Rehepack caminaba, de todos los verbos el más practicado era caminar, caminaba y caminaba, mucho caminaba, a veces caminaba rápido, torso erguido, cabeza recta, o bien lento, encorvado, otras arrastrando los pies. Con el tiempo, con el muuucho tiempo. el caminar había dejado de ser solo un medio de transporte, se había ido convirtiendo en una danza, cuyo ritmo eran las circunstancias, el calor, la lluvia, el cansancio, el apuro, la sombra o el sol, muchas veces caminaba largos trechos en un estado inérsico, al punto que le era más fácil continuar caminando que detenerse, caminaba como veterano de guerra que aprovecha cualquier pausa para recuperar fuerzas... durmiendo, hundiendo las manos en los bolsillos de su chaquetilla, y aunque oponía más resistencia al aire tornando más lento el avance, le daban mayor estabilidad, y era tan grato, descansar así los brazos (los hombros en realidad) para acomodarse una mirada extasiada ante el movimiento, del paso a paso, donde lo único que existía era su deslizamiento por entre los distintos objetos, pasando siempre atrás, porque fascinado por el movimiento Rehepack subía a un trance y su mirada admirada hacía de su caminar un viaje y de su trabajo un paseo, así enviajaba su caminar y paseaba su trabajo.

Pero de todas sus formas de caminar, Rehepack prefería el sentimiento de marcha.... ... su ir de tanto de aquí para allá, organismo acuático entrelazado de algas, adherido de crustáceos en medio de un aire licuado, partido en dos a pura nariz, hacia ambos lados del rostro, mejillas hundidas bajo la densidad del líquido, todo, todo quedándose atrás, objetos escurriéndose en medio de los corales en ese gigantesco caleidoscopio tridimensional hidráulico, que se desplazaba hacia atrás y allá, allá lejos el final que terminaba en un punto o punta más bien por la conicidad de su vértice final ( y su feminidad).