En un lugar lejano y solitario, vivía hace mucho tiempo un grupo reducido de personas, que lograban su subsistencia mediante la recolección de frutos silvestres, y la cría de unos pocos animales, de los cuales usaban sus pieles para vestirse y su carne para alimentarse. La comunicación entre ellos era escasa, casi inexistente, y cada uno consumía lo que había conseguido, sin importarle la situación en que vivían los otros. Como solo se alimentaban de los frutos que recogían, se debían trasladar permanentemente de un lado a otro conforme se les acababan. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido almacenar algunos frutos para tener en el futuro, ya que solo pensaban en el momento presente, y sus mentes no podían concebir el futuro. Vivían en un eterno presente, y se conformaban solo con tener algo que comer ese día.
Pero como sucede en todas las sociedades, siempre hay alguien que ve mas allá, o que al menos lo intenta. Uno de ellos, mientras descansaba luego de haber obtenido su ración de ese día, observó con inquietud una manzana que pendía de la rama de un gran árbol. Nunca en su vida había visto una fruta de ese tipo, por lo que se quedó mirándola un buen rato, con una mezcla de sorpresa e interés. Conforme pasaban los minutos, sentía mayor curiosidad por ella, y aunque ya había comido lo suficiente por ese día, tuvo el deseo de traerla consigo.
Inmediatamente se acercó al árbol y alzó el brazo para llegar hasta la rama, pero se dio cuenta de que estaba demasiado alta como para alcanzarla. Se le ocurrió luego dar un salto con los brazos extendidos hacia arriba, pero aún así la rama estaba demasiado lejos de él. Siguió insistiendo, se alejó unos metros del árbol, corrió una corta carrera y volvió a saltar, pero fue un esfuerzo inútil. Repitió el mismo procedimiento decenas de veces, cada vez tomando mas impulso y con mayor ahínco, pero todo fue en vano, la manzana estaba demasiado alta o él era demasiado pequeño. Lo cierto es que ambos parecían estar irremediablemente lejos el uno de la otra. Luego de intentar atraparla miles de veces, el hombre cayó agotado, y como ya se había hecho de noche se acostó al lado del árbol y se quedó dormido.
Las primeras luces de la mañana siguiente lo despertaron, y como estaba acostado boca arriba, lo primero que vió al abrir los ojos fue la manzana que pendía en lo alto, sobre su cabeza. Si en el dia anterior su presencia le había llamado la atención, a la mañana siguiente se le había vuelto irritante. Durante las primeras horas de ese día repitió su incansable serie de saltos, corridas y movimientos de brazos, sin poder siquiera rozarla con la punta de los dedos.
Cansado ya de esforzarse sin poder obtener resultado alguno, pero con una ansiedad que lo carcomía, quedó un largo rato acostado sobre la tierra, exhausto, mirando con avidez ese extraño objeto que la brisa hacía mover suavemente, muy por encima suyo. Al pasar las horas el hombre decidió finalmente ir a recoger los frutos a los que estaba acostumbrado. Este trabajo habitual lo realizó rápidamente y sin esforzarse demasiado. A diferencia de la díscola y odiosa manzana, los otros frutos eran recolectados suavemente, como si ellos mismos se ofrecieran, generosos, para ser consumidos. Al volver a su lugar con todo lo obtenido, se sentó a comer al pié del árbol, aunque desde entonces y hasta terminar el almuerzo, en ningún momento quitó su vista de la lejana manzana.
Se le ocurrió mientras comía que aquello debía ser sin duda infinitamente superior a lo que él había conseguido, que si llegara a probarla, luego de comparar, desecharía sin dudas a todas las demás frutas, que su sabor sería exquisito, perfumado, mas dulce y agradable que todo lo que por él era conocido. Mientras divagaba en estos pensamientos, las frutas que en ese momento estaba comiendo monótonamente le resultaron insípidas y sosas. Hasta inclusive en un determinado momento llegó a sentir cierta repugnancia, algo que jamás le había ocurrido hasta entonces, ya que siempre las había consumido con avidez. En cuanto se sintió satisfecho, dejó algunos trozos sobrantes abandonados en el suelo, nunca antes lo había hecho, y se dedicó a buscar obsesivamente la forma mas efectiva de alcanzar la alta rama. En un momento recordó la forma en que algunos de los animales que conocía trepaban por los troncos de los árboles y alcanzaban fácilmente las alturas, ya sea para quedar luego descansando sobre las copas o columpiándose entre sus ramas. Con la firmeza y el tesón de llegar al objeto tan preciado, envolvió parte del viejo tronco con sus brazos, y ayudándose con las piernas comenzó a trepar dificultosamente.
Pero evidentemente la naturaleza humana es muy distinta a la de ciertos animales, y la intrépida escalada le resultó sumamente difícil, ya que la superficie del tronco era áspera y muy despareja, y no estaba acondicionada para la sensible piel humana. Luego de haber subido tres o cuatro metros, y de haberse producido innumerables heridas cortantes en todo el cuerpo, el hombre pudo ver el ambicionado fruto casi de cerca, ya que, al estirar su brazo derecho lo máximo posible, sosteniéndose con toda su fuerza con el otro brazo y con ambas piernas, podía acariciar la manzana con la yema de sus dedos.
Este simple acto fue tomado por él mismo como un verdadero triunfo, ya que se quedó durante varios minutos en esta posición, eufórico y con una alegría que no condecía con lo lastimoso de su estado general. Sin dudas los animales que habitualmente trepaban sin vacilar hasta la copa de los árboles se hubieran burlado de semejante escena, pero él sentía que había triunfado.
Aunque en realidad faltaba un esfuerzo mas para poder asirla con toda la mano y arrancarla, el hombre disfrutaba de su triunfo. Con el simple tacto de la punta de los dedos ya se imaginaba devorando con ansiedad el preciado bien, y disfrutando de su incomparable sabor, de su exquisito perfume, en un deleite que solo él podría disfrutar. Pensó en mas de un momento que él era el único capaz de disfrutarla, que vaya a saber por qué motivo él había sido el elegido. Aún en esa posición ridícula que tenía aferrado al árbol, el se sintió importante, mas aún, extraordinario, dueño de una virtud que solo él poseía.
