PRIMER DIA:
Era el mes de octubre. En toda la ciudad estaba amaneciendo. El sol comenzaba a desplegar tímidamente sus rayos en el horizonte, pintando de color lila y suaves tonalidades de rosa el oriente. Las últimas gotas de rocío, delicadamente apoyadas sobre las hojas de los árboles, comenzaban a esfumarse. El sol continuaba su matemático curso, y todo se iluminaba paulatinamente. La noche iba quedando atrás, y el astro rey ingresaba por el este, estoicamente y sin vacilaciones, como vencedor de una batalla inexistente. Ya nada sería como antes. Una noche se había perdido en el olvido. Una noche igual que todas, pero única e irrepetible como cada una.
Las luces de la pequeña ciudad se iban apagando lentamente, derrotadas y empalidecidas por los rayos del sol. Los primeros ruidos de la pequeña urbe comenzaron a escucharse, dando una clara señal de que otro día estaba comenzando. Un dia tan común como todos, pero tan único y diferente como cada uno. El sol, tan tedioso como la maquinaria de un reloj, continuaba ascendiendo por una cuesta invisible, con tanta precisión que pasó a ser un elemento mas del uniforme y triste paisaje urbano.
De pronto, y como por obra de un maniático mago relojero, las personas comenzaron a salir de sus casas para dirigirse a sus ocupaciones habituales, con tanta rapidez y excitación que no pareciera sino que debían ir al mismo paraíso en el tren de las siete, y que por una extraña ocurrencia del destino se quedaron dormidos media hora mas de lo esperado. Pero la mas cruel y dura realidad es que estas masas vivientes, y tal vez pensantes, van a cumplir sus obligaciones económicas, es decir sus trabajos, y por lo que se puede ver, en su gran mayoría lo hacen bastante a pesar suyo. En estos casos son muchas y muy diversas las reacciones y comportamientos de cada uno. Algunos, tal vez los mas jóvenes, tratan de disimular la incomodidad que les provoca tener que salir a horas tan tempranas, a cumplir algo que preferirían no tener que hacer, y hacen un magro esfuerzo para dibujar una incrédula sonrisa. Otros no disimulan su desazón, e incluso la aumentan y magnifican, mostrando una cara que haría temblar de miedo a mas de uno que los encontrara de noche en una calle solitaria, como si hubieran leído en algún lado que por algún decreto mañana se acabará el mundo. Y por fin están los últimos, que siempre están sorprendidos y expectantes para ver algún accidente, alguna disputa callejera o algún nuevo aumento de cualquier cosa, para contarles a sus amigos que ellos fueron los primeros en enterarse. La expresión de la cara de esta gente varía según lo que suceda a su alrededor. Se dice que en el mundo hay tres clases de personas, las que hacen que las cosas sucedan, las que miran como suceden las cosas, y las que se preguntan qué pasó.
Pero volvamos a lo nuestro. Estábamos diciendo que la gente corría hacia sus ocupaciones. Van muy apurados, pero, ¿que es lo que piensa cada una de estas personas?, ¿piensan todas igual?, seguro que no. ¿Tienen todos los mismos comportamientos, tras esas caras hastiadas e inexpresivas?, ¿son todos iguales unos de otros, tal como lo demuestra su apariencia física ?, o son todos distintos, como sus huellas digitales ?
Para contestar todos estos apasionantes interrogantes, tenemos una gran oportunidad, la de meternos, al menos por un corto tiempo, dentro de una de estas personas, y de saber como y que piensa cada una de ellas. Solo podremos elegir a una persona, pero, ¿a quién escogeremos?, No podemos dedicar tanto tiempo a una búsqueda entre tantos rostros, tantas expresiones y tantas vidas distintas, así que escogeremos una al azar.
Por ejemplo, ese muchacho que ahora esta saliendo de su casa. Veremos qué piensa, como es su actitud con los demás y como se comporta consigo mismo. Salió de su casa hace unos segundos, dio aproximadamente unos cincuenta pasos, con mas apuro que agilidad, y se paró de golpe, pegándose una sonora cachetada en la frente, como si un maldito insecto hubiera querido succionarle las neuronas hasta dejarlo como a un boxeador. Se dio vuelta rápidamente dando un giro en el aire de casi ciento ochenta grados. Volvió corriendo en dirección a su casa, y al llegar a la puerta la golpeó como si fuese su peor enemigo.
