|                  EL VENENO DE LOS ESCORPIONES                                                               
 Don Luís había pasado una  noche de perros, dando vueltas y vueltas en la cama sin conseguir dormir  un poco. Por largos momentos ordenando  ideas de  acostado, y en otros levantándose para acomodar algunas cosas. Y aunque  las primeras luces de ese domingo lo sorprendiera ya  acomodado en su silla del comedor, no sería tomando un  desayuno  madrugador, sino que descansando así de esa noche más que agitada. No obstante, bajo los influjos del insomnio necesitaba  mantener un  resto de lucidez. En primer lugar debía saber  guardarse con disimulo su ¡Buen día! como habitual saludo mañanero, y en segundo, necesitaba abstraerse completamente de esa tortuosa realidad que lo rodeaba. La misma que  finalmente lo arrastraría  a una  muerte segura y anunciada. Y él lo sabía muy bien...                                                                Por esto habrá pensado que refugiarse en el pasado sería  la  mejor manera de  evadirse de ese pensamiento. Que recodar momentos gratos  y quedarse  eternamente ahí, serviría para contrarrestar  lo que vendría.  Pues sí, recién así quiso pegar  los ojos. Más  no para soñar sentado, sino para  evocar  con la  mente bien despierta. Para visualizar  allí las  imágenes de un capítulo  casi feliz que tardíamente la vida le había reservado, pero que aún  sentía  latir muy  fuerte en sus sienes. Solo por esto  valdría  la  pena  rescatarlas, aunque fuera necesariamente  desde su  mismísimo  azaroso y  dramático principio:                                                             Desde que vio llegar  el patrullero  de la policía sorpresivamente aquella  noche,  sin luces ni sirena, serpenteando por el barro del estrecho pasadizo que llevaba directamente hasta su destartalada vivienda. Ahí bien al fondo, donde él no vivía, sino que sobrevivía.                                                          Lo recuerda claro,  si hasta  se  estremece con el mismo alivio que sintió  cuando ve  que  frena un poco  antes, frente a la de su vecino.Y con la indignación de ver  cómo  se la desmantelan sin ninguna razón aparente, o  buscando algo que al final nunca  encontraron.  Jamás había tenido trato directo con esa persona, pero  recuerda que sus hijos sí lo frecuentaban. Será por esto que le resultó  tan  triste  ser testigo silencioso de su maltrato. De una golpiza  sin ton ni son que le dieron, y de cómo, así  maltrecho y  a los empujones se lo llevaban detenido amparados por  la oscuridad de la noche. También le vuelven y se aturde, con los  ladridos de  aquellos perros hambrientos,  que al poco rato  comenzaron a hacerse escuchar desde el fondo de su propia  casa, y que  no pararon hasta que él mismo, linterna en mano, fue a ver qué estaba pasando por ahí.  Pasaba que bajo sus viejos tablones y alfajías de albañilería, acurrucado como un bichito, se escondía un chico. Resultó ser Julián, su vecinito, el único hijo que le quedaba a ese  tipo que habían metido preso...                                                              Unos cinco años tendría cuando de golpe se quedaba sin amparo el pobrecito. También  Luís  andaba solo y  sin  rumbo fijo después de haber  perdido a los suyos. Unos años atrás, a su mujer primero, y hacía muy poco a sus dos hijos  en manos de esta misma policía.  Desde ese día vivía borracho, echado al total  abandono y sin un trabajo seguro. Sólo hacía algunas changas  de vez en cuando por  la comida y el vino. Por eso tomó esta providencia  como un regalo del cielo. Alguien por ahí se estaba acordando de él, y le dejaba en su propia casa la mejor excusa  para comenzar una nueva vida. Volver a ser padre de nuevo. Un buen padre que hace bien sus deberes. Criando a ese chico que nadie iba  reclamar, como hijo propio, preocupándose de esa  educación que a los suyos no les pudo dar.