Absorto y maravillado por estos pensamientos, no prestó atención a la gran cantidad de sangre que brotaba de sus innumerables heridas, algunas de las cuales ya habían coagulado y formaban costras de sangre seca. El, sin embargo, seguía disfrutando, enajenado, de la suavidad y tersura de la cáscara que sus dedos acariciaban. Después de algunos minutos de ensoñación, un agudo dolor en el hombro derecho lo volvió a la realidad, ya que debió contraer su brazo compulsivamente y perder así el contacto con la manzana. Al darse cuenta de lo terrible de la situación decidió sobreponerse al dolor y trató de asirse fuertemente a una rama, que estaba un poco mas alta que su cabeza, pero al tratar de realizar ese movimiento, un nuevo dolor, mas agudo e intenso, lo hizo retorcerse y dejar el brazo colgando en el aire. Unos segundos mas tarde, abatido por el cansancio físico y con el dolor moral de no poder llegar a su meta, dejó que su pierna izquierda también quedara colgando, luego de haberse resbalado con una pequeña rama que la estaba sosteniendo, y que se partió por el medio.
El hombre estaba iracundo, en solo unos instantes había pasado de la felicidad extrema a la angustia de haber perdido para siempre todo lo que había ambicionado. Sus músculos estaban doloridos, su carne llagada y su moral destrozada. Sin embargo, en ese estado deplorable, sacó sus últimas fuerzas e hizo un nuevo esfuerzo para volver a alcanzar la manzana. Apoyó el pié que tenía en el aire en una corta rama, tomó un ligero impulso y extendió su brazo izquierdo, ya que el derecho lo tenía entumecido y no podía moverlo, con la mano abierta hasta llegar a unos pocos centímetros de ella. Al intentar acercarse un poco mas realizando un esfuerzo sobrehumano sintió un nuevo y profundo dolor en todo el cuerpo, y sin ofrecer resistencia alguna cayó pesadamente al suelo.
Allí quedó, durante largo tiempo, tendido boca arriba y retorciéndose de dolor, mientras observaba angustiado a la manzana, que allí seguía, roja e insinuante, sin que ningún hecho exterior modificara su posición.
Con el paso de las horas recuperó la sensibilidad de su brazo, y los dolores se hicieron mas tolerables, aunque la brusca caída le había producido numerosos cortes y heridas en la espalda y en las piernas. Mientras trataba de curar sus heridas en la forma precaria que él conocía, lo sorprendió la noche, y con ella, el cambio de todo lo que lo rodeaba. Notó que con la oscuridad todas las cosas se tornaban difusas y perdían su color, y la deseada y reluciente manzana, que durante el dia lo provocaba e inquietaba con su rojo tan reluciente, durante la noche se volvía oscura y tan opaca como todas las demás cosas que él conocía. Este descubrimiento lo inquietó sobremanera, y se propuso interiormente revelar el misterio que encerraba. A pesar de lo desgraciado de su estado físico, o tal vez precisamente por eso, pensó que era el único ser en el mundo que poseía la inmensa fortuna de descubrir la rara magia del objeto que tanta había despertado su interés.
Sobreponiéndose al intenso dolor que aún lo aquejaba, creyó tener el poder supremo de descubrir lo que para los otros era imposible, de descifrar lo que para los demás era indescifrable. De llegar, él, solo él, a donde nadie jamás había llegado. De ser único y diferente a todos. En una palabra, de ser extraordinario. Olvidándose casi por completo del dolor se lamentó a sí mismo el haberse dejado caer tan fácilmente, y se propuso alcanzar lo que quería, para disfrutar él solo de su logro, y demostrarle el mundo entero que era el mas grande, singular y admirable de los hombres. Con el cuerpo dolorido pero el alma iluminada por estos pensamientos, se quedó dormido.
Con las primeras luces de la mañana siguiente, la provocativa manzana volvió a iluminar al mundo con su rojo intenso, y el hombre comenzó nuevamente a intentar capturarla. Con singular ahínco repitió incansablemente su seguidilla de saltos y cortas carreras, y en varias oportunidades intentó trepar nuevamente el viejo árbol. En todos sus intentos se volvieron a repetir las frustraciones del dia anterior, hasta que finalmente el hombre quedó, sin haber podido lograr su propósito, tendido en el suelo, cubierto de tierra y sangre y retorciéndose de dolor como un animal herido.
Cuando al cabo de varias horas, el sol fulguraba con toda su luz en el cenit, un hambre intenso le hizo recordar que hacia mas de un dia que no probaba bocado, y que ya era hora de abandonar a la ambicionada manzana y procurarse su alimento diario. Aunque estaba cansado físicamente, fue a recoger las frutas que habitualmente consumía. Este rutinario trabajo lo realizó desganado y sin esforzarse demasiado, ya que la tierra en la que había acampado temporariamente era rica en frutos de varias especies, que se podían conseguir sin tener que recorrer demasiado territorio. En poco mas de media hora, el hombre volvió al árbol con no menos de tres o cuatro clases de frutas distintas. Las depositó a la sombra de un pequeño arbusto, se sentó en el suelo junto a ellas y las comenzó a comer con una gran lentitud y desgano. Sin prestar atención a lo que comía, todos sus pensamientos giraban en torno a la inasible manzana.
Los dolores producidos por sus heridas aumentaron repentinamente durante su almuerzo, fuertes calambres le impedían mover el brazo derecho, por lo que todos los movimientos los debía realizar con el izquierdo. Desde la caída del dia anterior tenía dificultad para girar la cabeza, ya que su cuello estaba lastimado y lleno de moretones. A pesar de las curaciones que se realizó, aplicándose algunas hierbas que sabía usar en casos como éstos, sus piernas estaban muy magulladas, y le restaban movilidad.
