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Inicio / Cuenteros Locales / enriquep / EL ROSTRO UNIFORME - CAP 2: SEGUNDO DIA

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SEGUNDO DIA:
Pasan las horas, y en el enigmático espiral de la vida vuelve a salir el sol. Con el violento chirrido de un cascajo despertador, nuestro amigo se despierta y vuelve en sí. Serían las siete de la mañana cuando la pequeña casa volvió a tomar vida. La madre de nuestro amigo también se ha levantado y le ofrece un café con leche, que su hijo agradece con hambrienta cortesía. Y se vuelve a repetir, casi con exactitud, la misma historia de la mañana anterior. Tras un apurado y poco afectuoso beso en la frente, el hijo se despide de su madre, camina unos metros hasta la parada del colectivo, y de vuelta, se golpea la cabeza con tanto ahínco que de tener mas fuerza seguramente la revolearía por el aire. Se da vuelta vertiginosamente, como un bailarín improvisado, y corre rumbo a su casa. Vuelve a golpear a la puerta, con tanta fuerza y tanto entusiasmo, que si la sufrida puerta pudiera hablar, seguramente le echaría toda clase de insultos y maldiciones. Abre la puerta la anciana, esta vez sin preguntar quien es, y el hijo, con apuro, le pregunta, - ¿no viste donde dejé anoche la billetera?, antes de acostarme la puse en algún lado, pero no me acuerdo dónde. Entonces la madre, con la mayor agilidad que sus años le permiten, entró a la casa a buscar el objeto perdido, mientras el muchacho, mirándose en un pequeño espejo de bolsillo, trataba de arreglarse la corbata, con tanta ansiedad que el nudo parecía un carozo de aceituna. Casi cinco minutos mas tarde regresó la sesentona con la billetera, mascullando entre dientes palabras indescifrables, y diciendo que estaba escondida en no sé que parte.
El hijo tomó la billetera, y con un nada gentil, gracias, se despidió. Al llegar a la parada del colectivo estaba tan o mas nervioso que el dia anterior. Quien sabe por que motivo está obsesionado y temeroso. El colectivo llegó mucho mas rápido que en la mañana anterior. Nuestro amigo subió y abrió la ventanilla. Intentó tomar aire puro. Su cara era la de un hombre triste, preocupado. Al bajar del colectivo decidió caminar un rato antes de ir al trabajo, ya que le sobraba media hora. Caminaba pensativo, abstraído en algo que lo preocupaba y no podía controlar.
Con paso lento y monótono recorría las grises calles de la ciudad, sin prestar demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor. La gente pasaba, indiferente, sin prestarse atención ni mirarse a la cara. El semblante de Ramirez, pálido y preocupado, no sobresalía del de los demás, muchas de las otras personas quizás también tengan problemas parecidos a los de Ramirez, solo que a nosotros nos interesa este caso en particular.
Continuando con su monótona recorrida, le llamó la atención un ciego que intentaba cruzar desde la vereda de enfrente hacia la que estaba Arturo, mientras la gente pasaba, encerrada en sus propios problemas, sin mirar al pobre inválido. Ramirez meditó breves momentos, miró al ciego con mas compasión que solidaridad, e igual que el resto de la gente continuó caminando, tratando de encontrar algo mas interesante que mirar.
Continuaba caminando y observando las diferentes actitudes de la gente, tratando de ver, entre esa fría y desalentada marea humana, algo que lo sacara de su melancolía y le levantara el ánimo.
En toda su caminata solo se detuvo unas pocas veces, para ver o escuchar algo que le interesaba. Por un momento le llamó la atención, y le disminuyó la tristeza por unos instantes, un niño que forcejeaba con su madre para que le comprase cierta golosina que se publicitaba en la puerta de un pequeño y amontonado quiosco. Tras una breve pero tierna batalla, el corazón y la cartera de la madre cedieron ante los golosos deseos de su hijo, sacando la mujer de la cartera una pequeña cantidad de dinero, que su hijo recibió con orgullo, tras lo cual fue por la ansiada golosina. El dinero compra todo, hasta la felicidad de un hijo. Mientras el pequeño fue a comprar su dulce regalo, se acercó a la mujer otro niño, de la misma edad de su hijo, pero con una cara que era mas de sufrimiento y dolor que de felicidad. Tenía un sucio y endurecido pan en su mano izquierda. Extendiéndole la derecha, le pidió a la mujer unas monedas, con una voz tan desesperada y triste como angurrienta. La señora, que al parecer tenía buen corazón, y muy fácil de convencer, entregó al niño harapiento unas monedas, bastante menos de lo que le había dado a su hijo, que el pequeño recibió con tanta o mas alegría que aquel.
Este pequeño y simple episodio, que pertenece al fondo de la historia, ya que refleja en parte las reacciones humanas, distrajo a nuestro amigo de sus pensamientos, al menos durante el corto tiempo en que se mantuvo cerca observando todo. Sonrió con satisfacción a la compasiva madre, que respondió a su cortesía con un gruñido indescifrable. Eso le hizo pensar a Ramirez que su amabilidad era solo para con los niños, y que ante el resto de las personas era una mas, con problemas y vacilaciones, que forma parte de esa terrible masa humana que todos los días sale de sus casas con caras adustas y severas.
