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LEALTAD


A ocho cuadras estaba el puentecito saltando por encima del canal , la calle en aquel lugar se hacia mas estrecha , por lo que para los extraños y escasos peatones que deambulaban por aquellos parajes era mas seguro caminar por la angosta acera, resguardada por una baranda de metal que protegía al caminante del trafico de los pocos vehículos que transitaban. Por la parte que daba al otro lado de la acera, un pequeño muro de concreto que terminaba en una replica de la misma baranda y que protegía al peatón de la fosa por donde corrían las aguas del canal. Se empalmaba con una cerca de alambre tejida de dos y medio metros de alto que moría en los patios de las propiedades que se ubicaban a ambos lados del canalizo.
En uno de los patios, de los que dividía el cauce de las aguas, amarrado con una larga cadena estaba el dichoso perro, bello ejemplar de Labrador de manchas amarillentas, cabeza ancha, fuertes y definidos músculos, con la punta del hocico húmeda y brillante. Pasar por allí y el perro chocar contra los alambres de la cerca en furioso ataque, era lo mismo, ladrando y amenazando con sus blancos y grandes colmillos al aire dibujando una sonrrisa siniestra, gruñendo con aquel sonido ronco y profundo que estremecía y despertaba al hombre primitivo que todos llevamos, con una advertencia que decía claramente : ¡ Defiéndete o huye !
Era tanta la exitasion del perro que en varias ocasiones estuvo a punto de caer al canal por la parte alta del terreno y que daba a la ladera, cortada a pico, que terminaba en las oscuras y profundas aguas, sujeto como estaba a la gruesa y larga cadena. Era mucha la cólera y el celo defendiendo su territorio, defendiendo,quizás, la propiedad de sus amos a los que ellos consideran sus hermanos mayores, a esos que caminan y actúan extrañamente y que les proporcionan el alimento y los amarran y martirizan convirtiéndolos en huraños animales.
Si querías disfrutar de la maravillosa vista que brindaban los florecidos flamboyanes y caminar bajo la sombra de los grandes, bellos y viejos robles oyendo el vibrante y armonioso reclamo de los sinsontes a las esquivas hembras. Si querías observar a los patos nadando por el canal y ver a las mamas patas seguidas por la linea amarilla que formaban sus pequeñas crías. A los grupos de blancas garzas con sus largos, angostos y combados picos escarbando en la hierva en busca de los proteínicos insectos. Los círculos radiales y andariegos que se formaban en el agua al salto de alguna trucha y, en ocasiones, a pequeños cocodrilos que dejaban ver sus largas y escamosas cabezas de ojos saltones, tenias, ¡ obligatoriamente ! que pasar por el puentecito al que, por confusión y celo, custodiaba también el bravo Labrador.
Llevaba poco tiempo viviendo en el lujoso reparto y por sus largas caminatas, recomendadas por su medico de cabecera, Roberto, había descubierto aquel paradisiaco lugar, a poca distancia del puente que cruzaba el canal que alimentaba la hermosa y bella laguna, sueño de pescadores de agua dulce por la gran cantidad de peces; truchas, bagres, carpas y algún que otro cocodrilo que llegaba al lago Roberto , enjuto hombrecito de abdomen abombado. Recién cumplidos sus cincuenta años, el medico le descubrió un pequeño desorden en el corazón que dificultaban su respiración . Hombre de oficina, de papeles y números, contador de oficio y empleo, amante de la naturaleza , pescador y explorador dominguero,soñador de aventuras en el Amazonias. Obligado a realizar largas caminatas respirando el aire puro, fuera del viciado de la oficina donde llevaba veinte y cinco años hurgando y arreglando gruesos libros llenos de complicadas y largas cifras.
Aquel hermoso y despejado día martes, en la mañana, Roberto, decidió que no trabajaría y que se iría a caminar para fortalecer su débil corazón y sus pulmones. Tomo rumbo a la laguna . Cuando tubo el pentecillo a la vista pensó en el perro y preparo sus nervios para el encuentro con el guardián, sabia que trataría de alcanzarlo a través de la fuerte cerca de alambre trenzado, intentando, con sus fuertes dientes, cortar el metal . Cuando el Labrador ataco, Roberto trato, como siempre lo hacia ,de calmarlo con suaves y cariñosas palabras cosa que en esta ocasión irritaban mas al perro que corría de un lado al otro del tramo de cerca que cubría la acera . En dos ocasiones una de sus patas traseras piso el vacío, de la alta pendiente del profundo canal.
Una tercera vez y el can no pudo mantener el equilibrio, fueron sus movimientos coléricos lo que le desorientaron . Sus patas, al no encontrar apoyo, hicieron desbalancear el pesado cuerpo hacia el vacío quedando suspenso en el aire, sujeto por la fuerte cadena atada a su collar de fuerte cuero repujado, oscilando como el péndulo de un viejo reloj de pared . El hombre sorprendido observaba al perro sin atinar actuar prontamente ante el suceso.
Corrió por la acera que costeaba el lateral de la inmensa casona cuidada por el celoso Labrador, gritando, pidiendo ayuda. ¡ Nada ! Nadie respondía .
Sin pensarlo mas tiempo salto y quedo agarrado del tubo superior que asegura la cerca y con una agilidad no acostumbrada , cruzo al patio. El perro todavía movía sus patas delanteras tratando de alcanzar la cóncava ladera con espasmódicos, débiles e inútiles ademanes.
Roberto, sacando fuerzas insospechadas , penosamente pudo subir y colocar al animal sobre el terreno firme del borde. El desfallecido perro, con la lengua colgando de uno de los lados del hocico, acostado aun continuaba, instintivamente, moviendo sus patas delanteras, tratando de conseguir donde apoyarlas.
Espero un rato la recuperación del Labrador y cuando vio que el perro, tambaleante, apoyo sus cuatro patas en el firme suelo, salto y se quedo sujeto con ambas manos al tubo superior de la alambrada cerca, con cierta pesada agilidad trato de cruzar una de sus piernas del otro lado cuando sintió como una quemadura un poco mas arriba de sus tobillos... ¡ El labrador, recuperado le sujetaba clavandole sus fuertes y afilados colmillos ! Grito, pidió ayuda, le hablo al perro, le dio ordenes. El animal, con el hocico lleno de sangre, con mas fuerza tiraba de su pierna desgarrada . Por esas cosas extrañas del azar una pareja de jóvenes caminaban por el lugar y con piedras y gritos obligaron al perro a que soltara su presa, ayudando a subir, entonces, a un Roberto asustado y débil por la gran cantidad de sangre perdida .
Aun en la sala de emergencias del hospital, donde los buenos samaritanos le llevaron , recibió la visita de un oficial de la policía, gordo rechoncho de áspero aspecto y grandes y canosos bigotes manchados por la nicotina.
– ¿ Señor Roberto Lezcano ? – Pregunto el agente a modo de introducción y saludo .
– Si ; soy yo
– Roberto; ¿ Que hacia usted en el patio de una propiedad privada donde los dueños no se encontraban y sin ninguna autorización...? ¿ Podría usted explicarme ? – Cuestiono abruptamente el policía colocando sus brazos en jarras , con la mirada hosca y el ceño fruncido .
– ¿.......?

Texto agregado el 06-02-2013, y leído por 137 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-02-2013 Un relato muy interesante que nos enseña las paradojas que nos sorprenden en la vida. elpinero
 
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