Tal vez ahora nos enteremos como se llama, que si bien no varía en nada su personalidad, al menos es un dato interesante. Al oìr el golpeteo a la sufrida puerta, se escuchó una voz de mujer, tal vez mayor, que gritó desde lejos, ¿quién es?, a lo que nuestro amigo respondió, - soy yo, mamá. Segundos mas tarde abrió la puerta una mujer de unos sesenta y cinco años, de cabello cano, altura media y talla regular, con un largo batón que aparentemente ignoraba la existencia del jabón, y un poncho color canela que cubría sus caídos hombros. El muchacho, con mas apuro que cordialidad, le preguntó, -¿no viste mis anteojos?, creo que me los olvidé sobre la mesa. La anciana entró a la casa, y al cabo de menos de un minuto volvió con lo que su hijo le pedía. Con un simple y poco afectivo gracias, y un beso en la frente mas cumplido que cariñoso, el hijo se despidió de su madre.
Con bastante mas apuro que antes, y con la intención de recuperar los minutos perdidos, el muchacho volvió a hacer el camino obligado. Su cara aparentemente no se diferencia de las de los demás, pero nosotros, que podemos observar con atención cada movimiento suyo, nos damos cuenta de que no está totalmente tranquilo. Su cara está levemente perspirada, sus manos están transpiradas, y su respiración entrecortada. Obviamente algo trascendental le está por suceder. Hoy no será un dia mas para él.
Tras caminar escasamente cincuenta metros, nuestro amigo llegó a una parada de colectivo, con marcada impaciencia. Está tenso, obsesionado con algo que quizás le suceda en estas horas y que no puede dominar. Sus manos siguen transpiradas, se las seca con un pañuelo de seda, y se enjuga el rostro. El pulso le tiembla. Se aleja unos metros de la cola, camina unos pasos, se arregla los pantalones, que estaban desalineados. Intenta tranquilizarse en vano. Pasan los minutos. El colectivo no llega.
Pasaron unos diez minutos hasta que llegó el colectivo, pero para la fisiología del muchacho han transcurrido horas. Las manos le transpiraban en exceso, el pulso se le aceleraba a medida que pasaban los minutos, los oídos le zumbaban constantemente. Al llegar el colectivo, nuestro interesante amigo subió pensando quien sabe en qué cosa. Se sentó en el último lugar y se puso a mirar por la ventanilla, parecía estar mas tranquilo. Intentaba tranquilizarse, respiraba profundamente y exhalaba con serenidad. El aire puro le había dado buenos resultados.
Al llegar al centro de la ciudad, el muchacho bajó del colectivo y se dirigió a un café. Se sentó en una mesa en la vereda, pidió un café y sacó un cigarrillo, intentando cobrar confianza en sí mismo. Dejó disolver el azúcar en el café e hizo bollos con los sobres. Jugó unos instantes con las patillas de sus anteojos, que estaban sobre la mesa, mientras tomaba de a sorbos el aguachento café. ¿Qué es lo que pasa por su mente?, ¿cuales serán sus temores?, ¿por qué está tan nervioso?, ¿esperará a alguien?, sin duda, la mente humana tiene mil aristas inexplicables. Tal vez en las próximas horas descubramos cosas insospechadas sobre su personalidad.
Luego de media hora de divagar en el café, nuestro inaudito héroe se dirigió a un banco no demasiado importante. Serían mas o menos las ocho y media de la mañana. Al ingresar, su escueta figura fue descubierta por una señorita, que lo saludó muy atentamente. El muchacho subió una pequeña escalera caracol y comenzó a revisar unos expedientes. Recogió uno y se lo llevó a su escritorio. Al llegar a él lo saludó una mujer de unos treinta y cinco años, mas o menos como él, que le dijo, - Parece que hoy Hernández viene enojado.
-Ah, sí, ¿y por qué?, preguntó él.
-Parece que el jefe se va a jubilar, porque cada vez está peor de la pierna,- contestó ella. -Lo tiene que suplantar Hernández todo este mes, y le dejó el problema de las hipotecas, además de tener que solucionar todos los lios que tenemos, ya que me dijeron que estamos al borde de la quiebra, y que en menos de cuatro meses van a liquidar el banco.
Ante la grave noticia que le dio la empleada, nuestro muchacho no se asombró, como si ya estuviera enterado de todo. Ese fue el único dialogo que tuvieron en las primeras dos horas del dia, ya que, amén de ser muy trabajador y ordenado, nuestro héroe no parece ser muy sociable.
Al cabo de dos horas de monótono trabajo llegó un hombre de unos cincuenta años, de estatura ni muy alta ni muy baja, bastante excedido de peso, con una calvicie pronunciada y aspecto de mandamás. Dirigiéndose a donde estaba el muchacho, pero sin acercarse demasiado, le dijo, --Ramírez, cuando se desocupe por favor venga a mi despacho, tras lo cual se retiró velozmente.
-Vanidoso, le dijo Ramírez a la empleada en tono muy bajo, - recién hoy comienza a ser jefe y ya habla como si fuera el fundador.
