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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 33.

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Capítulo 33: “La Morada de los Dioses: Asgard”.
Nota de Autora: La canción del capítulo es “La Danza del Fuego”, de Mägo de Oz. Sin dilación, con vosotros, el capítulo.

Esperanza y Arturo, con las manos en los remos, miraron embelesados a su alrededor.
El Asgard era un lugar precioso, mítico, que merecía ser visitado. Pero, claro, los humanos no tenían qué hacer en la morada de los dioses.
El paisaje, al igual que en los últimos confines del Midgard, estaba completamente nevado. Según los comentarios que Thor les hizo, ahí no paraba de nevar en el último tiempo, por eso sabían que el Ragnarök estaba cerca, bastante cerca, más de lo que creían.
El fin del tiempo cernía sus negras alas sobre el mundo entero, sobre los nueve mundos en que creían los nórdicos.
El esquife se deslizaba suavemente por las dulces aguas, dejando unas pequeñas olas, las únicas testigos de su paso por aquel lugar.
El río se había ensanchado hasta convertirse en una laguna de cristalinas aguas azulinas.
A ambos lados de aquel lago se alzaban pinos y toda clase de árboles, inclusive los frutales. Pero hacía mucho tiempo que habían dejado de dar frutos y, a pesar de conservar su verde follaje, era imposible ver algo que no fuese la blancura de sus ramas y algunas zonas de inusitado verdor.
Nadie sabía cómo todavía había algunas flores en el suelo de aquel bello lugar y el verde pasto que se mecía con la suave brisa fría.
Había algunos pilares blancos en el cual era posible ver algunas enredaderas.
Una enorme explanada seguía a todo aquello y en ella se ubicaban las moradas de los dioses, formándose el Asgard y el Vanaheim como un conjunto.
Eran dos moradas aparte, las cuales se dividían con un puente levadizo y una puerta, la cual estaba instalada en una cordillera transversal.
Al fondo de la laguna se alzaba impertérrita la Valhalla. La grandiosa morada de Odín.
En una increíble montaña, de considerable altura, con los bordes similares a un acantilado que tenía forma de embudo, con su parte más estrecha como base, se encontraba construida la grandiosísima Valhalla. No hay palabras en este terrenal mundo para describirla.
Un puente levadizo de roca pura y aplicaciones en oro, específicamente en los pilares, unía la puerta principal de dicha fortaleza, que era la más grande de ambos reinos de dioses, con el portón que separaba Midgard de Asgard.
El mencionado puente se iba elevando cada tanto y dando vueltas, quedando algunas puntas que resultaban bastante seguras en el ascenso hasta el palacio de Odín.
Aún así una serie de puentes colgantes unían una de las muchas puertas de la Valhalla con la arena de la playa de la laguna y, por consecuente, con los bellos campos que se extendían hacia el horizonte.
Después de casi hora y media de navegación, el botecito tocó suavemente las playas blancas que rodeaban la montaña sobre la cual se encontraba construida la Valhalla.
Tras eso se dedicaron a subir los puentes que se enroscaban alrededor del mencionado palacio.
Una vez que abrieron la puerta de madera fina, nada fue igual, ni siquiera similar. Los muros en el interior eran de hielo, por ende, transparentes. Las estalactitas eran una suerte de candelabros. Los pilares congelados formaban arcos.
Pasaron una seguidilla de corredores de esas características para luego llegar a una puerta gigante, que cubría desde el piso hasta el lejano cielo de la edificación.
Tenía una leyenda que ambos jóvenes no pudieron entender, pues estaba escrita en el antiguo idioma hablado por los nórdicos.
Thor golpeó la puerta y se escuchó una ronca voz dar su permiso para entrar.
Los tres ingresaron al salón y nuestros dos protagonistas no pudieron evitar sorprenderse. ¡Estaban, por fin, en el grandiosísimo salón del Hlioskjálf!
El mencionado salón tenía una forma redonda y en sus muros se ubicaban nueve ventanas, desde las cuales Odín y su esposa, Frigg, podían ver los nueve mundos de la cosmovisión nórdica una vez que se sentaban en el trono que los designaba como Reyes del Asgard.
