Apenas quince años, vestido con harapos, sus sandalias esmeriladas por la arena del desierto, ojos vivaces, negros, penetrantes, no hay sonrisa en ese rostro fatigado quemado por el sol, sufrido, no trasmite emociones. El entorno se parece a él, calcinado por el sol, arena por todos lados, edificios entre blanco y crema, gente que va y viene sin apuro, como peleando al calor. Un paredón con un gran portón de madera y un escudo desteñido corresponde a un organismo internacional de esos que se identifican con letras, puede ser cualquiera, todos responden a los mismos intereses, bajo una bandera extranjera dos soldados con sofisticado armamento montan guardia, el niño se acerca todo lo que puede, ahora si sonríe, desgarra sus ropas mostrando el pecho, extiende sus brazos al cielo y recibe una descarga de metralla por parte de los soldados que montaban guardia, el estaba totalmente desarmado. Los diarios de la mañana titulan “Fanático se inmola frente al edificio de la ONU”, los lugareños comentan “el niño” ya estará en el paraíso con sus padres.
|