(Rep.)



Me asomo al abismo
y me hipnotiza su espectro ambiguo,
indiferente de la caducidad de los minutos
devorador implacable de tiempos perdidos.
Dedos largos y hundidos en el pecho
me avisan del peligro.
Pero me asomo al abismo absoluto,
inevitable, perpetuo, intuido.

Hago de mis huesos sopa de lamentos
y de mi sangre vino.
Me inflijo el castigo de mirar más adentro,
de acercarme al remolino del tormento elegido.
¡Me asomo al abismo si, y no me arrepiento!

En su orilla olvidados en el limbo
quedaron los tiempos del perdón,
los momentos vividos de corazón
que se hicieron verdes, de podridos.

Dentro de ese abismo, quizá esté la solución
al interminable suplicio
que no deja hablar en silencio,
que no permite soñar dormido.
Miro al abismo con ojos de ciego,
porque no me importa lo mas mínimo
si su rostro es de hielo o de fuego,
o su centro infinito.

Enfrento el abismo cara a cara
aun cuando la sensación que me ampara
es el miedo profundo de los niños sin curtir
fingiendo ser poderoso hombre
sólo para descubrir, que soy yo mismo:
Y el abismo, mi nombre.