Al alba me arrellané en la almohada y admiré el aspecto amazónico de mi antes angelical amante. Ansiaba aclarar si esa alteración afloraba de la anotación atípica en la agenda:”exáltala en la acequia anterior al abeto”
Atando argumentos de lo acontecido, advertí una anodina aflicción, aunque no aprovechable en absoluto para abrir el anagrama que almacena los avatares de esa azarosa aventura
Aconteció que algo más abultado que el amor me avivó a andar al acecho de aquella adolescente en la academia, y animarla, no sin alguna argucia, a ausentarse y aceptar ser acarreada a la antigua arboleda. Al ámbito donde armadillo, ardilla y anaconda aprovechan el agua azul del arroyo, y los árboles aparecen abrigados con ámbar.
Aspiraba a que ambos asistiéramos, de acuerdo a los anales de la asamblea de las apariciones, al asombro de la alteración de los ángeles en amantes, que acontecía año con año en el anillo del abeto más añoso.
Así, aprovechando la aérea accesibilidad de Ángela, y para el aseo de su alma, arropé su adelgazada anatomía con las arras amarillas de la antigua arca:
Ascendimos a las alturas sin articular aseveración o apostasía alguna, pero al avizorar el augusto abeto arrancamos en atroces aullidos.
Algo se apoderaba de ambas almas. El atisbo de que apareceríamos ante un asombro se alteró en la autosugestión del avance arrebatado de agua ardiente por las arterias. Un arrebato ajeno a los atributos de ambos aportó un apareamiento ansioso y áspero.
La asfixié a la acogida del armisticio amoroso, ávido por aflojar las arras que me amarraban en abrazo de anaconda.
Apenas admiré su alma azulada abrirse en el aire, apercibí mi agonía con la aparición de airones. El amante se advirtió angelical. Ausente de arte amatorio y de apareamiento.
Ángela adquirió aptitud de amazona, En albergues y al aire acopla su animada anca a asta atenta de alzar el arrebato amatorio.