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El pecado busca, busca pecados para redimirse de su propia culpa… Armand M.


Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias…Con los celos de punta y la rabia de bastón, se tambaleó la mesa. -¿Huy eso que fue?- fijaron su atención en ella. Unos se miraron aterrados. El telón se abrió y hasta ahí mi vida…se paró y se fue, de improviso, sin despedirse. La comedia del absurdo devino…
Antes de morir, groseramente me escupió en la cara. Decretó:
-Hasta luego y buena suerte con su nueva perra- Sucumbió el respeto. Traté de remendarlo como pidiendo auxilio:
–¡Claudia de que hablas! ¡Claudia no te vallas! ¡Daniela me besó! ¡Fue un accidente! ¡Estábamos bailando! ¡Yo no hice nada! ¡Ella me besó! ¿No entiendes?- Pero Daniela apareció justo en ese momento y hasta ahí mi suerte... Se acercó de pronto conturbada, me cacheteó, casi sin poder hablar dijo:
-¿Cómo? ¿Qué dices? huy Andrés, ahora sí no puedo creerlo ¡como eres capaz de hacerme esto!-. Se le aguaron los ojos, se tapo la cara, se haló el pelo.
Miré a Claudia. ¿Ya no estaba? ¿Se habría ido a morir? Yo no sabía que hacer, como arreglarlo.
–Pe...pero yo no dije nada malo..yo-. Balbuceé en vano.
–Sí gran estúpido como nadie escuchó…- Reprochó irónica. Comencé a temblar. Y ante semejante remolino lancé cualquier otra sandez:
–Yo, yo no dije nada grave, o…si lo dije, perdóname, entiéndeme, este momento es muy confuso, no se que hacer-. Pero Claudia seguía ahí, petrificada, nos miraba con cinismo. Daniela prosiguió bucólica:
–Dijo que yo lo besé, idiota…pensé que eras diferente, ¡hay! yo no se por qué soy tan boba-. Se tapó la cara de nuevo de la pena, como conteniéndose para no seguir haciendo el ridículo. Se dibujó una sonrisa enferma en el rostro de la Claudia.
Los presentes consumían teatro gratis sentados en la mesa alcoholizados. Animalizaban la escena ahogados de la risa. Claudia dio la vuelta y se empezó a alejar lentamente con los sumos altos. Mientras tanto Daniela se contorsionó. Llegó una amiguita a socorrerla. La abrazó y le susurró algo al oído. Entonces la amiguita culminó el discurso cual vocera:
-Que pena, pero ya puedes estar bien, ve y recupera a tu novia, aléjate de Dani que ella ya no quiere nada más de ti, te dio su confianza y a ti te valió un carajo, gracias por todo pero hoy nos demostraste tu bajeza-. Entre tanto Claudia se alejaba sonriente y victoriosa, como si ya supiera lo que había pasado. Daniela se perdió con su amiguita, se oyó entre los chismosos un augurio:
-Huy, sin el pan y sin el queso, esto se puso bueno-. Entre risitas hirientes, supe que la noche había flaqueado, pero era solo el comienzo de algo aún más siniestro:
Salí del recinto, no me despedí de nadie, la calle estaba sola. El viento aullaba: –Claudia, ¡mi vida! ¡Donde estas! ¡Lo siento! ¡No me dejes!- Pero el fantasma de la otra me intrigaba. –Ni modo- me dije –Más vale pecar que vivir- Corrí casi huyendo unas cuadras en ese estado de histeria reprimida. Subí un puente, me paré en la baranda, miré hacia abajo, no había suelo, era un abismo. Mis brazos mutaron, se hicieron alas. Cerré los ojos, la noche estaba oscura. –que nadie vea- Pensé. Creí despegar cuando un estallido me detuvo. –Ahhhhhhhhhhhh!!!!- Abrí los ojos. Subí la cabeza. Un borracho me había vomitado encima. Los presentes se reían de mí en forma grotesca. Me paré y grité: -¿¡No me piensan quitar los ojos de encima!?-
Sufrieron mis nervios reclusos el último despojo, sentí la flecha de cupido enterrada en mi garganta. (¡Miserable! ¿Dios me puso en este espejo para que me examinara?)
Fui a salir nuevamente. Luego algo me encandelilló, tanto a mí como a los bufones. De pronto apareció una muchacha guapa, era rubia y medio alta. Se acercó con un pañuelo y me limpió algo del asqueroso líquido que me quedó en la ropa. Me miró y fue un gancho su mirada. –Olvídate de ellas- Dijo, pero no le dí importancia. Me dispuse a escapar, a no dejar que nada me distrajera, tenía que recuperar a Claudia. Pero cuando fui a salir apareció en la entrada de nuevo la extraña susodicha.
-No vallas, deja de humillarte- Vaciló con apatía.
-¿Quién eres tú para juzgarme?- Pregunte extrañado.
-¿Quién eres tu para escucharme?- Dijo arrogante. (Admiré su cuerpo)
-Tengo que recuperar a Claudia- Pensé, como si pensando fuera a sacudirme tanto anacronismo. La mujer me miró a los ojos y dijo:
-No tienes que recuperar a nadie, a nadie le debes nada- Yo quedé absorto, por un momento pensé que escuchaba mis pensamientos, le dije:
-¿Cómo? ¿Cómo sabes lo que esta pasando?- Ella hizo una mueca de mal gusto y dijo:
-Hay Andrés, ya déjate de niñadas, ¿si? tan fácil es negarme como traicionar a alguien-
-¿Soledad?- Dije asombrado. –¡No!- Interrumpió melancólica. -Conciencia, es lamentable que no me reconozcas- Luego desapareció entre la masa. La busqué como un perro faldero.
Cuando la encontré, estaba bailando con otro y se movía sensualmente. –Me va a dar un infarto- Pensé. Le quité al parejo, la cogí del brazo y la empecé a celar con frases ambiguas. Eso a ella le gustó. Entramos como en una discusión. Se calentó tanto que rompimos el hielo, o más bien lo derretimos. Luego dejé que me besara hasta los huesos y cuando abrí los ojos… ¿era yo el que lo había hecho? La había llevado hasta mi cama. ¿Le había hecho el amor a Conciencia?
Después del rato carnal, en mi atormentada cabeza se oyeron los aplausos, como si la consumación no hubiese sido el cometido de un pecado, sino el ritual de un exilio. Los bufones nunca se fueron, se pararon de sus sillas y aplaudieron fascinados. El telón se cerró. Para bien o para mal le seguí el juego a Conciencia, me acosté con ella y la deseché al momento. Luego me exilié de la traición. Triunfé en la batalla contra inquisición de la culpa y quedé solo. Solo pero librado de la culpa por el resto de la vida y de la muerte de Claudia.

Texto agregado el 04-02-2013, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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