Después de alejarse de dicha mujer, le sorprendió sobremanera un grupo de ancianos que se encontraban a pocos metros de allí, sentados en unos bancos de madera, que sirven de descanso a la gente que sale agotada de sus tareas cotidianas, y que desea descansar un poco antes de continuar con sus actividades. Charlaban y reian animadamente, mientras veian pasar a los apurados peatones. Arturo se detuvo a escasos metros de donde estaban los ancianos, con el objeto de escuchar lo que decían. Se quedó admirado nuestro curioso amigo del entusiasmo con el que hablaban los viejos, perplejo ante el optimismo y la felicidad que irradiaban sus rostros. Escuchó con atención mientras los ancianos recordaban con nostalgia sucesos de su lejana juventud, y se sintió tan atraído por la conversación que no pudo resistir el deseo de participar de ella. Así, lentamente y con cierto temor se acercó a los ancianos y se quedó sin decir palabra, hasta que uno de ellos, con la desenvoltura que otorgan los años, dijo, por ejemplo, miren cuanto mejor estaba todo hace unos años, que fíjense en mi amigo, señalando a Arturo, que joven se mantiene a los setenta y cinco años. Tras lo cual se oyeron estrepitosas carcajadas, plenas de desenvoltura y desparpajo. Al tèrmino de las risas, de las que nuestro amigo también participó, desplegando una fingida sonrisa, uno de los ancianos le preguntó a Arturo como se llamaba, respondiéndole él muy cortésmente, junto con otras preguntas mas cumplidas que interesantes.
Una vez terminado el inevitable protocolo, Arturo aceptó la invitación de sentarse con ellos, descuidando el horario, ya que faltaban menos de diez minutos para que comenzara a ser sub jefe de personal. A partir de ese momento pasó mas de quince minutos conversando con los ancianos, admirándose una y otra vez de sus ansias de vivir, como después les confesara. Luego de mirar a uno de ellos, Ramirez se le acercó y le dijo, en tono bastante sincero y emotivo, - estuve mirándolo bastante seguido y, bueno, usted se parece mucho a mi padre.
-¿Por qué lo dice?, replicó el viejo.
-No sé, tiene un parecido. La cara, la estatura, la forma de vestir, contestó Arturo.
-¿Y a qué se dedica tu padre?, preguntó el viejo, con escaso interés.
-Mi padre murió hace un año, contestó nuestro amigo, bastante emocionado y con los ojos llenos de lágrimas. El era obrero, trabajaba en una fábrica de calzado. Trabajó prácticamente hasta los últimos días de su vida. Siempre fue muy trabajador. El quería tener una familia con buenos recursos, asi que decidió que yo estudiara y siguiera una carrera, sacrificando hasta sus bienes mas queridos para que nosotros no pasaramos necesidades, Solia contarme que antes de nacer yo la situación era desesperante, porque tenían que trabajar junto con mi madre mas de catorce horas diarias, para poder vivir sin demasiadas pretensiones. Y fue asi como, poco a poco, fue construyendo nuestra actual casa, y trabajó hasta el final para que las nuevas generaciones tuviéramos una buena posición.
-¿Y cuantos hijos debía mantener?, preguntó otro anciano con bastante avidez.
-Tuvieron una hija antes de nacer yo, respondió nuestro amigo, con bastante emoción, pero murió de pulmonía cuando tenia dos años. Después tuvieron otro hijo, mas tarde nací yo, y no volvieron a tener mas hijos.
-Y su padre, que dice que era tan trabajador, ¿como falleció?, preguntó otro, sin disimular su morbosidad.
-Tenía sesenta y cuatro años, dijo Arturo, con una melancolía que hubiera preferido evitar. Vivia con mi madre. Yo vivía bastante lejos, con mi esposa y mi hija. Un dia, estando por terminar una dura jornada de trabajo, no advirtió que una máquina, que él creía detenida, aún seguía en funcionamiento. En un momento, cuando él pasaba por debajo, la máquina bajó de golpe uno de sus brazos de hierro, que cayó sobre la espalda de mi padre. Fue internado de urgencia y sometido a varias operaciones, pero murió luego de un mes de agonía. Después de eso, mi vida no volvió a ser como antes.
Profundo pesar causó en los que allí estaban el trágico relato de nuestro amigo, que quizás a partir de ahora nos sirva para comprender algunos de sus miedos y preocupaciones.
-Qué desgracia, ¿y qué mas recuerda de su padre?, preguntó uno, no muy satisfecho con el emotivo relato que había escuchado.
