( Del Libro de Laura )
Reedición corregida, editada en la Página de los cuentos el 07 DE Junio de 2004
Nunca el abuelo pudo hablar español, de algún modo con su acento italiano se hacía entender. Laura lo amaba, y jugaba en su negocio entre telas, cintas, botones y sastrería. Cada cajón que llegaba con mercancía, era la fantasía de Laura, si eran zapatos de niño, el abuelo Raffaello, le regalaba un par de cada color, pero no alcanzaba a llegar con el regalo hasta el segundo piso en donde vivían, la abuela Elcira, no lo permitía y debía decidirse por uno solo, a veces Laura desarrollaba toda una estrategia para llegar a su casa con todos los regalos del abuelo.
Una vez instalado y en buena posición y disposición, el abuelo comenzó a trasladar a su familia desde Italia. Muchos tíos llegaron, mayores y jóvenes, los jóvenes en el colegio, los mayores ayudaban al abuelo, pero nunca, nunca los mayores aprendieron a hablar el castellano y muchas anécdotas de la familia de Laura se relacionan con ese lenguaje tan especial con el que ellos se comunicaban, no era italiano, tampoco español.
El caso más anecdótico era el de la tía Anna, hermana de su abuelo, no podía ir sola a ninguna parte, una sobrina quinceañera que aprendió muy rápido el idioma era la encargada de acompañarla para todas partes, pasaba todas las vergüenzas que el caso ameritaba. Rosita, resignada a su destino, nunca reclamaba, solo hacía lo que tenía que hacer, pero si podía disfrazarse de incógnita, ella se disfrazaba.
Ya con residencia en Santiago, acompañó a la tía Anna al médico, el médico de la tía Anna, era el padre de Laura, el viaje hacia la casa de Laura tenían que realizarlo en trolley bus, subió la tía, subió la sobrina, la sobrina pagó los pasajes, la tía se sentó en los primeros asientos, la sobrina se fue hasta el fondo del pasillo para sentarse en el último. La tía Anna como buena representante de su país, entabló conversación con la vecina que viajaba sentada a su lado, también con el pasajero de pié a su lado, con todos los que la rodeaban. Gesticulaba y hablaba, sabía que nadie le entendía una sola palabra, impertérrita usaba las manos para explicarse mejor; como hablan en general los napolitanos en Chile y también en Italia. Paradero a paradero, el trolley bus fue ocupado por completo de personas y la sobrina quedó fuera del alcance de la vista de la tía. En una de las comas o punto y coma de su monólogo coloquial, se dio cuenta que Rosita no estaba, desesperada, se paró de su asiento aparatosamente y le grita al chofer: _ ¡ Coven, pare ! se ha pertutto la Rosita ! _ El chofer se detuvo, la situación parecía grave, los pasajeros que iban en el viaje, buscaban con la mirada a la " pertutta Rosita ". La tía angustiada, Rosita con los ojos cerrados y muy avergonzada, desde el fondo del pasillo del transporte público le gritó: _ ¡ Zia … zia … io sono qui ! _
Terminada la consulta médica y luego de servirse el acostumbrado café con su sobrina, madre de Laura, se despidieron para regresar a casa de la tía que vivía en la calle Macul, a la llegada al paradero del primer bus, la tía se asoma por la puerta y le pregunta al chofer: _ ¡ Coven ! ¿ questa micro va per Macule ? _ el chofer muy cordialmente le contesta: _ Si señora, suba no más _, sube la tía, la sobrina paga los pasajes y el chofer con simpatía le pregunta: _ Señora, ¿ es usted italiana ? _ la tía tan asombrada como emocionada lo mira con ternura y le dice : _ e ma ¿ comme lo suppo ? _
|