 Siempre se inculpaba por esto, y por todo lo malo que les vino después. Ahora la falta de plata  no sería el problema; Unos meses atrás, y por pura casualidad, había encontrado más que suficiente, dólares, bien escondidos bajo el piso de tierra. Justamente donde habían estado las camas de sus hijos. Seguramente el producto de sus ”trabajos desconocidos” dedujo. Por esto fue que se juró y perjuró no tocarla. En aquel entonces pudo haberse comprado  una buena casa y un auto, pero nunca lo haría con plata manchada con la sangre de sus hijos. Prefirió  seguir viviendo sórdidamente  entre las   alimañas y el alcohol.                                                        Pero ahora las cosas eran distintas y se permitió repensar esta cuestión dado que;  si una  excepción puede  romper una  regla y si incumplir una  promesa propia, resulta duro pero no imperdonable, podría entonces, disponer de ese dinero sin remordimientos. Sería por una causa noble. Y si  pretendía  criar un chico como la gente, debía empezar  por mejorar esas miserables   condiciones en las que siempre estuvo viviendo.                                                            Comenzó por mudarse de allí. Lejos de ese verdadero nido de ratas, siin llamar  la atención claro.  Comprando una casa  bien modesta, casi abandonada en un barrio también humilde.                                                             Pero  antes de comenzar su  refacción, hizo algo desusado en él; una limpieza a fondo. De todo lo edificado y su  predio; desmalezado, desratización y una desinfectación general. Enterrado quería  dejar  el recuerdo horrendo de su esposa  muriéndose por la picadura de uno de esos  bichos ponzoñosos, de un  alacrán se aseguró aquella vez;  Un dejarla  estar fue, una complicación después  y en tres días se la había llevado de su lado. Por eso, en esta nueva casa, en esta nueva instancia,  tanta  negligencia por la miseria  misma  no debía repetirse para Don Luís, ya de desgracias estaba colmado.                                                            Acaeció que, como un don del cielo, esta suerte de  vida renovada  lo había rejuvenecido. Mejores  fuerzas habían llegado para reforzar su cuerpo y su espíritu. Con sólo rescatar su  olvidado oficio de albañil pudo dejar esa casita en condiciones de ser habitada por gente como la gente. Y a poco andar se alejó de la bebida definitivamente. Y ya no dudó en aceptar un trabajo digno y permanente. De aquel dinero  había sobrado bastante y lo guardó bien escondido. Sería para el estudio y el porvenir de Julián.                                                                Los años que siguieron fueron pasando como en verdad no los  hubiese imaginado, sin grandes problemas ni  imprevistos que lamentar. Todo estaba  bajo control en esta acotada familia. La que para el  nuevo barrio estaría  compuesta  simplemente por padre viudo con  hijo único, porque  Don Luís jamás  tocaría  este tema con nadie, ni con  Julián mismo. No lo creyó necesario, pues si siendo un chiquilín nunca preguntó nada. Porqué ahora que es más grandecito y entiende ¿Para que  sepa  que su verdadero padre resultó ser un asesino? Que había matado a un policía, y que no sabía cuándo saldría de la cárcel. Sólo sería para  crear entre ellos  un conflicto innecesario. Pue no. A él, ya nada  ni nadie  le arrancarían esa paz interior conseguida con tanto fervor. Por haber hecho una sola vez algo bueno en la vida.  En verdad, tan  buena y ordenada era esa  convivencia como para dar ejemplo, muy cuidada por los dos.                                                                   Este Luís padre, seguiría bien de cerca  la educación  de este medio hijo suyo. Quien, aunque con un poco de retraso, ya estaba  terminando  la primaria para ingresar seguramente a la secundaria. Sabía que allí, su  exigencia debía  aumentar. El abandono de una madre, la desatención y la desnutrición en la niñez de este chico, le había dejado sus huellas bien marcadas, en el preciso   lugar  donde no se  borran  tan fácilmente con el tiempo, sino lo contrario.se profundizan. No obstante, Julián, ya un adolescente y más avispado, hacía muy bien su  parte de propio  buen hijo y mejor persona; Cuidar a este hombre de que no cayera nuevamente en  el alcohol. No le permitiría jamás un desliz, ni una sola copa  fuera de lugar. Sólo los  fines de semanas, con el asado en la mesa, un buen vino. El  mismo se lo compraba y regalaba como premio a su irrenunciable buena conducta. De excelentes  cepas y distintas, para que lo degustara a sus anchas. Aunque el pobre Luís, con su garganta quemada por el alcohol barato apenas notaba la diferencia, igual lo disfrutaba con dignísimo placer.  