-Muy poco, respondió Arturo muy gentilmente, y sin prestar atención al horario. Dedicaba la mayor parte del dia a su trabajo, y en su tiempo libre salía con sus amigos. Lo que mas recuerdo de él son sus enseñanzas, a veces cuando terminábamos de comer, me llevaba al jardín, que todavía tenemos, y me contaba historias maravillosas. Algunas todavía las recuerdo, y entre ellas siempre me aconsejaba cosas. Por ejemplo, me decía que lo mas importante que tiene un hombre es su trabajo, y que no hay nada comparable a algo que se obtiene con el propio esfuerzo. Recuerdo que me decía que le daba mucha tristeza tener que fabricar zapatos, cuando era joven, y él no tenía dinero para comprar siquiera un par. Asi que los demás disfrutaban de su trabajo, mientras él solo podía limitarse a observarlos, como un bien imposible de obtener. Siempre me decía que la principal religión del hombre era la del trabajo, y que Dios era solo el invento de algunos ociosos para no tener que trabajar los días domingos. En su humildad me enseñó muchas cosas, y su pérdida fue verdaderamente irreemplazable para mí, ya que lo necesitaba mas que nunca, y creo que nos quedaron muchas cosas por decirnos.
En sus últimos días de vida me costaba mucho verlo lisiado, inmóvil, sabiendo que siempre fue tan activo, tan trabajador. Una de las últimas cosas que me dijo, antes de expirar, fue que no le temía a la muerte, ya que había tenido una vida muy feliz y tranquila, y que pensaba que debía ser así, que los viejos debían dejar el camino a los mas jóvenes, para que continúen lo que comenzaron aquellos. Pero el recuerdo mas vivo que tengo de mi padre es cuando lo veía trabajando en su taller, junto a sus máquinas, o en casa, ayudando a mi madre en las cosas del hogar. O cuando hablaba conmigo en el jardín. Recuerdo que me decía que en la vida uno tiene que dejar algo para los demás, aunque mas no sea un recuerdo, que esa es una forma de no morir nunca, porque los muertos siguen viviendo en el corazón de quienes los amaron. El principal recuerdo material que conservo de mi padre es un cuchillo de plata que le regaló a mi madre en su cumpleaños, en el que invirtió sus pocos ahorros, y que era uno de sus objetos favoritos. Ahora lo tenemos sobre un aparador en la casa de mi madre, y a veces lo miro sin cansarme, recordando aquellos viejos tiempos.
Para todos los ancianos la historia de Ramírez fue objeto de mucha atención, ya que todos se mantuvieron expectantes, esperando no olvidar ni un detalle, porque seguramente se la contarían a sus familiares y amigos. Al terminar de hablar nuestro amigo, estando todos callados, sin saber quien comenzar a hablar, otro anciano que hasta entonces había permanecido en silencio dijo, -¿Y como vive ahora?, a qué se dedica?, porque creo que dijo que tiene esposa y una hija.
Al terminar el viejo de decir esto, a Ramirez se le llenaron los ojos de lágrimas, y tratando de disimular lo mas posible su dolor, y de terminar la charla cuanto antes, se dio cuenta de que había pasado la hora de entrar al banco, por lo cual se disculpó gentilmente de los ancianos, prometiéndoles regresar en otra ocasión.
Pero contrariamente a lo que pueda imaginarse, Arturo no fue enseguida a su trabajo, sino que continuó caminando, mas triste y pensativo que antes. Con paso lento y triste continuó caminando hasta llegar a una zapatería, donde se detuvo, por varios minutos, a observar los diferentes calzados que allí se exhibían, con una cara bastante acongojada y apesadumbrada, pensando quién sabe en qué tristes y lejanos recuerdos.
Después de dejar la triste vidriera, intentó tomar fuerzas, imaginando el cargo que estaba por desempeñar, y se dirigió resueltamente a su trabajo, llegando al banco con media hora de demora. Seguramente no solo la historia de su padre aqueja al muchacho. Hay otra cosa, tal vez mas importante y triste, que lo hace temer y vacilar. Media hora después de lo previsto, nuestro muchacho entró a su trabajo. Perecía exteriormente mas calmo y seguro de sí mismo, aunque en su interior todavía había cierta preocupación. Cuando ingresó en el banco fue efusivamente saludado por un hombre relativamente joven, que estaba tras una ventanilla, que le deseó mucha suerte en el nuevo puesto, con bastante falsedad. Una empleada le dijo que recordara que estaba a sus órdenes, y que cualquier cosa que necesitara que se la pidiese, que ella haría lo imposible por satisfacerlo. A ambos hipócritas saludos respondió Ramirez con una ingenua sonrisa, tal vez imaginando la cara que pondría Hernandez al ver que su ascendido colega comenzaba retrasándose desde el primer día. En efecto, cuando llegó a su nuevo despacho, situado al fondo de un largo pasillo, Ramirez alcanzó a divisar a Hernandez tras unos oscuros vidrios, que no dejaban ver hacia adentro con demasiada claridad. Solo unos metros antes de abrir la puerta que lo separaba de Hernández, el muchacho arregló velozmente su corbata mientras pensaba en alguna excusa interesante y creíble para darle a su jefe, con motivo de la tardanza.