Nuestro muchacho, le llamaremos Ramírez hasta conocer su nombre de pila, se apresuró a terminar con el expediente, y en quince minutos fue al despacho del flamante jefe. Parecía mas calmo, aunque interiormente todavía estaba un poco nervioso. Al entrar al despacho, el jefe le dijo, - por favor, Ramírez, tome asiento.
Ramírez asintió con la cabeza y se sentó, tras lo cual el jefe prosiguió diciendo, - como usted sabe, estimado Ramírez, el jefe de este banco se encuentra con licencia debido al reuma que viene padeciendo desde hace unos meses, cada vez con mas frecuencia, por lo cual se me ha designado a mi para pasar a ser de subjefe a jefe de personal, como soy desde ahora. Mientras decía esto se rascaba la calva cada vez con mas frenesí. - Como usted sabe, nuestra institución se encuentra en un período bastante crítico, ya que nos aquejan varias deudas y debemos afrontar una hipoteca. Por lo tanto, querido Ramírez, necesitamos al frente de este banco gente capaz, que sepa sacar adelante a esta pequeña pero antigua institución. Mientras decía esto ya había dejado su calva, y se dedicaba ahora a escarbar su nariz con bastante ansiedad, para disimular en vano un tic que lo forzaba a contraer su ojo derecho casi permanentemente. - Por lo tanto, después de importantes y largas discusiones que hemos mantenido los altos directivos del banco, hemos decidido, entre otras cosas, que debido a que queda vacío el puesto de sub jefe de personal, ese cargo sea ocupado por usted.
Al acabar de escuchar esto, Ramírez se quedó atónito, boquiabierto, sin saber qué decir ni qué hacer, y al cabo de un rato agradeció muy discretamente el alto honor que le habían otorgado. Sin embargo, mas allá del asombro por tan sorpresiva determinación, sintió un poco de temor al tener que cambiar su trabajo de rutina y tener que tomar decisiones. Pese a que aparentemente estaba mucho mas tranquilo que tres horas antes, al salir de su casa, su semblante no era el de un hombre enteramente feliz. Quien sabe por qué razón hay viejos temores en él que no se han disipado, y tal vez afloren otros nuevos a partir de este momento. Sin duda, la vida de nuestro héroe ha dado un cambio radical, pero él parece no percibirlo demasiado.
Al volver a su escritorio, Ramírez le contó a la empleada lo que le había dicho Hernandez. Ella lo felicitó con muy hipócritas palabras, y una no muy sincera sonrisa. Sin duda hubiera preferido que ese cargo fuera ocupado por ella, pero el tesón y el cuidado que ponía su colega en el trabajo lo habían caracterizado, ante los ojos de sus superiores, como un hombre decente y digno de confianza.
-Ahora vas a tener mucho mas trabajo, le dijo ella, con ironía.
-Es cierto, dijo él, es algo que no esperaba. En realidad, estoy muy cómodo con el cargo actual. Tengo miedo de que el nuevo escritorio me quede demasiado grande.
-Espero que te aumenten el sueldo, aunque te van a llenar la cabeza de problemas. Creo que te eligieron a propósito, para que cuando cierren el banco haya mas gente con responsabilidades. Me parece que el viejo, refiriéndose al ex jefe, se supo retirar a tiempo, para que ahora se ensucien los demás y él quede como un héroe. A cada palabra que agregaba se le iluminaba la cara cada vez mas, mostrando una sonrisa tan hipócrita como perversa.
Sin embargo, nuestro héroe no prestó mucha atención a lo que decía su compañera, como si le estuviera hablando de un desconocido, o como si él estuviera por encima de todo o si ya supiera lo que ella le diría. En las horas que siguieron hasta terminar la jornada, la escasa comunicación que hubo entre los dos fueron indirectas y dardos de ella, y un aparente desinterés por parte de él. A la hora de salida del banco, serían las cuatro de la tarde, nuestro amigo se dirigió al mismo café de esa mañana, y se mantuvo mas de una hora pensativo, mirando a la lejanía y con poca atención a la gente, que abandonaba sus actividades cotidianas y regresaba a sus casas, con aspecto bastante menos odioso que el que tenían al salir de sus hogares.
Ramírez continuó mirando, indiferente, mientras sorbía el último café, tomo cinco en poco mas de una hora, pero esta vez no fumó. Parecía estar mas tranquilo, pero no tanto como quisiera. Al regresar a su casa, tomó el mismo colectivo que antes. Se sentó otra vez en el último asiento, pero a diferencia del otro colectivo, esta vez la ventanilla no se abría, como estaba lleno decidió viajar parado.