Pero además del dolor físico que padecía, estaba anímicamente turbado, la pequeña manzana se había apoderado de su mente, y él estaba dispuesto a conseguirla a cualquier precio. No lograba comprender como un objeto tan pequeño e inmóvil había podido resistírsele. Sentía como si hubiera peleado contra un animal feroz, aunque solo había bastado una pequeña e insignificante fruta para vencerlo. Era, justamente, esta circunstancia lo que lo hacía convencerse aún mas que antes, de que en ella estaría encerrado algún misterio, algo oculto y enigmático por lo que valía la pena esforzarse. Pensó que si a él le costaba un gran esfuerzo, para los demás sería sencillamente imposible, y que a pesar de las adversidades, él sería capaz de descubrir su misterio. Obsesionado por estos pensamientos, sintió que estaba predestinado para descubrir algo importante, y que había llegado la hora en que eso tan importante estaba ante sus ojos.
Había pasado de la simple curiosidad a una verdadera obsesión, como si ese fuera un hito trascendente en su vida. Llegó a tener la sensación de que su historia cambiaría para siempre a partir del momento en que superara la línea de todo lo que hasta entonces le resultaba conocido. Esa pequeña manzana representaba para él un mundo nuevo, que solo a él le estaba reservado, y que en un golpe de suerte había podido tocar el día anterior con la punta de sus dedos.
Trataba de elaborar todos estos pensamientos que se le presentaban, deshilvanados, mientras comía con asombrosa lentitud las frutas silvestres que había conseguido. Debía comer lentamente ya que en la caída había recibido un golpe en la mandíbula, y con solo abrir la boca dejando una abertura suficiente como para sacar la lengua debía sujetarse la cara fuertemente con las dos manos para poder soportar el dolor. Sin embargo, pese a todas las vejaciones que estaba sufriendo, sentía que algo trascendental estaba a su alcance y que saldría fácilmente de todos sus problemas, ni bien llegara a poseer su secreto y misterioso descubrimiento.
Habiendo llegado a este punto de sus reflexiones, lo invadió una gran vergüenza de si mismo, y en un arranque de ira hizo la siguiente introspección. “He sido dotado de una virtud única que no posee ninguna de las personas que conozco, tengo, por mis cualidades personales extraordinarias, el don de poseer y tener para mí algo que jamás ha sido de nadie, algo distinto a todo lo que me era conocido hasta ahora. Puedo tener, si me esfuerzo, una cosa sin género ni especia, única y completa en si misma, ya que jamás conocí en mi vida nada que se le parezca o con lo cual pueda confundirse. Según están dadas las circunstancias, parece que ha sido creada para mi, que ha nacido con el único objeto de que yo la posea, y sin embargo, teniendo esta oportunidad extraordinaria, estoy aquí, vencido y llagado, comiendo lo mismo que todos los demás. ¿Por qué he de comer lo que comen los otros, si existe un único alimento que fue creado solo para mí, y no me esforcé lo suficiente por conseguirlo?”
“Si existe para mí un alimento único y extraordinario, eso significa que yo soy también único y extraordinario. No puedo rebajarme y ser igual que todos los demás, que son iguales entre sí y jamás tuvieron la ocasión de ver mas allá de sus narices, y comen lo mismo que todos sus antepasados, repitiendo exactamente lo que ellos hicieron. Yo soy distinto a los demás, soy único, y no debo hacer lo mismo que hacen los demás. No, definitivamente, ¡no seré uno mas!”
Al terminar este pensamiento, vomitó con fuerza lo que en ese momento estaba masticando, y clavó su mirada, irritado, en la pequeña manzana que suavemente era meneada por la brisa. Con la firme convicción de que finalmente lograría su objetivo, se sobrepuso a los dolores, y volvió a intentar llegar a ella. Saltó, realizó carreras cortas, trepó, volvió a caer y se produjo nuevas y mas dolorosas heridas. Continuó así durante cinco días hasta que los cada vez mas agudos dolores y el hambre, ya que había dejado de comer los frutos que tenía a su alcance, prácticamente vencieron todas sus resistencias. Atormentado y agotado física y mentalmente, el hombre se quedó postrado y sin voluntad de continuar su lucha solitaria y desigual. Con los miembros entumecidos e inmóviles, con la cara desencajada por la angustia y la desolación, y con todo el cuerpo sucio de tierra y de sangre, daba la impresión de haberse rendido.
Sin embargo, a pesar de que su cuerpo ya no lo acompañaba, su mente aún seguía tramando algún plan para lograr su objetivo. Acostado sobre su lado derecho, ajustándose fuertemente el brazo dolorido y con las piernas tiesas y encogidas, el hombre intentaba, atormentado y desilusionado, de encontrar una solución milagrosa, mientras con una pequeña ramita en la mano izquierda jugaba tratando de empujar algunas piedritas que estaban junto a su cara, en la tierra.
Se encontraba en esta situación, la cara apoyada sobre la tierra y acostado doloridamente sobre un costado, mientras se lamentaba de no poder siquiera ahora ir a buscar los frutos conocidos, que en ese momento tan necesarios eran para su vida. Es que en el estado en que estaba apenas podía realizar algunos simples movimientos tolerando el dolor, pero no podía ni pensar en levantarse del suelo, y menos aún caminar. Su cuerpo estaba a unos pocos metros del árbol que lo hizo caer e hirió su dignidad, destruyendo su ambición de diferenciarse de los demás. Desde la posición en que se encontraba podía ver claramente la manzana que lo había hecho sentir temporalmente un ser único y magnífico, con la grandeza suficiente como para llegar mucho mas allá que todos sus pares. Pero él no le tenía odio, ni siquiera cierto recelo. Mas aún, la miraba, impotente, con el dolor inmenso de haber perdido para siempre algo que quiso y que, embriagado por la ilusión, creyó en vano que sería suyo.
