UN VASO BOCA ABAJO
La enfermedad de mi hijo me había mantenido con los pies sobre la tierra por un largo tiempo, alejado de ese mundo etéreo que era el mío, el de la inspiración poética. Las urgencias terrenales son prioritarias, las necesidades intelectuales pueden esperar... lo sabía. Por eso, pasada esta suerte de mal momento, me senté nuevamente a escribir, a retomar ese vicio de escribir. Creí, como siempre, que al ponerme frente al teclado solo tendría que elegir sobre qué temática ese día. Derramaría algunos versos improvisados primero, pero enseguida me di cuenta que no tenía nada de nada. Las preocupaciones pasadas habían secado como hace el otoño con un floreciente rebrote mi preciada inspiración. No se me ocurría nada, estaba deshojado.
Me levanté y abrí la ventana, la madre naturaleza podría aportar algo desde lo suyo. Pero vi al jardín como en una foto, estático y en silencio, la brisa no movía una hoja, el cielo estaba allí no más, y los pájaros tampoco me decían nada... Cerré y me senté de nuevo, y con la cabeza entre las manos y los codos sobre el escritorio me cuestioné ¿La imaginación será como un músculo que se atrofia por falta de ejercicio? ¿Qué es, y de dónde viene? Adónde hay que buscar ese algo que no vemos, pero que nos motiva para activar cierta parte de nuestro cerebro. No lo sabía... Recordé; en la mitología griega eran las musas. Esas deidades que menciona Serrat en su hermosa canción: Creo que eran nueve, protectoras de las ciencias y las artes. Erato y Calíope eran las encargadas de mantener encendido el fuego eterno de la poesía. Entonces irónicamente me pregunté, ¿Se me habrán ido de vacaciones como a él, o el que se fue forzosamente fui yo? ... La mía se cansó de esperarme, se fue y la perdí. –me contesté solo para justificar esa gran desazón que sentía. Esa frustración de no poder empezar con unos simples versos, sin mayores pretensiones que ésa: la de volver a empezar.
Me levanté del escritorio y eché una caminata por su entorno. Quise incentivarme observando desde otro ángulo esa habitación, tan familiar como un pariente, pero en nada me motivó. Todo estaba como debía estar, en su lugar y esperando; El silencio aguardaba tedioso mi despertar sobre el repiqueteo amortiguado de esta nueva máquina de escribir, el golpeteo nervioso de mis dedos, y yo el tamborilleo de una sola idea buena en mi cabeza, que ya me dolía de tanto pensar forzado inútilmente… .. Desde la cocina traje un vaso con agua para acompañar una aspirina y lo dejé a la mitad sobre el escritorio. Como vencido me senté y recliné fuerte mi espalda contra el apoyo de la silla y respiré hondo...
Seguía con mi mente desierta, y volví a divagar con el tema de las musas. Como tratando de oxigenar mi cerebro con esas historias que solo a aquellos griegos se les ocurrían porque les sobraba el tiempo… No recordaba cómo estaban representadas, pero quise imaginármelas transformadas, traídas a esta época, dentro de nuestra mitología urbana. - ¿Llegaría como un ángel celestial ?’ Que revoloteando a nuestro alrededor nos sopla su aliento tibio en la oreja que nos pica, justo cuando se nos está ocurriendo una idea genial. ¿O cómo las hadas para los chicos? Que con tres golpecitos suaves de su varita mágica sobre sus molleras los ilumina de vez en cuando con alguna idea de travesura... ¿Cómo un gnomo? ese geniecillo de tierra abajo, para los que somos de tierra arriba, que tironeándonos el pantalón desde la manga nos avisa cuando un estímulo creativo se nos está subiendo insólitamente desde el suelo por una pierna...
Sin darme cuenta había comenzado a conjeturar, aunque dentro de un círculo vicioso. Imaginar lo imaginado, sin poder salir de ahí no me servía, y me quedé mirando el teclado como esperando que sola se pusiera en movimiento... Tenía seca la garganta por tanto gritar para mis adentros ¡Ayuda!.. Y miré el vaso; - Medio vacío, medio lleno, según desde qué punto se mire, así se cuestiona. Volvía a divagar sin éxito previsible, y terminé el agua que faltaba bebiéndolo en un solo trago, liquidando esa cuestión antes que quedara atrapado nuevamente. No quería enredarme inútilmente en esas obviedades, en un dilema superfluo que nada me aportaría. Sin darme cuenta, sin otra cosa entre-manos me puse a jugar con ese vaso vacío. Tomándolo desde su centro con mi dedo pulgar y mayor como pivote lo hacía girar. Alternativamente, apoyaba su base y su boca sobre el escritorio, para escucharle ese clásico sonido metálico y ahogado, metálico y ahogado... Un Tam - Pum... Tan - Pum que después de un minuto, por monótono y aburrido me fastidió, me cansó y lo paré. Lo dejé como había quedado finalmente: boca a bajo.
Y recordé que así también servía para algo. Los fetichistas le habían inventado otra utilidad; en esa posición dejaba de ser un recipiente inservible para convertirse en un efectivo talismán encuentra-cosas. En casa lo utilizábamos siempre para localizar pronto algo que se nos había extraviado. Hasta pequeños objetos que a simple vista casi no se ven; Los lentes de contacto de mi esposa, una cadenita de oro de mi hija, el chip del celular. A mí, cuántas veces las llaves del auto, el reloj pulsera, un encendedor por ejemplo...
