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Es como más se me facilita empezar a escribir un cuento de esta manera. Haciendo mamarrachos con ideas. Sin embargo, hay algo que quiero decir y no he podido quitármelo de encima. No sin antes aclarar que no me hago responsable por heridas morales, o psicológicas después de que haberlo interpretado. Si la lectura es para los cómodos, los obreros son los escritores. Pero son los honestos, los que más trabajan, pues estos construyen paraísos agradables conjugando palabras de este mundo, para el consuelo de sus semejantes. Desde hace ya varios meses no ha habido forma de sentar cabeza. Se han inundado las casas y se han congelado los libros. Luego vino la esperanza con sus rayos gama y ha quemado el corazón del universo. Hemos encallado en un iceberg derretido. Absurdamente solos, trabajando con un esfuerzo que se confunde con tedio, para fracturar la columna del tiempo perdido, y escapar por la culata. Por el mismo escondite. Palabras van palabras vienen. Quisiera creer que alguna vez pudieran servir de consuelo en algún semejante que si las necesite, pero más allá de eso de ser reconocido, en estos días incoloros, aparte del consumo de tinieblas, he llegado a sentirme tan desalentado que ignoro incluso la posibilidad de llegar a ser. Si bien alguien reconocido, ni siquiera leído. Estas palabras penetrarán de regreso a mi inconciente, cómo una náusea, o un atoro en la garganta. Cuanto destino desperdiciado en el afán por encontrar el camino. Quise apostarle a la derrota y aquí estoy, leyendo y releyendo, una y otra vez, el lenguaje intraducible del silencio. Porque la poesía es un fracaso esencial.

La otra noche morí a causa de un infarto. Creo que fue la solitaria. No hay que caminar de noche por una residencia de ricos, te puede secuestrar el espanto. Quién, por su levita negra en una noche azul, ¿no pude advertir su amenaza? Aquel que va acompañado también es susceptible de ser acechado. La otra noche caminaba fumando, ni siquiera pensaba. Ya hacia las 12, estaba un poco tocado cuando sentí que algo me lanzó un manotazo y tumbó mi cigarro. Este cayó justo en el centro de la oscuridad. Y se incendió la noche. Pasó un motorizado a mi lado, sin percatarse por el estruendo siguió de largo, pero cuando iba ya más adelante calló en un lago ahogándose. A lo mejor en su tumba este pensando que murió bobamente, pero lo cierto es que lo había enloquecido el espanto.

Estoy vivo de pronto, porque respiro y hablo justo ahora a través de los escombros que quedaron de mi aura, pero creo que he perdido algo. Desde entonces solo escarbo cenizas y polvo, buscando entre los sarcófagos de Agosto, el arca perdida de su mirada. Con la sonrisa entre mis penas, mojada por el llanto monótono del cielo, se atravesaba en cada alba, el trueno del olvido, como un estornudo de la muerte, y me arrastraba con su aliento de esquimal, por los cerros escabrosos hacia la costa del bautizo. ¡Una nueva vida aguardaba en los mares tumultuosos!. De mala muerte. Bordando el acantilado, sobre rocas encalladas en el pecho, abajo el mundo y encima su nombre, el universo a nuestros pies, el infinito a nuestro alcance, sin leyes ni Dios, . La noche se abría y del silencio brotaba una roca, y de la roca brotaba una boca, parecía el grito de un ángel: Amor, Amor mío vuelve, vuelve a mis brazos de carne, ven a salvarme. Amor, amor mío no te mueras, únete a mi huelga, ven a mis ruinas de seda y tejamos el presente con nuevos encajes, oh celda que alguna vez nos hizo libres.

Creo que es mejor desarrollar la capacidad de divertirse, así se esté en el sepulcro más terrorífico. La mujer Y la solitaria era un ser terrorífico. Y su belleza era terrorífica. Tan terrorífica que podía poseer el corazón de hasta el viejo más ateo de la residencia. Se les aparecía siempre a los más solitarios, los más deprimidos, algunos drogadictos, o los que estuvieran pasando por un duelo o una pérdida. Ah pero la solitaria también tenía su secreto; Era una mañosa selectiva. Sin duda era yo el mortal más deseado. No lo digo por narcisismo, ni por pretender ser modesto. Nuestra relación era especial e íntima, puesto que no existía otra igual. La conocí aprendiendo a golpes su lenguaje. Justo cuando creí haberla conquistado me dí cuenta que seguía estando lejos, que ni siquiera estaba a mil leguas, que conocerla a fondo implicaba sacrificar amistades, buenas compañias, incluso ganarse enemigos. El enemigo más peligroso de abandonar fue a Crono, el vecino que dormía día y noche y sus ronquidos de elefante sonaban como manecillas de reloj dañadas: “trrric trrrac trrric trrrac”. Cuando me mude de casa me hacía falta su ronquido. Cómo la melodía al ritmo. Para no desviarme tanto, volviendo a la solitaria, fui comprendiendo poco a poco su leguaje, y ejercerlo suponía iniciarse en el arte de adorarla. En todo caso y por más diosa que fuera, ella me quería aunque yo la andara abandonándo sin motivos. La primera y última mujer nacida sin cualidades humanas; esto lo digo sin ánimos de desprestigiar a las mortales. En fin, lo esencial no era eso para precisar todo esto se debe a aquella peligrosa particularidad que tenía la solitaria, cuando se aparecía, su corazón expedía un aroma letal. Adormecía los sentidos y relajaba los músculos. Era como un veneno milagroso. Sin embargo me fui dando cuenta en la medida que la frecuentaba: su milagro era adictivo.

Era una residencia de ricos, por lo que era raro encontrarse una noche cualquiera caminando solo a un jovencito. Si acaso señores y/o señoras mayores paseando a su perro. Si tenía que ser yo el más solitario. En otras palabras, el que frecuentaba la noche sin falta, toda noche era una cita con ella, la oscura solitaria. Me la pasaba el día entero esperando a que fuera de noche para olerla, parasentirla, para absorberla. Me encontré en un atolladero, tenía que escoger entre ella o el mundo. Ya no podía quererla en secreto.


Texto agregado el 01-02-2013, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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