Quizás en esos momentos, por primera vez en su vida, sintió la profundidad y el abismo que se abre ante lo que se pierde inexorablemente sin posibilidad alguna de recuperarlo jamás. Ese abismo que marca el fin de una ilusión, la muerte de un sueño, una esperanza destrozada por la cruda realidad. Por primera vez sintió que perdía algo único e irrepetible, algo que no se podría cambiar u olvidar por otra cosa, como las frutas idénticas entre sí que consumían sus congéneres. Por primera vez este hombre que vivía un eterno presente, descubrió los cambios que trae consigo el paso del tiempo, rara alquimia de pequeños logros, grandes sueños, frustraciones, esperanzas, efímeras alegrías y definitivas desilusiones. El hombre miró, nostálgico, su ahora distante posibilidad de obtener algo que lo supere y lo haga sentir distinto a los demás. Luego de girar levemente la cara para mirar al cielo, cerró sus ojos, desconsolado, cuando una pequeña lágrima rodó por su mejilla, llena de moretones y cicatrices.
En esa patética agonía parecía que los frutos que le eran conocidos tampoco le servían, él no quiso continuar consumiendo lo que la tierra le regalaba, y daba la impresión que entonces ellos, indiferentes y despreciados, lo veían morir en silencio. El hombre, soñador, tuvo la oportunidad de hacer algo mas que los demás, de llegar mas lejos que ellos, y la había perdido. Perdió la posibilidad de conseguir algo por sí mismo, por no conformarse con lo que tenía, con lo que la naturaleza le daba en abundancia, como a los otros.
Pero en el fondo de su alma, aún no estaba rendido. Se imaginaba a sí mismo una y mil veces trepando el enorme árbol y recogiendo, victorioso, la anhelada manzana, mientras con su mano izquierda continuaba, inquieto, golpeando con su ramita unas piedras pequeñas. De pronto, y sin darse cuenta, golpeó con mas fuerza una piedra mas pequeña que las demás, que salió volando velozmente por el aire y cayó algunos metros mas adelante.
El hombre observó esta escena con asombro e interés, y luego de meditar unos instantes, esbozó una leve sonrisa, que iluminó por un momento su cara magullada. Esta pequeña piedra, pensó, salió arrojada al aire, pero no fue mi mano la que la movió, sino la rama, impulsada por mi mano. Por lo tanto no es imprescindible mi mano para provocar un movimiento exterior, solo es suficiente con que mi mano impulse a otro objeto.
El hombre estaba maravillado con la sabiduría de sus conclusiones, y con una inmensa alegría pensó que podría, con suerte, mover la manzana sin que fuera necesario hacerlo directamente con la mano. Quizás si encontrara una rama lo suficientemente grande y la arrojara al aire, lograría derribarla. La tarde entera dedicó a este propósito, y el solo hecho de volver a estar activo le levantó notablemente el ánimo. Después de varias horas de agonía sintió que se abría para él una nueva esperanza. Arrastrándose torpemente por la tierra, ya que no podía mover las piernas, ocupó el resto del día a encontrar una rama lo suficientemente grande. Recién al caer la tarde, cuando el poniente se cubría de un color rojo oscuro, y los últimos destellos del sol comenzaban a desaparecer, volvió el hombre, arrastrándose por la tierra como un reptil, y empujando con dificultad su pesado cuerpo con los brazos, a donde estaba el árbol de sus sueños y esperanzas, trayendo consigo numerosas ramas de diferentes tamaños, que había recogido de la tierra y cortado de algunos pequeños arbustos.
En su dificultosa recorrida había tenido la oportunidad de comer algunas frutas, las que estaban mas cerca del suelo, esta vez sin la soberbia típica y entrañablemente humana que lo había llevado, cinco días antes, a despreciarlas. Cuando finalmente hubo apoyado todas las ramas en el suelo, sintió que se había quitado un gran peso de encima, ya que todas las cosas que traía consigo le habían hecho aún mas dificultoso su viaje. En cuanto estuvieron las ramas amontonadas, las ordenó en hilera de menor a mayor, y dedicó varios minutos a observarlas detenidamente. Era consciente de que estaba ante la última y definitiva oportunidad de conseguir lo que ambicionaba. Sabía que si no lograba derribar a la manzana, ya no le quedarían fuerzas para volver a recoger otras ramas, ya que la mayoría de ellas estaban a una altura considerable del suelo, y el solo podía andar a rastras, y aún así, soportando terribles dolores.
Antes de decidirse a arrojar la primera, disfrutó durante algunos instantes del dulce placer de imaginar que el triunfo estaba cerca, paladeando su victoria en forma anticipada. Las pocas frutas que había comido le devolvieron la fortaleza espiritual, que el hambre y las angustias de los días anteriores le habían quitado.
Seguro de que había llegado al instante mas importante de su vida, y tratando de aprovechar al máximo los últimos minutos de luz, el hombre miró con ansiedad la ancha hilera, y quizás para no perderlo todo desde el comienzo, decidió arrojar primero las ramas mas chicas. La primera ramita voló demasiado alto, la segunda, lanzada mas suavemente, no tuvo la fuerza suficiente. La tercera se posó sobre unas hojitas que estaban en otra rama del viejo y enorme árbol. Y así, sucesivamente, todas las ramas pequeñas cayeron en lugares distintos, algunas empujadas por el viento, otras siendo interceptadas en el aire por algún ave que las recogía con el pico, y casi todas golpeando y estrellándose contra el viejo tronco, que las tumbaba una a una con total indiferencia. Con cada ramita que se perdía, el hombre aumentaba su ansiedad, inclusive acompañaba sus vuelos con inquietos movimientos en los ojos, y bruscos gestos con las manos, que querían, impotentes, hacerles perder o ganar altura, detenerlas en el aire o bien desviar su vuelo.
Cuando se acabaron todas las ramas pequeñas el hombre masculló entre dientes, y rojo de ira se tapó la cara con ambas manos. Luego levantó su puño cerrado al cielo y lo golpeó con enorme fuerza sobre la tierra seca, mientras lanzaba un grito incontenible de furia. La manzana seguía, roja y provocativa, irritándolo con su suave e inmodificable meneo. El hombre, iracundo, no podía aceptar que no pudiera dominar a una pequeña e indefensa fruta, y tras dudar unos minutos decidió al fin comenzar a arrojar las ramas mas grandes. Estaba seguro de que esa sería su única y final oportunidad.