Al abrir la puerta encontró a Hernández sentado en el escritorio que hasta entonces había sido suyo. Al ver entrar a Ramírez se paró velozmente, casi con ira. - Buenos días, Ramírez, dijo el jefe, con una no disimulada ansiedad, tras lo cual le estiró su mano derecha para saludarlo.
Mientras el jefe le daba a Ramirez su breve saludo, su ojo derecho se contraía permanentemente, lo que demostraba cuán nervioso estaba. Esto hizo poner mas nervioso al propio Ramírez, que se quedó con su mano estirada, sin ocurrírsele ningún pretexto inteligente. Finalmente le dijo a su superior, con marcado temor, - Sepa disculpar mi retraso, señor Hernández, pero le prometo que no volverá a suceder. A partir de ahora llegaré todos los días con rigurosa puntualidad.
El jefe, aunque molesto por la impuntualidad del muchacho, le contestó, con bastante parsimonia, - no se preocupe, Ramírez, a partir de ahora deberá estar ocupado en cosas importantes, las responsabilidades que tendrá en este nuevo puesto harán que con el tiempo se convierta en el primero en llegar, y el último en irse, ya que seguramente desarrollará su tarea con el mismo tesón y entusiasmo con que ha trabajado hasta ahora. Mientras decía esto estaba entretenido en frotar su brillante calva, como si fuera un poderoso y mágico talismán. - Por eso le deseo toda la suerte que usted merece, y espero que su labor sea reconocida y gratificada a través del tiempo, como lo fue la mía.
-Eso espero, contestó Ramírez, volviendo a desplegar una ingenua y melancólica sonrisa.
Luego el flamante jefe se retiró del despacho, dejando solo a nuestro héroe, que de inmediato se puso a revisar algunos papeles, que al parecer estaban bastante desordenados. El escritorio era considerablemente mas grande que el que tenía antes, con muchos papeles, carpetas, planillas y documentos de todo tipo, además de dos teléfonos y una máquina de escribir.
En los primeros minutos de la jornada, se dedicó a revisar y ordenar los documentos que estaban en los diferentes cajones. Después hizo unas copias a máquina y finalmente revisó los saldos de algunos clientes, pero al poco tiempo comenzaron a presentarse los primeros inconvenientes. Clientes que hacían juicio al banco por diferentes motivos, balances que no cerraban debidamente, numerosas deudas del banco con otras empresas, quejas de algunos empleados por la existencia de cheques sin fondos, y muchos otros problemas a los que antes no estaba acostumbrado. De golpe tuvo que empezar a tomar decisiones, sin consultar con nadie, cargando sobre sus hombros con todas las responsabilidades de lo que hiciere. Finalmente, el rencor de sus antiguos compañeros y las presiones que ejercieron sobre él sus superiores lo hicieron sentir incómodo. Sentía mucho temor debido a las cargas que debía soportar el banco, al borde de la quiebra. Sobre el final del día, después de ocho horas de intensa labor, tenía muchos mas problemas por resolver que esa mañana. Pese a que tenía el poder para hacerlo, no se sentía capaz de tomar algunas decisiones. Casi sobre las cuatro de la tarde, cuando Ramirez estaba guardando los papeles hasta el día siguiente, llegó a su despacho Hernandez, que con un paternal y algo hipócrita afecto palmeó la espalda de nuestro importante amigo. Con un tono bastante mas amistoso que esa mañana, como si hablara con un viejo amigo, le preguntó cómo le había ido en su primer día como sub jefe. Entonces nuestro amigo le hizo un pequeño resumen de lo que había hecho durante el día, poniendo especial énfasis en las deudas que afronta el banco y los numerosos juicios que quedan por resolver. Le dijo además que necesitaría ayuda para afrontar esos problemas, porque creía no tener capacidad suficiente para tomar tantas decisiones. Hernández, en tono confidente, se acercó a nuestro amigo y le dijo al oído, - mi querido Ramirez, yo se que usted tiene la capacidad suficiente para tomar estas decisiones, y aún otras mayores, si llegara a ser necesario. No tenga falsa modestia, porque usted sabe tan bien como yo que es una persona muy capaz y muy inteligente. Por eso lo hemos designado para ocupar este cargo. Usted tiene toda la libertad para resolver los problemas que le competen. No se deje presionar, ya que estamos en un período de crisis y al borde del abismo, después de cincuenta años de permanente crecimiento. En estos casos es muy fácil caer en ciertas tentaciones. Le diré una cosa, al decir esto se acercó mas a nuestro amigo, como si fuera su confesor, y con una voz mas de amigo que de jefe le dijo, - estamos en un gran naufragio. Le recomiendo que en vez de buscar salvavidas solo agarre el suyo y aprenda a nadar.
Como nuestro muchacho lo miraba atónito, sin poder creer lo que su jefe le decía, se lo expresó mas claramente. - No vale la pena sacar el agua a baldazos para salvar el barco. Saque provecho de su cargo lo mas que pueda y no se esfuerce demasiado. Sería echar lágrimas al río. Solo piense que antes que usted hay otras personas que se beneficiarán con el naufragio. Haga lo posible por no morir ahogado. Usted es inteligente y merece mi confianza, por eso le hablé de este modo.
