Cinco
Antonio observó sus manos y la curva de su cintura y entonces supo que estaba atrapado, no solo había vuelto, sino que para él todo sería bastante diferente ahora. Una risotada le hizo girar bruscamente, por lo que casi cae al torcer uno de los tacones de sus zapatos. El padre Ramón sentado en uno de los sillones de la salita, rió con ganas, mientras que Antonio furioso buscaba ansioso donde poder reflejar su imagen. Pero le bastó mirar sus manos y sus pechos para darse cuenta de lo terrible, que estaba atrapado y en un joven cuerpo de mujer.
- Padre esto es lo peor que me podría pasar - se quedó callado al escuchar la dulce voz que salía de su boca - ¡No puede ser!, pero si sigo siendo yo, ¡Antonio!
- Bueno hija, te sugiero que te llames Antonia, pues para todos serás una mujer, la nueva psiquiatra de esta clínica, llegaste hoy a trabajar, así que no hay consultas hasta la próxima semana, para entonces ya no estarás acá, si todo sale bien.
- Pero como voy a poder ayudar a Miguel, no se nada de psicología, esto es totalmente absurdo. Lo peor es que no sé cómo ser mujer….
- Verás, todos tendrán que ver en ti a la mejor siquiatra de esta región, no te preocupes por que sabes lo necesario, esos conocimientos están en tu cabeza, pero tienes dos semanas para realizar lo que vinimos a hacer. ¡Ah! Un detalle, tu hijo te verá, sin embargo es a la doctora Antonia a quien debes ahora dejar entrar en tu mente ella hará lo que es propio y lógico para tan bella mujer. Tú has recibido el regalo de tener otra oportunidad y estarás ocupando su espacio, es un tiempo corto y precioso, debes aprovecharlo muy bien.
No lo olvides: usa muy bien tú tiempo Antonia Morán.
Miguel caminó nervioso por la Avenida Principal de la ciudad, hacía un mes que vivían allí, pero no lograba acostumbrarse a la libertad, sencillamente no lo lograba, le sudaban las manos ante cualquier ruido algo distinto.
A pesar de la insistencia de María, Miguel había evitado ir a la clínica a la entrevista con la psiquiatra, pero hoy al parecer debía hacerlo, no quería hacer sufrir a su madre. No había sido fácil este mes, pues a pesar que el había comenzado a hablar, sus diálogos eran absolutamente reducidos y para Miguel estaba claro que le sería muy difícil mantener una charla con alguien, además quería evitar contestar lo incontestable, no quería hablar de su padre, así es que en todas sus conversaciones se limitaba a contestar con monosílabos o gestos de asentimiento, lo que obviamente provocaba en su madre preocupación y tristeza.
Encontró bonita la clínica, era acogedora, de colores agradables, cálidos, con dibujos en las paredes, de hecho se distrajo mirando uno de los murales, con muchas manos de niños, su nombre por el altavoz lo sacó de sus pensamientos. Siguió a la enfermera por el pasillo y enfrentó la puerta con mucho más temor de lo que el mismo esperaba sentir.
Franqueó la entrada de la consulta de la doctora Morán y no pudo evitar palidecer, frente a él había una mujer hermosa, de ojos color miel, de cabello negro rizado y de unos 35 años, que lo saludó con acento cubano provocándole una extraña sensación en el estomago cuando su mirada se cruzó con la suya. Realmente no esperaba nada de su próximo médico, pero tampoco esperaba alguien tan agradable después de las malas experiencias anteriores. Sí, su psiquiatra era hermosa pero no era su belleza la que le provocaba esa extraña sensación, eran los ojos, era la mirada profunda y dulzona, con un fondo de pena, no sabía a quien pero a alguien le recordaban.
Antonia Morán se acercó lentamente a saludarle, estiró las manos y tomó una de las suyas
- Bienvenido Miguel, espero que nuestros encuentros te agraden y logremos nuestros objetivos.
Miguel la miró algo extrañado, esa mirada la había visto en otra parte, algo confundido comenzó a hablar casi sin darse cuenta
- Gracias, la verdad es que no sabía que tenía que agradarme venir, pero ya que lo pienso, ojalá sea agradable, pero no entiendo eso de los objetivos, ¿debo yo también tenerlos? ¿no se supone que usted debe ser la de los objetivos, como por ejemplo sanarme?
- ¿Debes sanar de algo Miguel?
-
Su nombre pronunciado por esa mujer le provocaba algo ambiguo en el alma, como una emoción
- no lo sé doctora Morán, el psiquiatra del hospital pensaba que sí
- ¿tú que piensas al respecto, sientes que estás enfermo?
-
Mientras le daba tiempo para contestar, Antonia se sentó en una pequeña butaca y le invitó a ocupar la otra.
Miguel sin contestar la pregunta observó los muebles, había un sofá más allá, muchos libros en todas las repisas, pero lo mas interesante eran los colores, ninguna de las cuatro paredes tenía el mismo color, aunque todos eran en tonos pastel, cada peldaño de las repisas era de un suave color distinto, de hecho las butacas y el sofá eran cada uno de un diseño y color distinto, el que ocupara la doctora era celeste en terminación ovalada, el sofá era beige y donde él estaba sentado era un mullido sillón de un suave gris perla. La consulta era pequeña y todo estaba como dispuesto para agradar, dispuesto para relajar, dispuesto para hacer que Miguel se entregara.
Antonia insistió con su pregunta
- ¿Crees que debes mejorar de algo Miguel?
- Pues… quizás de mis propios miedos - respondió algo dudoso y sintiendo que las manos le sudaban - quizás del miedo que me da la muerte, de sentirme solo y no entender lo que me pasa o lo que siento.
- ¿Qué te asusta de la muerte: morir tú?
- No morir en realidad, más bien morir y seguir aquí, atrapado, asustando a las personas que amas - esto último se arrepintió de haberlo dicho, no sabía porqué se había permitido dejar escapar algo tan profundo de sus pensamientos, ya le había causado problemas antes con el psiquiatra del hospital
- Pero quizás cuando alguien se queda atrapado así como dices tú, no es que quiera asustar a las personas Miguel, por qué no intentas verlo desde una perspectiva más objetiva. Quizás la persona, o el espíritu en este caso, no sabe que hacer con su nueva existencia.
Se la quedó mirando algo confuso antes de responder, Antonia lo observaba esperando la respuesta, con la mirada de Antonio agitándose en sus ojos, ansiosa por comprender, confundiendo a Miguel con esa mirada que le hacía creer, que le hacía confiar y hablar de sus temores
- No lo sé doctora, quizás son solo tonterías – dijo intentando encerrarse nuevamente en si mismo
- ¿Cuál sería la tontera, que los espíritus se confundan y no sepan donde ir, deambulando por doquier o que tu tengas miedo de encontrarte con alguno de ellos?
Miguel se quedó en silencio observando a la doctora que le sonreía, mirándole a los ojos y sin responder le habló de otra cosa
- Usted no toma notas, tampoco grava lo que hablamos
- No va a ser necesario, en cuanto a la pregunta que no respondimos hoy, la dejamos para la próxima consulta en dos días, pero no quiero que nos juntemos acá, ¿te parece que conversemos en el parque que está aquí cerca a la misma hora? Me fascina respirar el aire limpio.
- Sí… claro. Me parece bien
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