Antes de comenzar este último y desesperado intento, miró con detenimiento a cada una de ellas, antes de decidirse por alguna. Al cabo de un rato elevó su vista hacia donde pendía la manzana, tomó una rama con su mano izquierda y la lanzó violentamente. La rama realizó una parábola en el aire y se estrelló contra el tronco. Lo mismo sucedió con la segunda, la tercera y varias que les siguieron, hasta que finalmente solo quedaron dos grandes ramas en la hilera. La oscuridad se iba adueñando lentamente del territorio, tornando borrosos todos los contornos. Las últimas luces del crepúsculo que cedían paso a las sombras de la noche, aumentaban sobremanera el patetismo de la escena. El hombre estaba desesperado, la inmóvil y rígida manzana seguía allí, indiferente a todos sus esfuerzos y sufrimientos, sin ser modificada en absoluto.
A pesar de su desesperación, el hombre no se había resignado a perderlo todo todavía. Meditó largo rato antes de arrojar la penúltima rama, íntimamente convencido de que aún le quedaba una esperanza. La lanzó hacia arriba con furia, en un intento por ver realizado su sueño, con tanta precisión que golpeó contra la rama de la cual pendía la manzana, que tambaleó bruscamente durante algunos segundos, aunque no llegó a caer. El hombre miró con ansiedad, aunque angustiado, el brusco movimiento y sintió nuevamente una leve seguridad en sí mismo. Aunque no logró derribarla, pudo hacer que se moviera. Este hecho lo hizo suponer que el tiro siguiente sería el definitivo. Excitado y con una gran agitación preparó la última rama, y estando casi seguro de su victoria la lanzó con fuerza, sin la vacilación de los tiros anteriores.
Se hicieron eternos para él los interminables segundos en los que la última rama flotó en el aire, pero a diferencia del certero tiro anterior, en esta ocasión, sin duda como consecuencia de la extrema ligereza e irreflexión con que la arrojó, la rama se desvió tanto de su rumbo que golpeó contra el cuerpo confundido de un ave que estaba construyendo su nido, y que se alejó volando a toda prisa, asustada por el sorpresivo impacto. En ese instante, durante varios segundos, se produjo un silencio sepulcral. Al darse cuenta de que con esa rama desviada quedaba para siempre hecha trizas su ilusión de conseguir algo solo para él, el hombre se quedó en silencio, estupefacto, sin poder creer aún lo que le había sucedido.
Luego de mantener un largo y sorpresivo silencio, clavó su vista en el suelo, y con los ojos desorbitados lanzó un grito aterrador, un grito desesperado de angustia contenida, de desolación, de impotencia. Con la cara retorciéndose de dolor, y una enorme furia, se golpeó el pecho con fuerza, sintiéndose el único culpable de lo que le había sucedido. Luego, lleno de ira, trató de incorporarse, y mirando fijamente a la manzana, la escupió y la maldijo, y volvió a gritar en forma desesperada. En ese momento de dolor extremo, de agonía fatal, este hombre que vivía, como los otros, sin comunicarse con los demás, experimentó, por primera vez, el deseo irrefrenable de compartir con alguien su dolor. En un movimiento instintivo miró a su alrededor y no encontró a nadie. Volvió a gritar aún con mayor fuerza y desesperación, pero sus gritos y gemidos no fueron oídos por nadie. Estaban todos demasiado lejos, demasiado ocupados en recoger sus propios frutos y alimentarse. Y aunque estuvieran mas cerca y pudieran oírlo, nadie habría comprendido la desesperación de un hombre soñador y empecinado por perder una fruta en las alturas, habiendo tantas mas seguras a ras del suelo.
Solo fue suficiente el vuelo inexacto de una rama errante para que aquél que creía que podía poseer y dominar a su voluntad algo que le era ajeno, tomara conciencia de sus limitaciones. En ese momento trágico, quien creyó tener el poder suficiente como para manejar a su antojo todo lo que lo rodeaba, se dio cuenta de que solo era un ser humano, de que apenas si podía manejarse él mismo.
El hombre, con su amor propio destrozado, y viendo pisoteada su dignidad, volvió a mirar compulsivamente a su alrededor, y sin poder expresarle a nadie su dolor, tomó con su mano las piedritas que horas antes habían hecho renacer sus ilusiones. En un intento de mitigar su dolor, las apretó contra su pecho, lanzó un lastimoso gemido, cerró sus ojos y lloró con ellas.
Luego de llorar durante un largo rato, con la cabeza apoyada sobre la tierra seca, se quedó dormido.
Pero es en los momentos de mayor angustia y desesperación cuando, a veces, parece abrirse una puerta milagrosa, que insinúa tras ella un nuevo camino y devuelve la tranquilidad perdida. Es como si el hombre sediento recibiera, en escasas pero vitales oportunidades, una mano protectora que le ofrece un bálsamo, permitiéndole sobrevivir. Aunque el hombre no podía entender ni modificar a su antojo los acontecimientos exteriores, estos se seguían produciendo, completamente ajenos e indiferentes a su voluntad. Esa noche, mientras el hombre dormía profundamente, la manzana, ya madura, se desprendió de la rama que la había visto nacer, y cayó ligeramente, impactando contra la tierra, y luego de rodar unos metros se detuvo, sigilosamente, a pocos centímetros de donde el desdichado dormía, tratando de olvidar su pena.
Al despuntar el alba, el hombre se despertó, aturdido, sin que el largo sueño hubiera hecho mella en su estado de ánimo. Aunque lo reconfortó un poco darse cuenta al desperezarse de que los dolores habían disminuido notablemente, y que ya podía volver a mover las piernas, hasta dejarlas casi extendidas por completo. Aún con los ojos cerrados, intentó mover su brazo derecho pero se dio cuenta de que seguía completamente inmóvil, y totalmente llagado de arriba abajo. Al recordar nuevamente lo que le había sucedido la noche anterior, hizo un gesto de desesperación, y volvió a apoyar la cara contra el suelo, tratando de contener las lágrimas. Unos segundos mas tarde, se dio vuelta, y dando un lastimoso y melancólico suspiro, abrió sus ojos en dirección a donde estaba la noche anterior la deseada manzana.
