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En los suburbios de la ciudad, en una de esas calles angostas, sombrías y monótonas, existe desde hace mucho tiempo un objeto extraño. Es una estructura de hierro de treinta metros de altura, y de aproximadamente diez metros de circunferencia, con una forma ridícula y extravagante.
A simple vista, da la impresión de ser solo una masa amorfa, formada por hierros retorcidos, que no guardan ningún orden lógico entre sí, y en su conjunto se asemejan a una gran montaña de chatarra, desordenadamente abandonada en medio de los formales y monótonos edificios que la rodean.
Pero si uno la observa detenidamente durante algunos minutos, puede suponer, con bastante imaginación y buena voluntad, que en realidad se trata de la carrocería de una viejísima máquina de ferrocarril, aunque previamente desarmada y vuelta a ensamblar, en forma despareja y con una absoluta falta de sentido común.
Su aspecto, deforme y tan poco práctico, ha ocasionado en todos estos años las mas variadas, conspicuas y discímiles opiniones. Y al decir, en todos estos años, no incurro en ninguna exageración, ni utilizo una simple metáfora, ya que en realidad este objeto, siempre tan desfachatado, ridículo y tonto, ha permanecido inalterablemente en este mismo lugar desde hace por lo menos un siglo. En todo este tiempo se ha hablado en esta zona mucho mas de él que de ninguna otra personalidad del mundo entero. Ya sea para elogiarlo o para denostarlo, todos los que alguna vez pasaron o se detuvieron frente a él, opinaron en algún momento de sus vidas, ya sea sobre su origen, su provocativa forma, sobre su material o sobre el destino que habría que darle.
Gracias a él se iniciaron varias amistades, enconados enojos, se llenaron miles de formularios y se debieron cumplir decenas de trámites burocráticos. Jamás persona alguna tuvo ni tendrá interesadas y preocupadas a tantas y tan importantes personalidades a lo largo de mas de cien años.

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Según algunos de sus notables biógrafos, este artefacto fue construido por un excéntrico escultor francés, a pedido de una acomodada familia de la alta burguesía, que a fines del siglo pasado se dio el lujo de pagar una fortuna por él, y ostentarlo en los amplios parques que rodeaban a su caserón.
Otras fuentes también muy confiables, aseguran que fue obra de un grupo de artistas italianos, que lo donaron al gobierno con motivo de algún festejo importante. Algunas otras historias, aunque mas arraigadas a los mitos populares, y menos dignas de confianza, atribuyen la paternidad del artefacto, respectivamente, a un joven y desdichado escultor agobiado por sus problemas económicos, que terminó suicidándose, a un aristócrata ampuloso y egocéntrico, a unos científicos que estudiaban una nueva alquimia de ciertos metales, a un grupo de trabajadores de la estación de ferrocarril, y la lista de nombres e historias que se tejieron a lo largo del siglo es sencillamente interminable.
No sé por qué extraña necesidad de trascender, o quizás de participar de algún dilema que esté al alcance de las manos, cada uno de los que se ocuparon de él, contaba su propia versión de la historia, asegurando que era la verdadera. Lo cierto es que este mamarracho de hierros retorcidos, absolutamente inútil, ilógico e irreal, atrajo la atención de miles de seres humanos racionales y pensantes, quienes, paradójicamente, perdían su tiempo en explicar lo inexplicable, en razonar algo que de por sí está fuera de toda lógica y de cualquier fin práctico.
La mayoría de los que pasan y pasaron frente a él no le prestan demasiada atención. Solo se limitan, a veces, a mirarlo de reojo y esbozar una leve sonrisa por su tonta figura, que sin dudas desentona y hace trizas la armonía de los modernos y larguiruchos edificios, que aparentemente aceptan, incómodos aunque acostumbrados, la deshonra de compartir la cuadra con tan inadaptado vecino.