Cuando terminó Hernández su corrupto discurso, nuestro amigo no sabía qué decir, que hacer ni qué pensar. El sentido de la moral y del trabajo que heredó de su padre estaba ahora en el suelo, hecho trizas. Por un lado se sentía contento por la amistad y la confianza con que lo había tratado Hernández, pero sentía también tristeza al oir esas palabras en boca de su propio jefe. Tal vez en ese momento hiciera una comparación entre la dignidad y la honra con la que había siempre trabajado y vivido su padre, y su situación actual, en la que le recomiendan aprender a nadar para salvarse del naufragio. Quizás también haya pensado en el modo en que su padre luchó toda su vida para que su hijo tuviera un trabajo digno y no pasara necesidades.
Todas estas cosas seguramente frustraron e incomodaron a Ramirez, que al cabo de un rato agradeció a Hernández sus francas palabras, diciéndole que tendría en cuenta todo lo que le dijo. Hernández le respondió fríamente, - mañana deberá hablar con el gerente general. Hoy no pudo llamarlo pero quiere saludarlo. Trate de ser cordial, y no hable mas de lo que debe. Si actúa con discreción seguramente él lo sabrá reconocer. Además, hay un cliente importante que, nos pide que, bueno, usted deberá hacer algunos pequeños arreglos en su saldo para que, bueno, no tiene importancia. Solo deberá retocar algunos numeritos y corregir unos documentos. Pero mañana hablaremos mejor, porque hoy ya se hizo tarde. Tras decir esto se retiró, despidiéndose muy cortésmente de Arturo.
Habían pasado algunos minutos de las cuatro de la tarde. El banco ya había cerrado sus puertas. Nuestro amigo estaba desolado, abochornado por lo que había escuchado. Seguramente entonces recordó las palabras de su antigua compañera, cuando le advirtió que lo usarían para que al cerrar el banco el antiguo jefe quedara inmune. Por un momento se sintió inseguro, desamparado, solo en un mundo en el que no vale la pena sacar el agua a baldazos para salvar el barco, sino aprender a nadar, sin importar quiénes mueran ahogados. Cuantas veces habrá recordado en aquel momento a su padre, sus charlas en el jardín, su cuchillo de plata.
Con mucha tristeza y bastante desconcierto salió nuevamente del banco, y volvió a caminar por las mismas calles que esa mañana. Ya no había un ciego queriendo cruzar, ni una madre tierna y caritativa, ni un grupo de ancianos recordando su juventud. Eran otras caras, otras historias, las que conformaban ahora esa masa viviente que recorre diariamente las calles de la ciudad. Ese grupo de personas tan parecidas pero tan diferentes unas de otras.
A las cinco de la tarde, nuestro amigo decidió matar el tiempo en un diminuto y escondido café, donde se sentó y meditó durante varios minutos, quizás pensando qué le diría al doctor Peralta sobre todo lo que le ocurrió en este día, y que ayer, al efectuar su desesperante llamada todavía no había vivido. Seguramente nos enteraremos de cuáles son sus preocupaciones, y qué piensa hacer de aquí en adelante, ya que, como dijimos al principio, la mente humana tiene mil aristas indescifrables. Después de permanecer cerca de quince minutos en el café nuestro enigmático amigo tomó un taxi, y llegó al consultorio del doctor Peralta, ubicado a cincuenta cuadras del banco donde trabaja.
Faltando solamente cinco minutos para la hora prefijada, nuestro amigo llegó a un antiguo y demacrado edificio, de cinco pisos, y llamó desde abajo a un departamento del último, donde se encontraba una placa metálica que decía, doctor Francisco E Peralta, médico siquiatra. Segundos después se oyó un sordo chirrido, y Ramírez abrió con esfuerzo el pesado portón de entrada. Tras subir con desgano los cinco pisos interminables, ya que el ascensor estaba descompuesto, se dirigió, con bastante preocupación en su rostro, a un departamento ubicado al final de un largo y encerado pasillo. Sacando fuerzas de su interior, y tratando de dejar atrás sus miedos, tras vacilar unos segundos se decidió a tocar el timbre.
Lo atendió una mujer con bastantes ansias de volver a su casa, que le dijo que espere unos segundos y que trate de relajarse hasta que lo llame el doctor.
