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Inicio / Cuenteros Locales / cevame / PERIPECIA DE UN ARISTÓCRATA

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El conde viajaba en la carroza de mullidos asientos.
Decían que el dueño primigenio había sido un rey, Luis XIV o Luis XVI no había seguridad absoluta, pero que el carruaje perteneció a personajes de abolengo no había ninguna duda.
Los caballos, bellos alazanes que corrían a todo pulmón, pisaban la blanca arena de la orilla de la playa que se veía majestuosa por la luna que alumbraba la espuma producida al subir la marea. Retomó el camino levantando polvo mientras gritaba al cochero que apurara el paso.
El tiempo le ganaba, a ese ritmo no llegaría a su destino, el hermoso castillo enclavado en la montaña, herencia de sus nobles ancestros. Miró el reloj que con fina cadena de oro guardaba en el pequeño bolsillo del chaleco.
Una rueda de la calesa se rompió al chocar contra una piedra.
-¡Maldita suerte!-espetó el noble mirando con furia al cochero.
- Allí hay una casa mi amo- contestó el lacayo señalando tímidamente una construcción modesta a la vera del camino.
Más que una casa parecía una mazmorra. Apenas una cocina, un viejo sofá y un camastro sin colchón era todo el mobiliario.
El aristócrata se echó en la cama, miró la ventana cerrada donde ya se filtraba por el intersticio un tenue rayo de luz. Entrelazo las manos sobre el vientre, no sin antes abrir el frasco con el más fino de los manjares que lo bebió con placer, una colección privada de sangre A RH negativo.

Texto agregado el 31-01-2013, y leído por 163 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
31-01-2013 Menos mal, que se la toma de un frasquito, eso de andar mordiendo es harto feo. Carmen-Valdes
31-01-2013 Que como todo el mundo sabe es la creme de la creme en tal producto. tsk
 
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