A veces es mejor quedarse dormido con el recuerdo,
que dormirse para soñar lo que ya fue soñado.
Bajo las hojas de ese enorme árbol sentí como me iba muriendo de a poco, con cada latido, con cada gota de esa interminable lluvia. Cada hoja me contaba un sueño que yo no quería soñar, que yo me rehusaba a seguir pero aquellos verdes retazos de vida me supieron encontrar y me invitaron a su juego. Bailando en la oscuridad de la noche te vi iluminada solo por el reflejo de la Luna en cada gota que bajaba por tu cuerpo hermoso lleno de vida.
Cascadas de amor rebalsaban de mi pecho y corriendo por los prados te imaginé en el día más cálido del año (corrías y corrías como si el viento te ayudara a volar, como si tus ojos dejaran de brillar).
El árbol te cobijaba entre todas las ráfagas de viento que azotaban esa tierra ese día. Y te fuiste perdiendo entre las hojas más claras y entre las nubes más bajas para despertar dentro de mi sueño y coronarme con tus laureles de santos pecados, de esos pecados que cometimos juntos el día más cálido del año. Desperté y seguía bajo ese árbol, enorme árbol, pero tú ya no estabas allí. Ya te habías ido con el primer rayo del Sol en la mañana y solo me dejaste un dulce recuerdo de una noche mágica y una amarga desesperanza de que quizás nunca te volvería a ver, ni siquiera corriendo por los prados más verdes en algún sueño lejano. Me levanté de mi reposo y junté las hojas del ayer, las puse sobre la mesa de juegos y me alejé caminando hacia los prados soñados. Al llegar me senté sobre un tronco caído, como mis sueños, quebrado por alguna tormenta furiosa. Comencé a observar el vacío, la nada y como era de esperar no vi nada. Ni siquiera pude imaginarte viniendo hacía mí como lo habías hecho hacía menos de un día, bailando bajo ese árbol que acompañó a mi sueño durante toda la noche.
Ya han pasado seis años de ese encuentro en donde te conocí y hoy no te puedo olvidar, nunca más te vi como lo presagiaba lo más profundo de mi ser. Recorro a veces las ruinas de ese paisaje donde se encontraba mi árbol gigante, ahora muerto, destruido por el dolor de una tormenta engañada que buscaba venganza a través de sus vientos. Busco inútilmente los restos de mi mesa, de mi silla, de mis huellas y de mi ayer; pero como era de esperar la lluvia se lo ha llevado todo, sin dejar rastro como siempre lo hace. A veces se suelta alguna hoja de algún lugar y vuela conmigo ese camino y pienso que en algún rincón del mundo puedas llegar a estar, pero ya es tarde para empezar a buscarte, nunca lo hice y no tengo porque hacerlo ahora. Pero siempre que un “verde retazo de vida” me acompaña en el trayecto simplemente tengo el agradable sentimiento de que tu también lo haces. Recojo algunos recuerdos y me pongo algo melancólico, escribo alguna frase y me recuesto sobre lo que hace un tiempo fue el pozo para asar las carnes. Allí cierro mis ojos para tratar de verte en la oscuridad, no lo logro…
Finalmente, para darle una terminación a mi viaje, me levanto y empiezo a caminar hacia el prado con la inútil esperanza de alcanzarte nuevamente, pero cuando me siento sobre aquel tronco (lo único que ha quedado desde la última vez que te vi) pienso que quizás todo lo pasado fue soñado y nada de lo vivido fue real. Quizás todo fue un sueño. Si así lo fuere, tengo la tranquilidad de que ninguna tormenta furiosa vaya a sacarme ese recuerdo de tu silueta bailando bajo la lluvia, de tus ojos que brillando dejaban caer sus propias gotas también, de las hojas verde claro que golpeaban suavemente tu cuerpo como si no quisieran dejarte ir, de aquel árbol que nunca permaneció quieto y de mi, sentado en aquella silla mirando como amanecía y llorando cuando te ibas. Pero igual sigo cerrando mis ojos con la maldita e inútil esperanza de que vuelvas a aparecer ante mí y me abraces para sentir el tacto que nunca pude sentir. Sigo cerrando mis ojos para encontrarte en la oscuridad, no lo logro… |