-Soy para ti- me dijo y se abrió el cielo. Pues erase una historia donde todo tenía sentido en su camino hacia un final feliz. Cada noche oscurecía para apreciar la luz del día, los veranos eran secos para adorar al agua y así consecutivamente y viceversa. Era una historia que hablaba mucho de distancia en el prologo, casi demasiado, pero lo hacía para no tener que mencionarlo más. Sus protagonistas eran dos jóvenes, los dos nacidos al filo de un nuevo milenio en un mundo viejo de dioses impostores, donde la gente sabía tanto que no creía en nada. Ella era una chica preciosa, teñida por el sur y con tanto que decir que nunca encontraba las palabras. El era un proyecto difuso pero tenía las palabras escondidas en su interior. Un día, por azar o por suerte se encontraron después de conocerse ya por mucho tiempo. El vio salir a la palabra de su ser y la dejo pintar los símbolos de belleza que ella inspiraba. Ella percibió la armonía en el caos y el orden en los pensamientos, que él le transmitía. Fue entonces cuando cada uno decidió compartir su descubrimiento con el otro y así ocurrió, el sintió que quería dedicarle un millón de palabras mas y ella que quería vivir en intensa armonía. Así pues se declararon su amor e hicieron testigos a sus cuerpos, los cuales se revelaron como deliciosamente compatibles y les fue mostrado lo violenta que puede ser la ternura bajo la luna. Las noches se sucedieron la una a la otra, y ellos las pasaron siempre juntos, el uno con el otro. Tenían tanto que aprender por quererlo hacer, que un nuevo mundo se abrió ante ellos y decidieron inventárselo entero. Ella ponía los colores, el lo describía y ambos ponían la música. Todo era como tenía que ser y ellos se daban cuenta, es más, les encantaba poderle ver el sentido a todo y creer ciegamente. Era una ceguera visionaria con la mirada puesta en sus sonrisas. Era la felicidad su destino y era ella también la que adornaba su camino. Y caminaron, de la mano y abrazados. Vieron llover y lucir al sol, vieron ciudades, ríos y montañas, se vieron reír y también llorar pero nunca se pararon, pues su curiosidad era infinita. A ella le encantaba cerrar los ojos para sentir que él la miraba y a él le encantaba abrir sus manos para sentir la piel de ella. Eran tan el uno para el otro que su teoría se sostenía más que ninguna otra en aquel viejo mundo. No iban a convencer a nadie pero ellos estaban totalmente convencidos y eso era lo único realmente importante. Eran los únicos ingredientes de su verdad y lo compartían. |