Pero lo que menos se puede hacer en ese lugar es, precisamente, relajarse. La sala de espera está rodeada por cuatro paredes blancas y descascaradas, en las cuales penden, milagrosamente y desafiando las leyes de gravedad, cuatro pesados cuadros, clavados uno en cada pared, que mas que tranquilidad y serenidad le dan a uno la terrible sensación de perder en cualquier momento la cabeza, tal vez sea una referencia irónica, ya que el doctor Peralta es siquiatra. Dichos cuadros, antes que comprados en una destacada galería de arte, mas bien parecen baratijas de una feria de barrio, ya que ni son de autores famosos, ni son finos, ni lindos, ni nada. Presuntamente solo se encuentran ahí para disimular el mal estado de las viejas paredes, y las terribles manchas de humedad que detrás de ellos apenas se alcanzan a divisar. Por su parte, los temas de estos cuadros son tan feos como ridículos. Un gigantesco jarrón con flores bastante desteñidas, que parecen haber sido regadas con querosén. Un banquete en una viejísima campiña francesa, con caras tan tristes y solitarias que el centro de dicha reunión parece ser un raquítico perro, al que todos miran con unas caras tan estúpidas que pareciera que hubiera ladrado la Marsellesa. Junto a él, un marqués muy sobrio y elegante, si no fuera por un visible agujero que tiene en el estómago, quizás tuvo apendicitis, tras el cual puede verse claramente un pedazo de la descascarada pared. El tercer cuadro muestra un típico paisaje campesino, vaya a saber de donde, en el cual un rechoncho labrador está arando, junto a un asno que mira con desconfianza a los que pacientemente están esperando su turno para ser atendidos por el doctor.
Y como si toda esta galería de posturas y situaciones incoherentes no bastaran para tranquilizar a los deprimidos, frustrados, histéricos o esquizofrénicos pacientes del doctor, en la cuarta pared, al lado de una ruidosa ventana se encuentra una infaltable foto de Sigmund Freud, que amenaza con arrojarse al vacío, si el caprichoso y oxidado clavo que lo sostiene decide separarse de la fría pared.
Pero nuestro amigo no prestaba atención a nada de lo que se encontraba allí, limitándose a observar su reloj con cierta inquietud, que señalaba una tardanza de varios minutos de la hora que le había fijado Peralta, y quizás haya recordado la espera que debió soportar su superior Hernández, esa misma mañana. Arturo estaba triste, preocupado y bastante inquieto, amén de estar visiblemente molesto por la larga y monótona espera.

Veinte minutos después de la hora pautada salió de la sala donde atendía el doctor un pequeño hombre, con cara de no estar muy bien de la cabeza, quizás alguna vez se le haya caído un cuadro sobre la testa, que se despidió del doctor con bastante cortesía. Entonces entró nuestro amigo, con bastante ansiedad, y fue saludado con gentiles palabras, que fueron correspondidas por Arturo. Una vez terminados los saludos, Peralta invitó a nuestro amigo a recostarse en un cómodo diván, tras lo cual le dijo, con voz pausada y tranquila, Muy bien, Ramírez, espero que tengamos éxito con este tratamiento. Creo que si usted se ayuda a si mismo y se autoestima no necesitará mas de mi terapia. Relájese y dígame lo que me quería decir con tanta urgencia, que yo lo ayudaré en todo cuanto pueda.
El doctor Peralta es un hombre de unos cincuenta años, de estatura baja y bastante obeso, con unos tupidos bigotes que resaltan su personalidad. Mientras jugaba con un reloj de pulsera, que sostenía con su mano izquierda, escuchaba atentamente lo que decía Ramírez. Acercó su sillón giratorio adonde estaba recostado su paciente, que comenzó diciendo lo siguiente.
-Ayer sentí la necesidad imperiosa de llamarlo, porque creo que he llegado a un límite en mi vida que no puedo controlar. Cuando estoy pasando uno de los momentos mas terribles y angustiantes de mi vida, me dan la noticia de que fui ascendido en mi trabajo, y desde hoy me desempeño como sub jefe de personal. Pero interiormente, aunque me cueste decirlo, hay otras cosas que siento que me inhiben sobremanera, y que me hacen sentir el hombre mas inútil e infeliz del mundo. A cualquier otra persona que le hubieran dado tal distinción hubiera saltado de alegría, en cambio yo hay muchas cosas que no puedo olvidar, vivo pensando en ellas, aunque quiera olvidarlas. Como le decía, mi vida dio un cambio desde hace un año. Ya no soy el mismo que era antes, ni volveré a serlo nunca. Para mí se acabó la felicidad, la vida es solo tristeza y malos pensamientos. No puedo ni podré jamás volver a ser como antes, aunque ponga mi voluntad. Las pocas cosas que me aferraban a la vida han desaparecido en este año, miserablemente. Me costó mucho tomar una decisión, y cuando estaba casi resuelto soy ascendido, soy tenido en cuenta al menos por alguien, y eso me abruma aún mas. Estoy ahora en una gran disyuntiva, me veo parado ante dos caminos, y no sé cual tomar. Por un lado, no tengo la valentía de tomar una determinación drástica, pero tampoco me interesa seguir adelante, porque como le dije antes, la vida ya no tiene sentido para mí. Solo quiero que usted me aconseje y me dé una visión mas clara de las cosas.