Sin dudas, son los mas pequeños los que quedan azorados con semejante construcción, que se les aparece como un gigante inofensivo y tonto, pero que a fuerza de verlo diariamente le tomaron cariño. Durante todos estos años, por sus numerosos relieves, sus desproporcionados e irregulares agujeros y sus múltiples concavidades y declives, muchos de ellos se treparon, saltaron, se escondieron y se buscaron, sintiéndose piratas, heroicos caballeros en guerras sin heridos ni muertos, encantados príncipes, buscadores de tesoros, intrépidos gladiadores, y todo lo que el enorme monigote hacía aumentar su imaginación.
Para ellos, el inútil mastodonte tenía una lógica perfecta. Servía, respectivamente, como buque guerrero, como infranqueable campo, como misterioso castillo, galeón hundido o pequeño coliseo. Todas sus partes tenían su razón de ser y de estar precisamente allí, para formar, en su conjunto, un mundo mágico e irreal. Un realizador de sueños y aventuras, un enorme e inseparable compañero de juegos y de ilusiones.
Con el paso de los años, los niños que saltaban y jugaban en su estructura, serían los ilustres vecinos que criticaban su impracticidad, su falta de estética y de categoría, llenando papeles y realizando trámites para poder derribarlo. Pero el enorme aparato seguía allí, igual que siempre, ellos eran los que habían cambiado. Pero no solo ha motivado la hilaridad de los que se ocupan de él. También, quizás no tanto por su inutilidad cuanto por ser diferente de todas las demás cosas, ha sido objeto de los mas discímiles estudios, críticas y elogios.
Para dar una idea del interés que generó este extraño objeto, me permito hacer una breve cronología. Hace noventa años, cuando hacía poco tiempo que se había construido, y ya comenzaba a llamar la atención, un grupo de críticos de arte que lo descubrieron, realizón un pormenorizado estudio sobre la riqueza y creatividad de sus formas, sobre su estilo y sus antecedentes artísticos, elogiando su monumentalidad y su belleza. Cincuenta años mas tarde recibiría críticas desfavorables, que lo catalogaron como una burla procaz hacia el verdadero arte, y, un paradigma de lo inservible y superfluo, que daña intencionadamente a la verdadera esencia del arte universal.
Finalmente hace unos pocos años, en un simposio sobre arte moderno, fue considerado como, una magnífica muestra de la rebelión artística contra las formas universalmente aceptadas, y los conceptos atávicos sobre la utilización de los espacios libres.
Mas allá de estas discusiones bizantinas, conforme creció la edificación a su alrededor, el enorme monigote comenzó a generar polémicas. Hace medio siglo un grupo de comerciantes del lugar realizó gestiones ante el gobierno para que fuera quitado. Según ellos, su presencia afeaba la zona y ahuyentaba a los clientes. Otros opinaban, por el contrario, que al quitar la monotonía del lugar llamaba la atención de los transeúntes y atraía a la gente.
Para dirimir el viejo conflicto de una vez por todas, el gobierno creó una comisión formada por vecinos ilustres, y algunos famosos arquitectos, y aumentó notablemente los impuestos para reunir fondos para las excavaciones.


Estas personas estudiaron el lugar detenidamente, consultaron los planos de las casas vecinas, y concluyeron que, como el enorme aparato estaba enclavado desde hacía muchísimos años varios metros bajo tierra, era prácticamente imposible arrancarlo de allí sin producir derrumbes en los edificios linderos, ya que las vigas de éstos estaban apoyadas en la inmensa estructura subterránea que sostenía a la mole. De modo tal que, ante la imposibilidad de moverlo de allí, los vecinos, algunos indignados y otros indiferentes, debieron acostumbrarse a verlo siempre en ese mismo lugar, inmodificable y agresivo por su aspecto inútil y molesto. Como si fuera un gigante dormido debieron dejarlo, ocupando espacio y sin ningún fin productivo. Los que se reían de el siendo niños, crecieron, se hicieron adultos, envejecieron y murieron, y lo mismo sus hijos, y los hijos de sus hijos. Mientras el inservible mastodonte seguía allí, igual que siempre, viendo a todos nacer, crecer y morir.
Quienes se acostumbraron a su presencia lo veían aunque indiferentes, con cierta simpatía. Los que lo conocían desde siempre se sentían inexorablemente aferrados a él, que les recordaba, como un viejo amigo, perdurables momentos de la infancia lejana, en la que supo ser cómplice de aventuras y quimeras.
