( Del libro de Laura )
Había finalizado la competencia, el atardecer acusaba su llegada a través de los minúsculos ventanales del gimnasio con sus últimos y polvorientos rayos, los asistentes cansados de la larga jornada, conversaban a viva voz o bailaban al ritmo de la música ensordecedora que emitían los grandes parlantes, hablaban a gritos, nadie escuchaba a nadie, solo ruido, gesticulaciones, desorden y espera. El jurado en reunión cerrada, evaluaba cada una de las participaciones.
Laura, sentada en las gradas, junto a su equipo y a Magda, la entrenadora, sus compañeras jugaban revoltosas y despreocupadas con las cintas, botellas vacías, se peinaban, se soltaban el cabello, repetían las rutinas realizadas. Laura, concentrada, revisaba mentalmente su participación, ella siempre ganaba, pero hasta que no se lo comunicaran, enmudecía, no se movía, permanecía estática en su larga e interminable espera de la anhelada medalla de oro, la escena se había repetido en cada uno de los campeonatos en los que había participado, por lo que Magda, la dejaba tranquila, no se preocupaba por la pequeña Laura, tenía espíritu de campeona y trabajaba arduamente para conservar su lugar.
Muy cerca de la gradería de las gimnastas, las tribunas de los apoderados, padres que asistían felices, algunos, y algo renuentes los más, eran días interminables y agotadores; las barras, los gritos, los silencios, el encierro. Laura miraba de soslayo a su papá, trataba de imaginar qué pensaría de su participación, pero no percibía nada, no le transmitía nada, no le llegaba ningún mensaje misterioso y secreto, como acostumbraba la estrecha complicidad entre los dos, su mamá, junto a las otras madres ordenaba la ropa y disponía el buzo que tendría que vestir su hija en el desfile final.
La música cesó, el jurado apareció solemnemente con sus carpetas en las manos, y uno a uno tomó ubicación en sus respectivos asientos. El pódium de premiación ya estaba instalado, el relator del evento, con el micrófono en la mano. Comenzaba el suspenso del final de la jornada.
Una a una las categorías fueron calificadas hasta llegar el turno del equipo de Laura.
Laura aunque parecía ausente, su corazón saltaba más de lo que ella misma había brincado en la competencia, apretaba las manos en la banca y no levantó la vista, solo parecía interesante mirar el piso, la voz del locutor volvió a escucharse en el gran recinto del gimnasio.
_ Categoría manos libres, tercer lugar, medalla de bronce: señorita María Pía Olea _ aplausos, vítores y una gimnasta corriendo feliz a recibir su presea, el presidente del jurado cuelga en su cuello la hermosa medalla y ella saluda artísticamente hacia los cuatro costados del recinto, irradia felicidad y orgullo.
Sigue la voz, profunda y varonil del locutor: _ segundo lugar, medalla de plata: señorita Laura Tussell _ Un silencio abrumador invade el recinto, Laura no se mueve, no respira, no levanta la cabeza, solo permanece rígida, apretando los labios y sus manos en la banca. Magda la mira, se acerca, le habla, la obliga, la toma del brazo para levantarla, Laura no se mueve, no respira, no levanta la cabeza. El jurado decide seguir con la premiación y declara desierto el segundo lugar.
Nuevamente la voz del locutor: _ primer lugar, medalla de oro: señorita Valentina Kovalsky _ Aplausos, vítores y derrota para Laura. Ni en un solo instante su padre la había mirado, ni siquiera para ordenarle que fuera a recibir su premio. Era su competencia.
Tampoco participó en el desfile final, caminó hacia sus padres, esperó que ellos terminaran de despedirse de los demás apoderados y junto a ellos, con su derrota en la espalda, la soberbia en el rostro y la rabia en sus manos, dejó el lugar, y en la banca, los sueños y su esfuerzo.
A solas en su habitación, comenzó a desarmar el lindo moño que su mamá había peinado temprano en la mañana para competir, tironeaba su cabello sin piedad, no le dolía, no sentía, ya nada parecía tener alguna importancia.
Alguien golpeó su puerta y sin esperar respuesta, la puerta se abrió y su padre se introdujo al caos que en muy pocos minutos, Laura había convertido su dormitorio. Se miraron por un rato y Laura habló primero, sentada sobre la cama con las piernas cruzadas y golpeando un cojín con los puños gritaba: _ ¡ ya sé, perdí, perdí, perdí ! _
Su papá la miraba con ternura y la dejó desahogarse hasta que ella enmudeció: _ Si Laura, perdiste, pero no perdiste el campeonato, un segundo lugar también es un premio, ganaste un campeonato más, lo que perdiste fue tu dignidad, y dignidad, Laura, es valorarte a ti misma y a tus compañeras, es lo único que no puedes perder, tienes doce años, solo eres una niña, a medida que la vida pase por tu lado, muchos acontecimientos te serán ingratos, otros felices en los que serás ganadora, pero lo que nunca debes soltar de la mano, es la dignidad, sin humildad, no existe la dignidad, sin poder aceptar que otra niña lo hiciera mejor que tú, te domina la soberbia, no hay humildad, sobrepasas tu dignidad, y la soberbia es muy mala compañía, la vida tiene un camino de ida, otro de espera y un camino de regreso, la soberbia en alguna acrobacia de tu vida, lastimará tu espíritu, las victorias y también las derrotas se aceptan con humildad, para dar paso siempre a lo que logres con dignidad _
Al día siguiente de la competencia, Laura se dirigió al gimnasio, ya no habrían, hasta la próxima temporada más entrenamientos y probablemente no vería a su entrenadora en un par de meses más.
Tímidamente ingresó al recinto, y si, allí estaba la Miss Magda. Laura se detuvo y esperó, Magda la miró seria, muy triste.
Laura corrió a abrazarla y muy apretada a su cintura se puso a llorar desconsoladamente, _ Miss, ¡ perdóneme !, ahora ya lo sé, nunca olvidaré la lección de hoy, sabía que la Valentina iba a ganar, no lo quise reconocer porque siempre me creí la mejor _ Miró a los ojos a su Miss _ ¡ muchas gracias Miss Magda ! Signó con un dedo una cruz en su corazón y con voz queda pero decidida, le dijo: _ ¡ Miss, lo prometo !, nunca lo olvidaré _
( En recuerdo de la Miss Magda Paepe )
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