-Yo le diré, contestó Peralta, con asombrosa tranquilidad, que no es usted quien debe elegir el camino indicado. Solamente camine hacia adelante, y el camino se le irá presentando a medida que avance. Pero lo necesario es que usted sienta que va avanzando, y para ello necesita no mirar hacia atrás, porque de lo contrario perdería la visión de lo que tiene por delante. Todo en la vida tiene su sentido, nada es en vano. Lo que pasó ya pertenece al pasado, y no lo podrá recuperar. No puede pasar la vida lamentando lo que ya no tiene. Sé que es difícil borrar ciertas cosas, pero piense que lo que pasó del camino ya quedó atrás, y ya no puede volver a él. Pero usted es dueño, en parte, de su futuro. Es quien debe fabricarlo y armarlo, dia a dia. Imagine que viaja en un tren y mira por la ventanilla. Por un lado ve imágenes que se alejan y que se nublan, y que finalmente se pierden en la lejanía. Puede recordar algunas imágenes que vió hasta ahora, las que le quedaron mas grabadas. Ya sabe lo que pasó, pero no sabe ni conoce el camino que falta, ni cuando ha de terminar el viaje. Qué hacer entonces?, disfrute del viaje, plenamente, sin vivir pensando en lo que dejó atrás. Viva plenamente lo que tiene ahora, que después solo serán recuerdos e imágenes borrosas. Solo piense en aquí y ahora, no piense en lo que hará mañana, ni deje que el pasado lo domine. Trate de aprovechar todas las oportunidades que tenga de superarse, como me dijo que lo han ascendido en el día de ayer.
Nuestro amigo, que escuchaba al siquiatra con gran atención, se mantuvo en silencio durante un corto lapso, al cabo del cual dijo, - sepa disculpar mi insolencia, pero lo que usted dice es muy razonable e interesante para un muchacho. Pero yo ya tengo mas de treinta años, y un largo camino recorrido, y el que me queda por recorrer no puedo mirarlo con mucha alegría. Hay cosas de las que quisiera olvidarme, pero es imposible. Ha llegado un momento en que la vida se me hace insoportable, me agobia, me cansa vivir. No puedo ni quiero comenzar un camino nuevo. Ni estoy en edad para cambiar mi vida. Siento a la vez una gran culpa y una gran frustración que no son fáciles de olvidar, como árboles que se pierden en la distancia. Me siento como en un profundo pozo, y no tengo fuerzas para salir de él. Lo siento, doctor, pero no tengo alternativa. En estos últimos tiempos estoy llevando una vida gris, y así no vale la pena vivir. Para mi la vida es un martirio, una carga de la que quiero librarme y asi pagar todas mis culpas. Mientras decía esto lloraba muy amargamente, con un llanto que haría enternecer a cualquiera, menos al doctor Peralta, que lo miraba con bastante frialdad.

-Mire, le dijo con bastante paciencia, mientras seguía jugando con su reloj. Usted está pasando por un período depresivo lógico tras la pérdida de un ser querido, a lo que se suma un profundo sentimiento de culpa por algo que ha hecho, de lo cual está muy arrepentido. Pero es tonto tratar de librarse de ello por el camino mas simple, porque tarde o temprano deberá pagar por sus errores, aunque usted no crea en esas cosas. Yo creo que tiene una gran oportunidad de salir adelante con ese nuevo cargo que le dieron. Trate de poner esmero en su labor, y así irá dejando de lado sus temores. De todos modos, usted es quien tiene la última palabra, aunque le recomiendo que no se encierre en usted mismo y disfrute un poco de la vida, que está llena de sorpresas. Trate de ser feliz con lo que tiene, por poco que sea. Cambiando de tema, tuvo algún sueño últimamente que lo haya inquietado?, preguntó el siquiatra, tratando de cambiar el sentido de la conversación.
-Desde la última vez que lo ví, dijo nuestro amigo, con lágrimas en los ojos, tengo uno que se repite casi todas las noches. Estamos comiendo mi mujer, mi hija y yo, y de repente mi esposa se levanta de la mesa y se va. Cuando le pregunto donde va, ella no me responde. Al despertarme siento tanta tristeza que no me vuelvo a dormir por varias horas. También tuvo otro sueño anoche, después de llamarlo a usted. Estoy parado mirando hacia abajo, está todo oscuro pero puedo percibir que hay una gran profundidad. En el fondo hay un pequeño punto luminoso. Trato de mirarlo detenidamente, y de pronto me caigo. Cuando sigo cayendo y estoy por ver de cerca el punto, me despierto sobresaltado, transpirado y con un gran miedo. Tengo también otros sueños, pero a los pocos minutos de despertarme los olvido, por mas que quiera recordarlos.
-Le diré una cosa, replicó Peralta, mientras miraba en su reloj los escasos minutos que quedaban de consulta, esos dos sueños que tuvo tienen una explicación. Yo se la daré, aunque no por eso dejará de tenerlos. El hecho de que algunos no los recuerde es normal. No haga un esfuerzo por recordarlos, porque sería peor para usted. En cuanto al primero, evidentemente usted tiene una gran preocupación por la reciente pérdida de su esposa, la reunión en la mesa es un ejemplo de la unión familiar, ya que ese era el momento en que todos sus integrantes estaban juntos. El hecho de que su esposa se levante y se vaya significa una pérdida, al preguntarle usted adonde va, y ella no contestarle, se expresa la tristeza que usted siente al alejarse ella a un sitio desconocido. En este caso, es la muerte. Ella no puede explicarle dónde va, porque tampoco lo sabe. Como puede ver, un sueño aparentemente tonto significa mil cosas que existen en su inconsciente, y que usted mismo desconoce.