Al ver que la manzana ya no estaba donde la había visto anteriormente, se apoderó de él una terrible confusión, que lo llevó, por un momento, a pensar que todo había sido una terrible pesadilla, que tal fruta nunca había estado allí, y que todo era producto de su imaginación, que le había hecho creer, vanamente, que había descubierto algo único que los demás desconocían. Recién al estirar instintivamente su brazo izquierdo y sufrir un terrible calambre que lo hizo desgarrarse de dolor, se dio cuenta de que su pesadilla ciertamente había sucedido en realidad. Sin darse cuenta de lo que estaba a punto de sucederle, y sin comprender como había ocurrido la desaparición, se incorporó, se restregó los ojos, y como era su costumbre, giró hacia ambos lados su cabeza para ver si algo había pasado durante la noche a su alrededor. Sin encontrar nada que le llamara la atención, su brazo derecho se apoyó dolorosamente sobre la tierra, y su mano, accidentalmente, se posó pesadamente sobre lo que parecía ser una piedra grande, aunque bastante mas blanda. El hombre giró su cabeza con desgano, y con una enorme sorpresa vió a la manzana, debajo de su mano.
Sin poder explicarse como había ocurrido el milagro, se le llenaron los ojos de lágrimas, y sosteniéndola con la mano anquilosada quedó observándola con avidez durante varios minutos, mientras su otra mano volvía a acariciar la cáscara con la punta de los dedos. Con una mezcla de excitación, de alegría incontenible y de asombro, sostenía la manzana entre sus manos laceradas, como si en ella estuviera encerrado el sentido mismo de toda su existencia. Allí estaba su máxima ambición, su posibilidad de tener al fin algo que verdaderamente le pertenecía, algo que no era de nadie sino de él y por lo que había luchado, sufrido y llorado. Sin saber cómo ni cuando había llegado junto a él, el hombre disfrutó de ese triunfo que hizo renacer su espíritu y le devolvió las ansias de vivir. Al fin, pensaba, había salido de la mediocridad en que vivían los demás, que se conformaban con lo que el destino les ofrecía, y se rendían sin intentar conseguir algo mas. Se sentía orgulloso de sí mismo, sentía que había vencido todos los obstáculos que le habían puesto, y había llegado a su propia meta, victorioso.
Después de haberla observado de cerca, y jugar con ella un largo tiempo, se la acercó a la boca lastimada, y, no sin algo de temor, la mordió suavemente. Tal como lo había imaginado, su sabor le pareció el mas exquisito que jamás había conocido. Durante un tiempo excesivamente largo paladeó el primer bocado, pausada y perezosamente, hasta que se disolvió en la boca. Decidido a no perder lo que con tanta dificultad había conseguido, comió otro pequeño bocado, que degustó con la misma lentitud, y guardó la manzana haciendo un profundo pozo en la tierra, donde la depositó y la tapó con gran cantidad de musgos y piedras que recogió cautelosamente, cuidándola desde entonces aún mas que a su propia vida.
Una vez que hubo conseguido la manzana se dedicó, dichoso, a recoger nuevamente varios otros frutos silvestres que, aunque debía desplazarse arrastrándose por el suelo, fueron conseguidos sin dificultad. Conforme pasaban los días sus heridas cicatrizaban y sus dolores iban disminuyendo. Diariamente realizaba sus primitivas curaciones con hierbas que, sin embargo, le iban menguando los dolores.
Luego de conseguir los frutos ordinarios, que sin embargo le resultaban imprescindibles para vivir, se acostaba de costado para comerlos. Con el paso de los días pudo volver a doblar la cintura y las piernas, y logró estar sentado. No podía evitar sentir una enorme lástima y desprecio por los demás, que desdichados e insulsos, solo comían lo que recogían tan fácilmente, y se habían acostumbrado a vivir en esa triste medianía. Cuando pensaba estas cosas, se sentía grandioso y único. Todos los días, luego de comer su ración diaria, escarbaba el pozo que él mismo había construido, y con un enorme placer sacaba la manzana y probaba un pequeño bocado, que masticaba con una irritante lentitud pero con exquisito deleite. Luego la volvía a guardar en el pozo y la tapaba, apisonando la tierra con cuidado para que nunca nadie pudiera descubrir su secreto.
Conforme iban pasando los días, consumía cada vez pedazos mas pequeños, intuyendo que algún día la manzana desaparecería por completo. Aunque no por eso dejó de disfrutarla cada día, maravillado, luego de comer las frutas ordinarias, y sentir un enorme desprecio por todos aquellos que no habían tenido su habilidad y su extraordinaria grandeza. Cada pequeño bocado de manzana que llevaba a su boca lo hacía recordar que era infinitamente superior a todos los hombres. Inclusive llegó a suponer, luego de algunas semanas, cuando ya había comido mas de la mitad de su manzana, que por algún extraño misterio algún dia al escarbar el pozo, volvería a encontrarla entera, y que no había razón para suponer que se iba a acabar del todo. Cuando pensaba esto, podía dormir tranquilo.
Al cabo de un mes, sus heridas habían mejorado notablemente, aunque rengueando, había logrado volver a caminar, si bien no podía estirar completamente una de sus piernas y aún tenía, de vez en cuando, terribles calambres. Su brazo derecho estaba aún inmóvil y entumecido, pero las llagas que aún tenía no le dolían tanto como antes. Si bien la manzana estaba prácticamente consumida, y todavía no había vuelto a su estado anterior, según él suponía que iba a suceder, un extraño cambio lo atrajo y lo maravilló sobremanera. En la flaca manzana habían aparecido desde hacía varios días numerosos gusanos, que se movían inquietamente por toda su extensión, y para los cuales la casi acabada manzana les resultaba incomparablemente grande. El hombre los miraba absorto y seguía sus movimientos con una enorme atención durante varias horas al día, sin poder explicarse que extraño secreto intentaban revelarle. Estaba entusiasmado con este raro cambio que presenciaba, aunque el sabor no le resultaba ya tan maravilloso como al principio. Al sucederse los días y no encontrar en ella los cambios que él esperaba, la monotonía comenzó a decepcionarlo lentamente.