Al llegar a la casa, la puerta no recibió la golpiza de nuestro olvidadizo amigo, ya que esta vez, sin el apuro de la mañana, optó por tocar el timbre. Lo recibió la canosa anciana, que ya no tenía puesto el poncho canela, y dándole una cordial bienvenida lo hizo entrar. La casa no es muy grande, siendo su principal habitación una que hace las veces de living y sala de estar, con una gran mesa rectangular en el medio. En un lado de la mesa había una niña de unos ocho años, que saludó a nuestro héroe con una cálida sonrisa. En las tres horas siguientes no hubo demasiadas novedades en la vida del muchacho. Nos enteramos, a través de lo que hablaron en ese lapso, que la niña es su hija, que el padre de nuestro amigo ha muerto hace un año, y que su nombre de pila es Arturo, así que será mejor llamarlo Ramírez.
A las ocho en punto de la noche la sesentona trajo una abundante cena, que consistió en arroz con pollo y duraznos en almíbar, y lo mas importante que hablaron fue cuando él les contó como lo habían ascendido, con escuetas y tímidas palabras y sin darse importancia en lo mas mínimo. Al oír esto las dos mujeres se alegraron mucho y felicitaron a Ramirez con emotivas y sinceras palabras. Esto fue lo mas importante que se habló en esa cena, ya que las dos mujeres mantuvieron toda la conversación. Nuestro amigo solo se limitó a hablar para elogiar la comida que había preparado su madre. Por momentos parecía estar ausente de la conversación, dejando la vista perdida en los numerosos y conocidos objetos de la casa. Por un momento nos llamó la atención el extraño interés que ponía Ramirez en un cuchillo de plata que estaba apoyado sobre un aparador vecino a la mesa, ya que fijaba la vista en él durante largo tiempo, sin decir nada ni probar bocado. Se quedaba quieto, inmóvil, como una estatua. Esto no era percibido por su madre ni por su hija, que seguían interesadas en su charla.
Luego de terminados los postres, Ramirez fue el primero en retirarse de la mesa, y se dirigió a su pequeño dormitorio, bastante prolijo y limpio. Minutos antes de acostarse, hizo una llamada por teléfono, que fue la siguiente.
-Buenas noches, está el doctor Peralta en casa?, de parte de Arturo Ramírez. El ya me conoce. Si, es urgente. Al cabo de un rato siguió diciendo, - ¿ hola, doctor?, necesito que me adelante la visita. Es que las cosas cambiaron un poco, y necesito su ayuda. Necesito hablar con usted. No me siento muy bien, y no puedo esperar hasta el próximo jueves. ¿Cuándo?, ¿mañana?, ¿a qué hora?, ¿ a las cinco y media?, está bien, doctor. Gracias. Espero sepa disculpar mi ansiedad, pero necesito hablar con alguien.
Tras decir esto colgó el teléfono, y se quedó mirando por la ventana, que daba a un pequeño jardín anexo a la casa. Eran aproximadamente las diez de la noche.
Una vez mas, la noche había vencido la batalla. El sol, tímidamente y sin fuerzas, se escondía por el poniente. La oscuridad invadía la zona y todo se transformaba en azul. Las casas, la arboleda en la lejanía perdían el color y se tornaban borrosas, amorfas. Las estrellas, inconscientes testigos de una batalla irreal, titilaban a lo lejos. La luna, vanidosa émula del sol, quería bañar con su blanca luz las cosas que en la lejanía apenas se alcanzaban a divisar, todo era oscuridad y misterio. El sol hacía notar su ausencia transformando lo bello en triste, lo fascinante en místico y misterioso. El viento, viajero incansable, hacía enfriar las paredes y adoquines que el sol había calentado durante el día. A lo lejos se oían gritos, ladridos de perros y chillidos de aves, que preanunciaban la vuelta del victorioso y solitario gladiador. Las gotas de rocío refrescaban las hojas de los árboles, y humedecían el espíritu de algún curioso insomne. Las luces callejeras, lúgubres centinelas del descanso urbano, velaban el sueño de la gente, en complicidad con el dulce canto de las hojas de los árboles, que bailaban con la música del viento.
Un día mas había pasado. Un dia parecido a todos, pero irrepetible y único como la vida misma. La ciudad era momentáneamente invadida por el silencio, por la paz y la calma. La gente, o la gran mayoría, estaba dormida, soñando quién sabe que cosa.
Nuestro enigmático amigo, tal vez todos los seres humanos seamos enigmáticos, ante los ojos de algún ser superior, duerme tranquilamente, viajando quien sabe a que extraño y lejano lugar, hasta que llegue la mañana, irremediablemente, donde continuará soñando ser un ser humano. ¿O tal vez prefiera quedarse donde está ahora?
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