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Dos

María estaba en la clínica todavía ese día cuando le avisaron del infarto de Antonio, le quedaban dos niños más que atender, sin embargo corrió desesperada a la salida, gritándole a la recepcionista que pasara sus consultas a su colega del otro piso.

Llegó tarde, los paramédicos no habían podido hacer nada. Se abrió paso entre las personas y los equipos de emergencia y se aferró al cuerpo inerte de sus esposo, gritó su nombre mil veces, lo mojó con sus lágrimas, le pidió por sus hijos y por su amor que no se fuera, pero él ya no estaba allí.

Estaba sola y fuera de sí. La sacaron casi a rastras para separarla de él, su llanto era rabioso, un ronquido extraño, un grito que le salía del estomago, dejando su boca amarga. No podía aceptar, no podía entender, que ese hombre maravilloso que le había hecho el amor la noche anterior, ya no la besaría más, no la abrazaría para darle energía cuando ella se sintiera agobiada, quien la acurrucaría ahora cuando hiciera frío, quien le tomaría la mano y se la apretaría suavemente para que supiera que la amaba. El nunca se lo decía pero su mirada le bastaba, en ella trasmitía el amor más grande que nunca más volvería a sentir. Le dolía el pecho, le dolía el cuerpo entero, le dolía el alma.

La llevaron a su casa, fue un bulto en todo momento. Los hermanos de Antonio se hicieron cargo de todo, su suegra y su madre se preocuparon de la gente y su hermana Elena, debió consolar a sus hijos.

Raquelita la mayor , era frágil y hermosa, a sus nueve años había recibido el golpe más duro que una niñita podía soportar, se había desmayado dos veces cuando supo la noticia. Miguel tenía 7 años, se parecía al padre en casi todo, sereno, juicioso, obediente, perseverante, pero de modales dulces como su madre, sin embargo su cabello negro y revuelto no era compatible con el carácter, pero la mirada profunda y serena calcada del rostro de su padre, era lo que mas destacaban las personas que recién les conocían. Padre e hijo miraban de la misma forma, profunda y dulcemente.

Durante el sepelio su actitud terminó preocupando a todos, se mantuvo distante de la madre y de su hermana, no aceptó los mimos de las abuelas ni de la tía. Había permanecido de pié frente féretro que contenía a su padre, nada ni nadie había logrado sacarlo de allí, durante el velatorio, el funeral y aún cuando ya estuvo depositada la losa del sepulcro familiar, el niño no quería moverse, nunca lloró y mas tarde se dieron cuenta que tampoco nunca habló. Cuando el cementerio empezó a quedar casi vacío, uno de sus tíos sencillamente lo cargó en brazos y lo sacó de allí.

Texto agregado el 04-02-2013, y leído por 325 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
09-02-2013 Tu narrativa logra cautivar la atención... Un abrazo!! gsap
04-02-2013 Interesante y prolijo relato, redondito en su concepción y escritura. ME ENCANTO. Un abrazo!!! Cinco aullidos literarios yar
04-02-2013 Maravillosa forma de narrar... susana-del-rosal
04-02-2013 Nada es para siempre, tampoco la espera de la continuación de este Excelente cuento. Felicitaciones. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de aprendizaje en ese dolor que tan bien describes? NeweN
04-02-2013 Que bueno y fuerte tu relato, como describes a los personajes.Me gustó mucho. elbritish
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