Luego de permanecer allí todas esas semanas, los frutos silvestres que había en los alrededores se extinguieron, y el hombre, al igual que todos sus pares, se vió obligado a abandonar el lugar en busca de otro, lejano, con nuevos y maduros frutos para recoger.
Antes de partir rumbo a un destino nuevo y desconocido, excavó su pozo, sacó a la escuálida y verde manzana, y luego de contemplarla durante un rato, la mordió suavemente y emprendió su marcha, llevándosela consigo. El viaje le resultó largo y agotador, ya que sus piernas no le respondían demasiado, y le dolían cada vez mas conforme avanzaba. Llevando su tesoro aferrado a la mano, caminó dificultosamente durante dos agotadoras jornadas, sin encontrar ningún sitio donde hubiera frutos comestibles. La última vez que había probado su manzana, ya entonces repleta de gusanos, tuvo nauseas y una sensación desagradable en la boca. Sin embargo, aunque ya no podía comerla, aún la llevaba en la mano como un emblema, como un símbolo del privilegio que había tenido durante semanas, como una muestra de quien era y de lo imposible que había alcanzado, con su esfuerzo y su tesón. Por eso la llevaba, melancólicamente, y durante toda su marcha no se desprendió de ella ni por un solo instante.
Al cabo de dos días, exhausto y vencido por el hambre, encontró un nuevo territorio para acampar, un lugar donde jamás en su vida había llegado, y donde ya al acercarse en su penosa caminata, descubrió desde lejos grandes arboledas, con diversas especies de frutas, desconocidas por él. Al acercarse al lugar, se cruzó con otros hombres que buscaban su alimento, una vez que encontró un lugar propio donde ubicarse, como hacían todos los demás, se dejó caer en el suelo, rendido, y repasó con su mirada los múltiples árboles y arbustos que circundaban el territorio.
A pesar de su agotamiento físico, sus ojos, ansiosos e inquietos, se movían rápidamente intentando en el menor tiempo posible tener una visión general y acabada de todo lo que había en el lugar. El hombre miró atentamente a su alrededor, y con una mezlcla de entusiasmo y asombro, se levantó del suelo lo mas rápidamente que sus doloridos huesos le permitieron.
Dio un giro sobre sí mismo, se quedó pensativo, abrió los ojos mas que lo habitual, volvió a girar, se frotó la cara con ambas manos, como si quisiera despabilarse, y quedó, finalmente, atónito, observando lo que tenía delante suyo. Dentro de la enorme arboleda en la que se había asentado, la gran mayoría de los árboles tenían, colgando de sus ramas, a una altura normal para un ser humano, miles de manzanas, que el viento contoneaba, rítmicamente, junto con sus ramas.
El hombre fue, azorado, junto al árbol que tenía mas cerca, y sin hacer ningún esfuerzo, arrancó una pequeña manzana de la rama en la que pendía, a la altura de sus hombros. La mordió con miedo y descubrió que su sabor era idéntico a aquella que él aún conservaba como una reliquia única. Su primera sensación puramente emocional, fue de una gran alegría, aunque indudablemente mucho menor a aquella que tuvo cuando descubrió a la manzana bajo su mano. Esta alegría, sin embargo, solo le duró unos pocos segundos, y a ella sobrevino una segunda sensación, mas racional, de una duda decepcionante. “¿Es que acaso aquella fruta no era única e inaccesible?, se preguntó. ¿De qué sirvió mi anterior esfuerzo, si aquí hubiera conseguido lo mismo con solo alzar mi mano por sobre mis hombros? ¿Es posible que lo que yo creí exista solo en mi mente? Acaso lo que yo conseguí con tanto sacrificio, para otros sea algo habitual, de todos los días. Tal vez lo que para mi era solo una lejana esperanza, para los demás fuera una realidad cotidiana”. Abrumado por su inesperado descubrimiento, tomó unas cuantas manzanas, sin necesidad siquiera de dar un solo paso, y se sentó a comerlas. Mientras pensaba miles de cosas desordenadamente, las devoró con ansiedad, y se le ocurrió que, si bien eran esas muy apetitosas, no eran tan exquisitas como la primera que había conseguido. Pensó que realmente aquella debería tener alguna virtud extraordinaria, y por eso solo le había estado reservada a él, y una vez recuperada la tranquilidad con este pensamiento, se quedó dormido en medio de la tarde.
De pronto un fuerte ruido lo sobresaltó y lo hizo levantarse bruscamente. A pocos metros de él había tropezado con una rama otro hombre, que llevaba varias manzanas recién recolectadas entre sus manos. El hombre, como si todas las manzanas del mundo fueran de su propiedad, se arrojó sobre el que había caído y comenzó a golpearlo rápida y desesperadamente. Pero el otro, de contextura física mas fuerte, y en perfecto estado de salud, esquivó los golpes que querían darle aparentemente para él sin motivo, y con gran violencia se abalanzó sobre el iracundo, que, rengo y herido, cayó enseguida al suelo, sin poder resistirse.
Tardó largo rato en poder levantarse, cuando finalmente lo consiguió y durante el resto de ese día, el hombre se dedicó a recoger todas las manzanas posibles y esconderlas bajo tierra, para que solamente él pudiera consumirlas. Esta práctica la continuó incansablemente durante varios días, hasta que finalmente se dio cuenta que desde aquél intruso, nadie mas había pasado por allí, y que era muy probable que nadie lo hiciera, ya que generalmente los territorios que elegía cada uno eran respetados por los demás, y en la mayoría de los casos, unos y otros vivían ignorándose mutuamente.
Al cabo de unos días, el hombre desenterró las manzanas que había escondido, y las comió solo, feliz, aunque no con el deleite de aquella que había sido tan difícil de conseguir. En cambio en este lugar las manzanas se contaban por millares, e incluso parecía que se multiplicaban. Recordando el esfuerzo inútil que había hecho antes, ahora solo necesitaba levantar un poco la mano para conseguir una. Inclusive en un momento muchas manzanas comenzaron a caer al mismo tiempo, rodando por el suelo y chocándose entre sí. El hombre ya ni siquiera necesitaba levantarse para ir a buscar su ración diaria, le bastaba solo con quedarse acostado con una mano apoyada en el suelo, e inmediatamente las manzanas pasaban por sobre ella.