Los que lo defenestraban veían en él un enorme estorbo, un gran esfuerzo para nada, algo completamente ampuloso e inútil, que no servia para nada y que alteraba la armonía del resto de la edificación. Algo absolutamente ilógico en un contexto de cosas lógicas, que tenían su finalidad y su utilidad, su razón de ser. Esa mole sin sentido en medio de un lugar en el que todo tenia sentido, irritaba y causaba molestia. Algo así como el oropel que adorna a un príncipe petulante e ignoto. En pocas palabras, un verdadero desperdicio, una demostración de la pérdida de tiempo improductiva, de una obra faraónica pero inservible, que sin embargo se erguía, vanidosa e insolente, en medio de la solemne y pujante edificación.
Para la mayoría de la gente, sin embargo, resultaba simpático, como un monigote extravagante y deforme, al que se han acostumbrado a fuerza de verlo todos los días, y que quieren como algo que, aunque feo y sin gracia, les pertenece.
Por eso causó una gran conmoción un episodio desagradable que se produjo en torno suyo. Una vez, un vecino de la zona, exaltado y fuera de sí, arremetió a golpes una tarde al mastodonte con una maza. Si bien no dañó la enorme estructura de hierro, el fuerte ruido que produjo atrajo la indignada atención de los demás vecinos.
Segundos antes de que la policía lo llevara detenido, el loco, vociferando y lleno de ira, alcanzó a decir a quienes lo rodeaban, y miraban con asombro. ¿Es que son tan torpes ?, ¿acaso no se dan cuenta de lo que pasa ?, cuando éramos niños lo veíamos y jugábamos en él, como ahora hacen nuestros hijos, como hicieron nuestros padres, y como harán nuestros nietos.
Cuando todos nosotros nacimos esta mole ya estaba aquí, y seguirá estando aquí aún después de nuestras muertes, y de las muertes de nuestros hijos. Nadie puede moverla ni quitarla, y sin embargo sigue, inservible y sin ninguna utilidad. Nosotros nacimos viéndola y crecimos con ella. Ahora la ven nuestros hijos, a quienes criamos con esfuerzo, con dedicación y con sacrificio. Pero nosotros moriremos algún dia y esta mole seguirá aquí, siempre, sin hacer nada. Y nos verá morir, y verá morir a nuestros hijos. ¿Como no lo entienden ?, ¿cómo son tan ciegos ?, nosotros ya no estaremos y esta estúpida e inservible mole nos sobrevivirá a todos. ¿No se dan cuenta?, no hace nada, es ridícula y deforme, nos causa gracia y nos burlamos de su pomposa estructura. Pero un dia nosotros ya no estaremos y ella seguirá por siempre allí, con su inutilidad a cuestas, burlándose de nuestras efímeras vidas. Y yo les pregunto, ¿por qué ha de ser así ?, ¿por qué en el universo lo que es superfluo y vano debe perdurar mas que lo esencial ?
Luego de su desesperada e impotente diatriba, el loco permaneció algunos días detenido por perturbar el orden público y luego recuperó su libertad. Este suceso desagradable sucedió hace unos veinte años, lo traje a colación porque hace unos días se cumplieron cinco años de la muerte de ese hombre.
El objeto extravagante y vanidoso sigue aún hoy allí, en el mismo lugar en donde hace mas de un siglo fue emplazado. Continúa, con su fastuosa pomposidad, siendo blanco de críticas, elogios, y en la mayoría de los casos, sigue generando una sincera simpatía.
Esta mañana, un niño que pasó frente a él se quedó mirándolo unos instantes, al cabo de los cuales esbozó una sonrisa. No imagina que algún dia lejano, ya adulto, volverá su vista hacia él, ya sea para denostarlo o para recordarlo con cariño.
Lo cierto es que el inútil mastodonte, sin servir para nada, seguirá siempre allí a través de las generaciones, eternamente imperturbable, insinuándoles a todos los que lo vean, desvergonzadamente, lo limitado de sus propias existencias.
¡ Qué objeto tán antipatico !

Texto agregado el 04-02-2013, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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