Como nunca sus pretensiones fueron muchas, con este lujito  tan personal y afectuoso, le bastaba para justificarse  un domingo así tras domingo. Lamentablemente sería  en solo un lapso de su vida.  Porque volviendo a este domingo, la escena es muy distinta, patética sin exagerar...Don Luís sentado  con los ojos cerrados, peor que antes. La espalda tiesa contra el respaldo de la silla, la cabeza colgándole bien por detrás de los hombros, y desde allí los brazos laxos  sobre unas piernas inmóviles también. Nadie sabe si está  despierto, o no, al menos respira.  De cualquier manera  ya es medio día, hora de que se  componga  y haga honor a la mesa. Ya está  servida, y el mismo olor del asado llama  a comer…                                                                Sin embargo este hombre  no parece darse por enterado, no ha movido un músculo. Se le muestra paralizado, ciego y mudo como un convidado de piedra a la mesa. Y muy  lejos de querer iniciar una conversación como era su buena costumbre.Seguramente hoy no habrá nada de esos consejos y recomendaciones que condimentaban  cada comida,  que siempre se alistaban  para su querido Julián.                                                                Hoy Don Luís  se privará de  levantar su vaso de vino de la mesa, bien alto, como nunca olvidaba.No brindará  por la fortuna de tener con quién compartirla. Hoy es tan imposible este  deseo en su  alma, como las fuerzas de ese brazo que le servía...                                                             Hoy  Don Luís siente que lo que se le ha a dado en esta vida últimamente, está a punto de dejar de serle  un don.                                                                  Todo esto pasa silgilosamente por su cabeza,  mientras deja que la bebida ya  servida se caliente, la carne repartida en cada plato se enfríe, y que este tenso mutismo entre ellos se pueda cortar solamente con ese mismo cuchillo de sobre la mesa.                                                               Y aunque Julián está más que despierto,  tampoco parece tener la menor intención  de querer abrir la boca ni para probar bocado. Está muy expectante y no ha podido quitarle  sus ojos de encima. Él sabe muy bien  lo que está ocurriendo. Está a tanto de la mala salud de este hombre a partir del día en  que le detectó sus  primeros síntomas, unos meses atrás. Pero  como siempre trató  de ocultárselo sin decir una palabra, y ni siquiera  quejarse una sola vez, nunca le preguntaría nada.  Tampoco él estaba ya dispuesto a soportar callado, una mentira piadosa más como respuesta. Estaba arto de esa falsedad mantenida a raja tablas.  Ya había dejado de ser el  tonto  muchachito de bajas notas, tan  fácil de engañar. De lo que no se había enterado por casualidad, lo  pudo  averiguar por sus propios medios.  Sabe perfectamente  que esta persona  que  está frente suyo y ahora agonizando, no es más que la impostura de su padre ausente. Alguien, que sin derecho alguno le estuvo  complicando la vida a su antojo y voluntad.  Ya, desde aquel  momento, comenzó  hacer oídos  sordos a sus deberes por cumplir y a tantas obligaciones en qué embarcarse. Con menos ruidos pudo escuchar otra campana, otra más a tono con su manera de concebir las cosas ahora... Una  voz extraña pero entrañable, había aparecido desde su interior. Irrumpió una vez, lo sigue persuadiendo y  se le impondrá  al  final. Como una conciencia sucedánea,  que desde su heredado  instinto de conservación parece mandar  y demandar. Hasta llevarlo  al propio convencimiento de que a esa edad, está pronto y listo para guiar su porvenir con sus propias manos                                                                 Así de sencillo y claras son las cosas  para este flamante e  impetuoso Julián. El  que ahora se las sabe   todas juntas, y no deja escapar  ninguna... Como ésta, apenas percibe sobre el  ausente rostro de Don Luís algo comparable a una sonrisa trunca, a él se le agranda y le explota  en la  cara como si fuera una burlona carcajada, o al menos sarcástica.
 Ambigua expresión moribunda que,  después de este impacto inicial, se aplaca en su mente y se  le  escurre fino, como algo que también pudo ser; un subliminal  llamado de atención, una duda plantada así, y ahora...                                                                                                                        "Algo  se me está escapando...", lo lleva a pensar, y rápido. Este fuerte interrogante  lo despega de la silla y lo obliga a correr hacia  galponcito de atrás.   Y  allá  va, precipitadamente. Con la certeza  de que  se había descuidado; Esta última semana no se había cerciorado de que la  plata siguiera toda en el  mismo lugar. Estuvo  más pendiente del  frasco chico que del más grande. El de raticida lo distrajo porque ya notaba que le estaba quedando muy poco, casi nada digamos…
 
 |