Los muros no eran de hielo, sino que eran de ámbar. Un cubre piso de color rojo se extendía por todo el suelo. Y, al centro de la habitación estaba el maravilloso trono de oro, cubierto con finas telas y con cojines finos. Tenía, a su vez, incrustaciones de piedras preciosas en el respaldo y los brazos.
Sentado en aquel trono maravilloso estaba un hombre ya anciano. Aproximadamente tendría unos setenta años, vestía rigurosamente de negro con una túnica, tenía ojos azules muy profundos, tenía barba y cabello largos canosos, su rostro y sus manos estaban completamente surcados por las arrugas. En la diestra, llevaba un bastón de ébano.
Al ver a los recién llegados se puso de pié señorialmente y bajó las escalinatas que rodeaban al trono en altura.
De inmediato caminó en dirección a Thor y, tras darle un cariñoso abrazo, le miró a los ojos.
-Has vuelto, hijo mío-le dijo.
-Así es, padre, y te he traído a quienes me mandaste a buscar-contestó Thor. Luego, señaló a los marineros-. Aquí están la Hija de Freya y su compañero de travesía.
-Buen trabajo-dijo aquel hombre afablemente-. Bienvenidos al Asgard y, especialmente, a la Valhalla-dijo, dirigiéndose esta vez a Espe y Arturo.
-Muchas gracias, Odín-dijo Esperanza, haciendo una reverencia ante aquel dios.
Arturo, de mala gana, imitó a su compañera. No quería tener problemas con nadie.
-No hay de qué, muchacha-le contestó Odín afablemente-. Hijo-dijo, pero esta vez hacia Thor-, lleva a estos viajeros hacia el salón del Valhalla, no los tengas vagando por todo el Valaskiaf. Y come una manzana del Árbol de la Vida. Después de tanto tiempo de viajar y estar fuera de aquí necesitarás una.
Tras decir todo aquello, Thor condujo a los piratas a través de la multitud de pasillos de hielo del Valaskiaf, que así se llamaba ese palacio, con rumbo a su salón más conocido: La Valhalla.
Adentro había una mesa redonda de un tamaño asombroso. A su alrededor se ubicaban miles de sillas, en las cuales se encontraba la mitad de los muertos en batalla: los einherjer.
En uno de los muchos arcos que permitían el ingreso al salón se alzaba como queriendo alcanzar el cielo del salón un magnífico árbol dorado llamado Glasir. A su lado había una multitud de criaturas mitológicas de gran relevancia, tales como el siervo Eikpyrnir y la cabra Heiorún.
Las paredes y el techo eran de ámbar, al igual que el salón del trono. El techo estaba plagado de maravillosos escudos dorados.

Al ingresar, se encontraron con una gran cantidad de Valquirias, quienes no eran otras sino las muchas hijas que tenía Odín.
Muchas de ellas venían de rescatar a los fallecidos en batalla que su padre quería reservarse para sí, para que le ayudasen en el Ragnarök.
Otras se encontraban sirviendo cerveza, vino y alimentos a los guerreros que se encontraban en aquel enorme salón y, al ver ingresar a los tres recién llegados, no dudaron en asignarles unos asientos.
Todas ellas eran jóvenes, considerablemente altas y delgadas. Rubias, de ojos claros y de tez igualmente clara. Llevaban el cabello peinado en dos trenzas y sobre su cabeza había una suerte de sombrero metálico, como un casco, con dos alas. Y en su espalda llevaban una lanza.
Una de aquellas muchachas se acercó a Thor y le ofreció manzanas de un cesto, del cual él extrajo una. Eran provenientes del Árbol de la Vida. Si dejaba de comerlas moriría, pues los Aesir y los Vanir carecían de vida eterna, sólo sobrevivían gracias a aquellos frutos.
Otra sirvió comida y bebida a ellos, al igual que a los otros guerreros.
De pronto las trompetas sonaron. Todos se pusieron de pié, incluyendo a Thor, quien mordisqueaba distraídamente su manzana.
