I.
Habían pasado dos años desde que Hilaria había llegado desde Lucanamarca (Ayacucho) sobreviviendo a la cruel masacre terrorista por parte Sendero Luminoso, Porfirio Tecse, padre de Hilaria la había ocultado en el silo de grano antes de que llegasen al pueblo los terroristas, Hilaria recordaba lo que pudo ver a través de las grietas del silo: a su tío Lando, vio como dos de los delincuentes lo tomaban por los brazos , lo ataban a un tronco y le ponían en la boca un petardo de dinamita detonándolo luego, pudo observar la suerte que llevó su hermana y los gritos que profería al ser ultrajada por otro de estos, para luego dispararle dos tiros en la cabeza y a punta de cuchillo escribir en su pecho : “Así mueren los soplones colaboradores del gobierno”. Mientras hacían observar esto a su padre, los” Senderistas” como eran conocidos este grupo terrorista en las altas serranías , agruparon a todos los hombres, mujeres y niños en la plaza principal del pueblo para perpetrar su vil acción. Los hombres fueron obligados a arrojarse al piso, tendida la cara sobre la tierra mientras los criminales se ensañaban contra ellos con machetes y hachas, unos 20 murieron en el acto. Mientras mujeres y niños eran encerrados en la Iglesia del pueblo y el grupo que los esperaba dentro, haciendo uso de sus machetes, destripaban a los niños y rociaban de agua hirviendo a las mujeres. Luego disparando a mansalva acabaron con todos ellos.
Pintaron en el frontis de la Iglesia un lema que decía:
- “Muerte a los soplones. ¡Viva el Presidente Gonzalo!¡Viva el Marxismo- Leninismo- Maoísmo- Pensamiento Gonzalo!
No hubo piedad para nadie, ni siquiera los perros del pueblo se salvaron ya que estos fueron colgados y clavados en las puertas de las casas, dejando en claro el aviso que en cada uno de ellos ponían:
- “los perros traidores y contrarios a la causa, serán exterminados” PCP
Cuando se hizo silencio en el pueblo, Hilaria presa del más grande terror salió del silo, el escenario que allí vio fue un golpe muy fuerte para ella, se dirigió de inmediato a la Iglesia pensando encontrar a alguien con vida. Al abrir la puerta un grito de pavor salió de su boca, no habían tenido misericordia ni con los niños, lloraba presa de la impotencia al ver sus caritas chamuscadas por los disparos a quemarropa.
No supo cuando se quedó dormida por el cansancio y el dolor de todo lo que había observado.
Hilaria despertó al sentir el tirón de un hombre que estaba a su lado, era un soldado que se aprestaba a interrogarle y le pregunto qué es lo que había sucedido y si había alguien más con ella. Procedió con el relato, de como 60 senderistas habían incursionado en el pueblo cometiendo la más cruel de las barbaries.
Luego de esto Hilaria no tenía nada mas que hacer en el pueblo. Una patrulla del ejército la trasladó a la base antisubversiva en Huanta y fue allí donde abordó un camión de carga que buenamente la trajo hasta Lima.
Hilaria tenía 10 años cuando llegó a Lima, era abril de 1983, Hilaria no tenía a nadie conocido en Lima y el poco dinero que había recogido de casa no le iba durar para siempre.
En Yerbateros, lugar donde converge toda la carga que llega desde la serranía y provincias del Perú, Hilaria se aprestaba a sobrevivir en la gran Lima, una mujer se compadeció al ver a la niña y le ofreció comida y un rincón en su puesto donde vendía zanahorias. Eso no podía durar mucho, aconsejada por la bien intencionada mujer, Hilaria compró dos bolsas de caramelos, los cuales vendería desde ahora para poder juntar dinero y así subsistir.
Ya habían pasado dos años, dos largos años que habían templado el carácter de una niña provinciana temerosa y que llegó huyendo de la desgracia.
Se había trasladado al centro de la capital donde creía que estaría a salvo de la salvaje crueldad de aquellos senderistas que le arrebataron todo. Dedicándose a la venta ambulante de golosinas paseaba todo el centro limeño día a día.
Era un día sábado cuando Hilaria ya había recorrido una hora de su trayecto en su rutina de trabajo; al cruzar por a la Av. España decide hacer una pausa junto al penal del Sexto, recostó su espalda junto a la pared que sobresale sirviéndose de apoyo para poner sus pies sobre el piso.
Volaba su imaginación y en su cabeza soñaba tratando de olvidar los terribles horrores que le tocó vivir, cerraba sus ojos y recordaba a su padre y a ella pequeña recostada en su regazo y la sonrisa de su madre trayéndole la leche fresca que tomaría.
El estruendo de una explosión no le dio tiempo para más, se sintió arrancada del suelo y voló por los aires, junto a ella pudo ver a un policía que estaba tendido en el piso vomitando sangre, últimos momentos en que el aire todavía entraba a sus pulmones y exhalaba así Hilaria el último hálito de vida.
Era abril de 1985, un coche bomba cargado de ANFO había sido puesto por terroristas en el frontis del Penal del Sexto, dejando como saldo dos policías muertos y una niña vendedora de golosinas…
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