En esa época nacieron y maduraron manzanas nuevas y mas grandes, y volvieron a caer otras tantas. Las otras frutas que también había en esa zona se extinguieron luego de dos meses, y desde entonces en su lugar solo volvían a nacer manzanas. A partir de entonces era lo único que comía, y ya no le preocupaba tener que ir a arrancarlas de los árboles. Habían caído tantas, que en toda la tierra, por todas partes, rodaban incesantemente y se golpeaban entre sí. Cuando tenía apetito, el hombre, que entonces pasaba casi todo el dia acostado en el suelo, solo estiraba un brazo en la tierra y lo dejaba tieso, inmediatamente a ras del suelo pasaban rodando varias manzanitas, y él las recogía jugueteando y las comía acostado.
Durante los meses en los que vivió comiendo solo manzanas, inventó con ellas algunos juegos, con los que pasaba sus cada vez mas largos momentos de hastío, al principio se divertía solamente pateando varias de ellas mientras caminaba hacia el río, o una vez en él arrojándolas al agua y mirando las ondas que formaban al caer. Con el paso del tiempo, sus juegos se hicieron mas complejos, armaba grandes montañas de manzanas, y una vez formadas les arrojaba piedras y grandes ramas, que las deshacían. También disfrutaba arrojándoselas a algunas aves que descansaban en sus nidos entre las copas de los árboles, hasta que lograba derribarlas. Cuando las que rodaban por el suelo estaban muy maduras y blandas las pisaba, y lo divertía el zumo que largaban y que le mojaban los pies.
Hacía ya seis meses que estaba en ese lugar, y a diferencia de todos los lugares que había conocido, este era incomparablemente mas grande, y había alimento de sobra para él, aunque por supuesto todo de una misma clase. Ya no debía realizar ningún esfuerzo para conseguir su alimento, porque estaba por todas partes.
Llegó el momento en que al hacer una pequeña caminata de cinco metros hasta el árbol mas próximo, pateaba sin darse cuenta varias decenas de manzanas de todos los tamaños, que allí quedaban, desordenadas, sin que nadie las recoja después de haber caído. Alrededor de cada árbol quedaban en la tierra decenas de manzanas por día, sin ser levantadas por nadie, el viento las hacía comenzar a rodar. Así quedaban, esparcidas por toda la tierra, meneándose constantemente por la brisa, a pocos centímetros unas de otras, a lo largo de todo el inmenso territorio. Allí por donde el hombre iba, las encontraba, por mas lejos que lograra ir. En cualquier momento del día, se quedaba parado en un punto, o simplemente acostado, y en solo unos pocos segundos tomaba la cantidad de manzanas que quisiera, a su antojo.
Luego de varios meses de vivir en esa situación, olvidó por completo al enorme árbol y a su distante manzana, aunque volvió, al igual que antes, a sentirse disconforme. Hastiado de su vida monótona y fácil, su comida diaria comenzó a resultarle insípida y aburrida. Una tarde, cansado ya de que su vida fuera una simple repetición, y sin avisorar un futuro distinto, no quiso seguir conformándose con lo que la naturaleza, pródiga, le regalaba. En un ataque incontenible de furia comenzó a arrojar violentamente las manzanas hacia el cielo, una a una, y luego de que todas iban cayendo nuevamente al suelo a medida que él las tiraba, se puso a llorar, impotente y desgarrado, mientras interiormente maldecía su suerte.
El hombre estaba, finalmente, vencido. Si la distante y solitaria manzanita lo había hecho sentir vanidoso y omnipotente, ahora, en esta nueva situación, se sentía un inútil. Con el correr de los días comenzó a comer cada vez menos, hasta que, agobiado por su vida simple y sin incentivos, quiso dejarse morir en silencio. Se negó a comer durante tres días y se quedó acostado sobre la tierra seca, casi sin abrir los ojos, durmiendo durante todo el día. Al tercer día había aumentado tanto la cantidad de manzanas, que daba la impresión de que estaba enterrado en ellas.
Cuando finalmente despertó, sintió una gran modorra y se desperezó moviendo su brazo sano, y formando sobre sí, sin darse cuenta, un alúd de manzanas, que se le vinieron encima impetuosa y desordenadamente. Se quitó las manzanas con lentitud, se incorporó, y luego de echar un vistazo a su alrededor elevó su vista a la copa de los árboles. A pesar de sentirse aún agobiado, sabía que no debía darse por vencido. Había algo en su interior que lo hacía agitarse. Su corazón de soñador comenzó a latir con mas fuerza. Su alma sabía, pese a sus heridas y fracasos, que aún dentro suyo se formaban nuevos sueños, otras ilusiones y esperanzas. Muy en su interior estaba contento, porque sabía que dentro suyo siempre estaría latente su deseo de cambiar, de salir del agobio, de forjarse nuevas ilusiones y de comenzar otro camino, una vez mas.
Miró inquietamente cómo unas enormes y pintorescas nubes surcaban el inmenso cielo azul, con sus bellos contornos y sus misteriosas figuras. Observó como eran llevadas por el viento por un camino invisible, mientras eran acariciadas, suavemente, por las copas de los árboles. Con su espíritu curioso, el hombre se preguntó adónde irían esas nubes cuando él las perdía de vista en el horizonte. Mientras pensaba esto sintió un alivio muy profundo dentro suyo, como un remanso de paz en medio de una guerra suicida, y su cara magullada y sucia se iluminó, nuevamente, como cuando había conseguido acariciar a la manzana con la punta de sus dedos, allá lejos, en el viejo árbol de sus sueños.
Y fue entonces cuando el hombre, decidido, se levantó, miró de nuevo a las nubes, observó todas las arboledas que lo rodeaban, y con paso firme y sin vacilar se abrió paso entre las manzanas. Y con el corazón henchido de nuevas ilusiones comenzó a caminar hacia el horizonte, en donde estaban los árboles mas altos, con el deseo de trepar a ellos, y una vez en las copas, poder acariciar una nube con la punta de los dedos.
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