Pero se llevaron una desilusión de proporciones, pues por la alfombra roja no vieron aparecer a Odín, sino que a Freya y a su hermano Freyr, quienes provenían del no muy lejano Vanaheim.
Los ojos de la diosa recorrieron ansiosos todo aquel enorme salón y, al toparse con la única mujer sin contarse a sí misma que no era una valquiria, centellaron.
Ambos hermanos fueron conducidos por una de las amables hijas de Odín hasta el área en que estaban Thor, Esperanza y Arturo.
Freya, con su majestuoso andar, se acercó hasta el asiento que estaba al lado de Esperanza y se sentó. Interiormente había anhelado enormemente el momento en que conocería a su descendiente directa, pero a su vez ver a aquella muchacha le producía un sabor agridulce, pues eso quería decir que el día del Ragnarök se encontraba muy cerca.
Ambos hermanos no alcanzaron siquiera a sentarse cuando las trompetas volvieron a sonar y todo el mundo dentro de la Valhalla se puso de pié de nueva cuenta.
Esta vez no se desilusionaron. Por uno de los muchos arcos de hielo ingresó Odín, seguido por una multitud de dioses y diosas, sin importar si eran Aesir o Vanir, llevando del brazo a su esposa Frigg.
Se acercaron ambos reyes a sus tronos, siendo cabecera de mesa en aquella enorme comida.
Tras brindar por los recién llegados, se dedicaron a comer y beber tranquilamente aquella noche, mientras compartían sus planes para el día de la batalla final.

Dos días después…
Esperanza abrió los ojos esa mañana sin poder creer dónde estaba. Honestamente, cada cinco minutos debía pellizcarse para descubrir que todo aquello era verdad y no un vulgar sueño.
Ella y Arturo ahora alojaban en unos maravillosos cuartos del no menos maravilloso palacio de Odín.
Alguien golpeó suavemente la puerta. Ella saltó de la cama y se dispuso a abrir.
Quien había golpeado la puerta no era otra que una de las muchas valquirias que rondaban por ese palacio.
La hizo entrar. La joven llevaba las ropas inmunes de Esperanza y la ayudó a vestir.
Cuando ambas hubieron bajado las escaleras de hielo se encontraron en uno de los muchos comedores con Thor, Freya y Arturo, quienes se pusieron de pié respetuosamente al verlas entrar en la habitación.
Tras sentarse se dispusieron a tomar desayuno, mientras que los dioses les comentaban de lo que harían aquel día: entrenaría con ellos en el uso del arma que habían recibido en la casa de los campesinos alemanes.
Bajaron los puentes colgantes y llegaron hasta la orilla del lago. Entonces tomaron caminos separados formando dos grupos: Arturo y Freya por un lado, mientras que del otro estaban Esperanza y Thor.
La diosa llevó a Arturo no muy lejos de la Valhalla, portando su capa. Mientras que Thor indicó a Espe que subiera en su carro tirado por dos cabríos machos, los cuales había dejado pastando en una de las pocas praderas que conseguían mantenerse verdes. Cuando la muchacha estuvo arriba, condujo su carro hacia los confines del Asgard.
Cuando ambos hubieron llegado al punto en que los dioses creían estaba indicado, las lecciones comenzaron.
Thor y Esperanza hacían puntería en dirección a diferentes blancos móviles y se lanzaban el martillo arrojadizo el uno al otro para poder compartirlo en batalla.
Pronto la muchacha descubrió que el Mjolnir, la Sagrada Espada de Odín y la lanza del rey del Asgard, llamada Gungnir eran las únicas armas en el mundo que podían acabar a un Jothun, sin contar claro las lanzas que Arturo y Espe portaban tras habérselas robado a los gigantes.
Entonces decidió entregar una de las lanzas que ella portaba a Thor, para cuando él no tuviese su martillo en batalla y desease acabar con un par de molestos Jothuns.
Por su parte, Arturo aprendió el uso de la capa que Freya le había dado. Y pronto descubrió que no era una capa cualquiera, que era una mágica. Se negó a ocuparla de lleno en un comienzo, pero tras que la diosa le persuadiese durante un buen rato aceptó de mala gana ocupar aquella capa.
