muchacho, ya que es una persona sumamente afectuosa y cordial, amén de ser muy adinerado. Como el hermano mayor vive bastante mas lejos de su madre de lo que quisiera, según sus propias palabras, aprovechando el próximo fin de semana decidió invitarlos a su quinta, invitación a la que accedieron muy gentilmente las dos mujeres, pero no así nuestro amigo, que se negó rotundamente, en estos términos. - Lo siento mucho, Ernesto, pero creo que no tengo ánimo como para ir allí. Sé que a mamá y a mi hija les hará muy bien pasar el fin de semana en la quinta, pero yo soy bastante solitario y prefiero quedarme solo.
El hermano, al recibir el discreto rechazo de Arturo, decidió arrojar la primera piedra, que desencadenó la discusión, al decir, - a decir verdad, Arturo, no esperaba otra respuesta. No entiendo tu carácter tan belicoso. Estás muy encerrado, ermitaño. Comprendo cuán grave es tu estado de ánimo, pero no se puede llorar permanentemente a los que ya no están. Te estás martirizando.
-Pasaron cosas muy tristes para mí en este último tiempo, replicó Arturo. Cosas que no puedo olvidar. Somos de muy distinto carácter, desde que murió papá mi vida cambió, y no volverá a ser como antes. En cambio vos continuaste con la tuya sin problemas, como si nada hubiera pasado.
-Es que no se puede vivir llorando a los muertos, hay que seguir adelante, dijo Ernesto. Pero vos te seguís frustrando solo. Hay que olvidar el pasado y tratar de sortear todos los obstáculos. Hay que intentar mejorar, abrirse camino uno solo. Yo creo, y perdón por lo que voy a decir, que vos viviste siempre en función de los demás. No supiste abrirte camino, y por eso nunca llegarás a ser nada importante. Viviste pendiente de lo que decía papá, tratando de imitarlo. Pero, ¿qué fue él en su vida?, ¿qué logró con tantos años de trabajo?, logró vivir en la miseria y ser un bohemio fracasado, conformándose con lo poco que tenía, sin el menor instinto de superación. A él solo le interesaban sus amigos y su deplorable trabajo, nunca llegó a ser medianamente importante porque le gustaba vivir en el fracaso, y contarles a todos sus desgracias. Siempre lo admiraste como a un héroe y quisiste imitar su filosofía de la vida, y lograste ser un mediocre como él. El esperó siempre que lo condecoraran por su buena labor, pero en el fondo le gustaba vivir como un pobre. ¿Te acordás lo que decía siempre?, “no quiero ser rico ni poderoso, solo me conformo con un techo para vivir y un pedazo de pan para ir tirando”. Eso era papá, un pobre fracasado que nunca quiso triunfar. Sé que no vivimos en una sociedad ideal y que es difícil alcanzar el éxito, pero hay que vivir y luchar por algo, aunque sea una quimera. No debemos conformarnos con ser uno mas. Debemos tratar de ser nosotros mismos.
Ramírez escuchó todas las palabras de su hermano, y pese a su ira siguió atentamente todo lo que dijo sin interrumpirlo. Cuando terminó de hablar, le replicó, - no sé a qué se debe tanto odio contra tu padre, seguramente a que nunca te quiso. Pero lo quieras o no, tendrías que reconocer que fue tu padre, y por eso solo merece respeto. Si él estuviera aquí te habría pegado una cachetada, y se avergonzaría de tener un hijo tan despótico. Además, estás confundiendo fracaso con humildad, papá siempre vivió así porque era muy humilde, nunca tuvo riquezas porque era rico en afecto. El jamás hubiese sido capaz de visitar a su madre de vez en cuando para saber si aún no ha muerto, y hacer ostentación de su riqueza. No pienso ir a tu quinta ahora menos que nunca. Así como se avergonzaría nuestro padre, yo me avergüenzo de tener un hermano tan despótico y desalmado.

El hermano mayor, ya sin disimular su enojo, levantando aún mas la voz, dijo, - Obviamente estas siguiendo los pasos de papá, te estás encerrando en tu propio mundo, sin mirar al exterior. No vine aquí a hacer ostentación de nada, sino que simplemente les he hecho una invitación amistosa, no tergiverses las cosas. Además, no vine a hablar de los muertos, porque para mí el pasado ya quedó olvidado. Yo solo pienso en el presente y en el porvenir, porque deseo mejorar cada dia mas, y trato de vivir cada vez mejor. Evidentemente estás atado a la sombra de papá, y con tu forma de ser terminarás enterrándote junto a él.
Nuestro amigo, que ya se había levantado de la mesa y estaba sentado en un sillón, escuchaba aparentemente con indiferencia lo que decía su hermano. Después de un largo silencio murmuró, con la voz entrecortada, -“yo les llamo a los muertos mis amigos, y les digo a los vivos mis verdugos”. Una de las cosas que una vez me dijo mi padre fue que en la vida todos teníamos que dejar algo a los demás, algún recuerdo, así cuando no estemos nos seguirán recordando, porque los muertos siguen viviendo en el corazón de quienes los amaron. En cambio hay otros que solo viven por costumbre, que están muertos en vida. Al decir esto miró a su hermano con tanto odio que hubiera preferido verlo muerto.
-No me interesa la filosofía barata de papá, contestó Ernesto en un tono mas calmo, tratando de poner fin a la discusión. Considero que es ridículo que discutamos por una cosa así. Sugiero que pongamos fin a esta tontería y que olvidemos todo lo que dijimos, que sin duda ha sido malo para ambos.
La sesentona, que como buena madre percibió las intenciones pacifistas de su hijo mayor y el afán bélico de Arturo, decidió cambiar la conversación y aposentar los ánimos. Intentando obviar el clima tenso que reinaba en ese momento, comenzó a elogiar el postre que había traído su hijo, y se retomó de esa forma la conversación casera. Arturo decidió retirarse a su dormitorio. En la media hora siguiente madre e hijo continuaron conversando animadamente, mientras nuestro amigo se quedó en su habitación, observando el jardín que lo ata a viejos recuerdos y llorando amargamente. Entretanto, la sesentona trató de disculparse con Ernesto, pidiéndole perdón por los malos momentos, y diciéndole que Arturo está cada vez mas atormentado y apesadumbrado.
Hemos observado, en esta casera discusión, las discrepancias que existen entre los dos hermanos. Uno trata de olvidar su pasado, e intenta ser mejor en el porvenir, y mejorar cada dia. El otro se aferra a un pasado que no puede repetir y siente una gran nostalgia por lo perdido, se siente solo y sin afecto.
Casi una hora después de terminada la cena, Ernesto, su madre y su sobrina salieron rumbo a la quinta. Arturo despidió a su madre con un beso en la frente y saludó efusivamente a su hija, pero en cambio se mostró hostil con su hermano, al que le extendió la mano sin decirle palabra. Cerca de las once partieron los tres, y la casa quedó prácticamente desierta. Nuestro amigo permaneció varios minutos observando el añejo cuchillo de plata que le había regalado su padre. Abstraído en sus pensamientos, deambuló por toda la casa durante una hora, mirando cada rincón con nostalgia y tristeza, hasta que finalmente se acostó y quedó dormido.
Otro día mas ha concluido. Mañana se iniciará el cuarto día que compartiremos con nuestro problemático amigo. Un día que seguramente será parecido a todos, pero único e irrepetible como cada uno.

Texto agregado el 09-02-2013, y leído por 55 visitantes. (0 votos)


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