EL DIVORCIO
Robert siempre la amó pero nunca tuvo facilidad para expresar sus necesidades.
Su niñez, había sido dura y el cariño lo sentía solo los fines de semana cuando podía ver a sus padres, especialmente a su madre, su padre siempre estaba ocupado.
La vida de pupilo en un colegio inglés, distaba mucho de ser agradable. Las exigencias, muchas veces superaban el límite tolerable para un niño, pero no existía posibilidad de evitarlas, la consigna era formar hombres “exitosos”, verdaderos empresarios, financistas, administradores de las fortunas familiares.
Elizabet era una mujer hermosa, de una buena familia, criada con todos sus deseos cumplidos. Su niñez no supo de sobresaltos, en su adolescencia casi se podía decir que era una malcriada. Esas mujeres a las que les gusta que el mundo gire a su alrededor.
Tuvo todos los novios que quiso tener, hasta que conoció a Robert que la impactó con su seguridad, su estampa y su enorme fortuna.
Se casaron muy enamorados, jurándose amor eterno, respeto mutuo, tolerancia, etc. etc. la vieja formula aún en uso, que muchas veces funcionó y tantas otras fracasó.
Los primeros años todo anduvo bien, Robert incrementaba su fortuna, y ella gastaba a su antojo.
Llegaron los niños, un varón y una nena que hacían completa la felicidad del matrimonio. No obstante, Robert estaba pasando por un mal momento en lo económico, y él, que había sido educado para “triunfar”, no lo podía soportar.
Elizabet no le daba importancia al asunto, su vida estaba más dedicada al cuidado propio, de sus hijos y a las tardes de shopping, que a preocuparse por la economía o por Robert, por otro lado el, siempre encontraba la solución.
El distanciamiento se fue agudizando, Robert se sentía como cuando estaba pupilo,
exigencias sin cariño, pero a diferencia de aquella época, los fines de semana no traían ninguna gratificación. Las salidas consistían en llevar a pasear a los niños y el tema de conversación giraba solo alrededor de ellos y las compras que Elizabet haría, ya que según ella nunca tenía nada que ponerse.
Robert sufría, jamás la había engañado y aún la amaba, pero nunca recibía una atención de ella.
Ese lunes todo estaba peor, la crisis global golpeaba con fuerza los mercados, las acciones se desplomaban, y en medio de esa debacle financiera, su secretaria le trajo un té que el no había pedido, y en sus bellos ojos que jamás había mirado, descubrió ternura y comprensión, un gesto de cariño.
El divorcio fue solo un trámite, su abogado no podía creerlo, las mansiones, autos, y las acciones, se las dejó a Elizabet y a sus hijos, el no quería nada.
Hoy vive en un pequeño departamento con Fiona, la que fue su secretaria, ella le enseñó lo que es el verdadero éxito.
Ahora Robert se dedica a pintar, ha ganado varios premios de los que alimentan el espíritu, adora a sus hijos a los que ve más que antes y ellos disfrutan como nunca de su padre. Jamás permitió que fueran pupilos, ahora sabe lo que es el éxito, ahora sí, ama y se siente amado.
Reeditado del 2009
Ricardo Jonas
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