(REP.)
Todo el esfuerzo consiste en mantenerme de pie, erguido.
Miro hacia arriba y mi visión se hace circular, contra las nubes grises
que se desangran en transparente.
Cierro los ojos.
Recibo la frescura de las lágrimas del clima en todo mi cuerpo,
notando, en cada centímetro de mi, sus caricias.
Pequeñas salpicaduras, que como pequeñas lenguas, recorren mi extensión
haciendo de mi piel una experiencia húmeda, nueva.
En mis oídos el repiqueteo es constante, suave y envolvente.
Es la voz de las nubes que me hablan en su idioma sempiterno,
antiguo en su conjunto, pero una palabra nueva en cada gota.
Alzo los brazos y mis palmas miran al cielo en sustitución de mis ojos.
Por medio de ellas, mi cuerpo se fusiona en un todo surgiendo desde el interior,
haciéndome parte viva del ambiente.
Muevo acariciadores los dedos de mis pies, que están semi hundidos
en la frescura arremolinada y viva de un charco, que borbota, crepita y cambia de forma mientras mi boca, ahora abierta, recibe el sabor de la tierra en su estado mas puro:
El agua.
Todo mi cuerpo ha respondido a la llamada primigenia
y hoy, al fin, le ha contestado con el mismo idioma de la lluvia.
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