Creo que esta vez la eventualidad se comportó a mi favor colaborando con lo suyo, y decidí dejarlo así; boca abajo. Probaría nuevamente su efectividad, lo utilizaría para encontrar precisamente mi perdida inspiración -¿Por qué no?-. Nunca me había fallado, al menos con cosas materiales... Entonces lo ubiqué directamente ante mí y lo observé. Quedamos solos, yo y él... Al rato me sentí ridículo. ¿Qué hacía yo sentado esperando como un idiota algo bueno de ahí? Hacía minutos nomás me había mofado de las musas de la mitología griega, después subestimado a sus sucedáneos modernos, a esos genios de la fábula contemporánea. Y ahora estaba pendiente y sujeto a una rústica creencia de entre-casa,. En algún momento creí que estaba dramatizando, que me estaba ahogando en un vaso de agua, ( y vacío) ¿Para qué habré pensado así, si al final este mismo debía de salvarme. Ahora tenía una paradoja enfrente... Nuevamente convenía apartarme de esta nueva encerrona de mi mente, y traté de distraerme en otra cosa más abierta y relajada...
Entonces vi que un fino hilo de agua residual se escurría muy lentamente por debajo del borde del vaso, y que se acercaba a mí, deslizándose sin obstáculos sobre el vidrio del escritorio. ¿Será ésta su forma de manifestarse, me pregunté? Me quedé quieto, quise saber hasta dónde llegaría ese minúsculo río; hasta la orilla de la mesa precisamente. Y desde allí soltó una catarata de sucesivas gotitas dentro de mi zapato y al suelo. Con un pie humedecido y un malhumor en crecimiento, difícilmente me saldría siquiera la prosa Mi talismán buscador no supo encontrar mi musa ni a nada que se le pareciese, El ardid del vaso boca abajo no me había dado ningún resultado, si hasta se tomó el tiempo de jugarme una mala pasada... Sin embargo no me movería de esa silla sin escribir algo, cualquier cosa, sin ayuda y por mis propios medios, aunque me desangrara, me dije exagerando. Sinceramente esta anécdota con el vaso, me había acercado un disparador. Entonces, ¿por qué no escribir un cuento empezando por ahí? Sería el primero, nunca lo había hecho. Siempre había dedicado todo mi tiempo a la poesía. Me parecía un arte más noble, honesto y sincero; el de expresar con palabras valores, sentimientos y sensaciones. Muy distinto al de inventar una historia atractiva e interesante u otra deliberadamente fraudulenta sólo para entretener o sorprender... Ya en ese momento tenía flotando en mi mente una línea argumental muy consistente, ideal para comenzar una ficción. Aunque esta vez traicionara mis convicciones se justificaría, pensé, si realmente desde un principio estaba buscado algo que escribir... El título ya lo tenía “ Un Vaso Boca Abajo” Sabía cómo empezaba, el final saldría después... Anochecía y estaba cansado, pero el impulso creativo era muy fuerte. No quería dejar pasar esta oportunidad, mañana podría ser tarde. Encendí la lámpara del escritorio, y como separando una cosa de la otra aparté el teclado y me puse a escribir en borrador... Las páginas se sucedían como las ideas, apabullantes, pero bien hilvanadas y sin correcciones necesarias, todo fluía de mi cabeza como de un manantial inagotable que volcaba sobre el papel compulsivamente, y que ya estaban cubriendo todo el escritorio… Puede ser un efecto tardío del vaso, me sorprendí pensando.
Hasta allí, el entusiasmo no me detenía. Estaba sumamente satisfecho por lo que estaba logrando: adaptarme a escribir un cuento. Y hubiese llegado aproximadamente a la mitad si no fuera porque algo sorpresivo me lo impidió. Como nacida de la nada, una brisa comenzó a soplar dentro de ese cuarto de ventanas cerradas, y de pronto fue ventarrón ( no un ángel de tibio aliento inspirador) que barrió mis papeles del escritorio como inservibles hojas de otoño. Instintivamente arrojé medio cuerpo sobre ellas como para cubrirlas, vano intento; la lámpara se me vino encima cuando mi brazo se enredó con el cordón. Su pie, fina varilla de bronce pulido, me dio un certero golpe en la cabeza (No un hada con su concebida iluminación) que me dejó atontado de espaldas sobre la mesa Por el sacudón el vaso salió como disparado, dio una voltereta en el aire y cayó exactamente sobre la palma de mi mano. Milagrosamente había evitado que ese controvertido recipiente se rompiera en mil pedazos contra el escritorio... pensando mejor, esa fuente de inspiración, mi santo grial...
La cosa no termina acá, bastante aturdido y maltrecho pude incorporarme, e intenté salir de esa posición dando un paso al costado del mueble... Una botamanga del pantalón debió haber quedado enganchada en la pata de la silla, porque me trabó el movimiento (contrariamente a un estímulo de gnomo, fue impedimento) y cuando apoyé el otro pie, el zapato resbaló sobre el charquito de agua, y entonces me fui de bruces contra el piso. En el instante previo al encontronazo adelanté mis manos para amortiguar la caída, olvidándome que en una llevaba apretado el vaso. Después del golpe escuché un crujido seco dentro de ella y no quise mirar... Allí quedé tumbado boca abajo, sin sentido, (entiéndase de las dos maneras), sangrando sobre una alfombra de manuscritos esparcidos...
El cirujano que me operó la mano asegura que podré recuperar el movimiento de por lo menos dos dedos, con mucha ejercitación... Aún tengo que esperar, y después empezar de a poco. Tal vez durante ese tiempo se me ocurre algo y comience a practicar con la máquina misma. Algún verso al menos… porque quiero volver a ser poeta, un artista de la palabra escrita, nada más que eso... Y de cuentos ni hablar, nada de nada por favor...
El último por ahora…
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