Con relación al segundo sueño, usted está parado en el vacío, ya que no ve nada. Ese vacío es la vida. Su propia vida, alejada del contexto familiar, es un gran vacío. Su propia existencia es un gran vacío para usted. El punto luminoso representa a la muerte. En el vacío de su existencia, la muerte es un punto luminoso muy lejano, al que desea llegar, pero le teme. Finalmente toma la decisión de arrojarse, con la inquietud de llegar a ese punto. Pero nunca llega, ni sabe dónde está ni qué es. Usted le teme a la muerte, porque no tiene vocación religiosa, y quiere llegar a ella por sus propios medios. Pero antes de llegar todo se esfuma y se desvanece, porque así es en la vida.
Ramirez hacía un esfuerzo por entender lo que Peralta le quería decir entrelíneas, ya que el siquiatra, buen manejador de su profesión, había llevado a Ramírez a donde él quería, con bastante buen resultado, ya que a partir de allí Arturo pensaría dos veces antes de tomar una resolución de ese tipo.


Finalmente, el siquiatra, que ya le había regalado mas de cinco minutos de su tiempo, decidió poner fin a la sesión, diciendo, considero que su caso es demasiado importante como para hacerlo esperar mucho tiempo. Quiero que vuelva mañana a la misma hora, y que me cuente con la mayor precisión que pueda, cómo fue la muerte de su esposa, y como se siente en su nuevo trabajo. Yo trataré de que en poco tiempo mas usted vuelva a sentirse tan feliz como lo fue alguna vez.
Con estas palabras el siquiatra despidió apresuradamente a su paciente, que secó sus lágrimas con un pañuelo y se fue bastante apesadumbrado. Seguramente al dia siguiente se escucharán importantes y dramáticas palabras, y quizás nos enteremos con mas profundidad cuales son los problemas que aquejan a nuestro amigo.
Serían aproximadamente las siete de la tarde cuando volvió a su casa, apesadumbrado y pensativo. Al llegar fue cordialmente recibido por su madre y por su hija, retribuyendo las muestras de afecto con una fingida y triste sonrisa.
A las ocho en punto, como todas las noches, la sesentona trajo otra apetitosa cena, que esta vez consistió en pescado frito con guarniciones y una tarta de ciruela. Estando los tres reunidos a la mesa, las dos mujeres le preguntaron con bastante avidez como había sido su primer dia como sub jefe de personal. Arturo les narró todo lo sucedido durante el día, como era su costumbre, sin agregar nada y con escuetas y simples palabras, pero sin embargo omitió contar su conversación con Hernández y las recomendaciones que le dio, limitándose a decir que el trabajo era duro pero que estaba conforme con el nuevo puesto. Después de su brevísimo resumen de lo ocurrido durante el dia, nuestro amigo guardó un hermético silencio, mientras la sesentona y su nieta estaban entretenidas en una simple y casera conversación, seguramente ignorando las preocupaciones de Arturo. La niña no miró a su padre durante toda la cena, ni tampoco le dirigió la palabra, siendo en cambio amable y gentil con su abuela. Esto es comprensible ya que nuestro amigo no es afectuoso, y ante los ojos de los demás parece un individuo problemático y encerrado en sí mismo.
Casi sobre el final de la cena, mientras Arturo estaba abstraído mirando fijamente el cuchillo de plata de su padre y meditando quién sabe qué cosa, la madre inocentemente le preguntó dónde había ido esa tarde, él le respondió que había estado trabajando dos horas mas que los demás para cumplir tareas atrasadas. Luego de levantada la mesa, nuestro preocupado muchacho se retiró a su dormitorio, desde donde permaneció mirando durante casi una hora, el viejo jardín, donde por las noches hablaba con su padre. Quizás haya pensado en todo lo que sucedió en su familia en dos generaciones. Qué distintas eran las cosas antes. Un obrero, que vivió humildemente durante toda su vida, pero que sin embargo obtuvo la felicidad que su hijo, ahora, no puede alcanzar.
Seguramente haya otras cosas mas que quizás todavía no sepamos de Arturo. Mañana veremos como se comporta con las nuevas responsabilidades y compromisos que deberá afrontar en su trabajo, y sabremos qué es lo que sucedió con la muerte de su esposa, que al parecer lo ha hecho retornar a la casa paterna, y que tan traumatizado y preocupado lo tiene en este último tiempo. Veremos cuales serán los próximos pasos que dará, en esta cotidiana y permanente lucha con la vida.

Texto agregado el 09-02-2013, y leído por 59 visitantes. (0 votos)


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