Cualquiera podía cometer el error garrafal de pensar que era una capa azul, común y silvestre, como muchas otras, pero la verdad era que no era así. Estaba hecha con plumas de halcón, las cuales eran tornasoladas al colocarlas frente al sol.
Cualquier persona que se colocase aquella capa podría volar hasta donde quisiera con tan sólo desearlo, pudiendo descender sin ningún peligro en cualquier momento.
Y, no sólo eso, podría transformarse en distintos tipos de aves cuando la estuviese ocupando, dependiendo del uso que quisiera darle.
Y, tras gritar un poco, consiguió acostumbrarse a su nueva arma.
Ambos muchachos, mientras practicaban, descubrieron que la casa en la que habían recogido las pertenencias de aquellas deidades se ubicaba en uno de los pocos enclaves rurales del mundo en los cuales la gente seguía creyendo en los nueve mundos, sus dioses, sus historias y sus criaturas. Por eso Hans y Kristel habían conservado ambos paquetes con sus vidas y no habían levantado sospechas entre sus vecinos.
Y también descubrieron que el Asgard y los países del norte no eran los únicos afectados por las heladas invernales. En el hemisferio sur del planeta el triple invierno había comenzado a causar estragos año y medio atrás. Ya casi no existía el verano y la gente se mataba mutuamente por las malas cosechas, esa era la más pura señal de que el Ragnarök estaba más cerca.
Cuando se reunieron en la base del Valaskiaf Thor olisqueó el aire y preguntó a Freya lo siguiente:
-¿Has visto cuándo será? ¿El seid te lo ha dicho?-.
-El día veintiuno de este mes-respondió ella, comenzando a subir las escaleras seguida de un confundido Arturo y unos belicosos Thor y Esperanza.

Dos días después…
-Nos dijiste que sería dentro de una semana. ¡Ahora mira a nuestra gente!-amonestó Odín a Freya, dejando de lado lo apacible que podía llegar a ser la mayoría del tiempo.
Ahí estaban los dioses y los fallecidos en batalla atrincherados en el enorme Valaskiaf preparándose para el Ragnarök que ya estaba golpeando a su puerta.
Esperanza y Thor, más prácticos que el resto, se acercaron a una de las ventanas del palacio, una que daba en dirección al puente levadizo.
Esperanza abrió los ojos como platos. ¿Qué demonios hacía esa gente ahí? ¿Cómo habían conseguido llegar?, se preguntó para sus adentros.
Thor corrió hasta la palanca del puente levadizo con intención de cortar el asunto por lo sano.
-¡No!-le bramó Esperanza, logrando detenerlo justo a tiempo.
Dioses y mortales, elfos y valquirias, todos la miraron sorprendidos.
-Son amigos-se explicó-. Ustedes quédense aquí, yo me encargo-ordenó.
Se acercó a la puerta principal del palacio y, tras abrirla de golpe, se arremangó la falda a la altura de las rodillas y echó a correr por el puente levadizo. Pronto se perdió de vista de los dioses.
Cuando llegó frente a la multitud miró sorprendida a unos y otros.
-¿Hopkins? ¿Arantes? ¿Wells? ¿El tío de Ross? ¿Foubert? ¿Garreau? ¿El capitán del “Juan Fernández II”?-dijo mirando a unos y otros, reconociéndoles en el acto-. Pero… ¿ustedes qué demonios hacen aquí?-les preguntó.
Aquella era la mayoría de los marineros que había conocido en Midgard.
-Nosotros conocimos su propósito, capitana, y decidimos no dejarla sola-dijo el siempre educado señor Wells.
-Muchos no por nuestra propia voluntad-dijo el tío de Ross, abogando por quienes habían tenido el dudoso placer de conocer muy de cerca el filo del temido Haenger de la Capitana Esperanza Rodríguez.
-Hablá por vos-le replicó Hopkins para luego mirar a la que una vez había sido su capitana y decirle:-Hola, muñeca.
Esperanza rodó los ojos, preguntándose para sus adentros en qué maldita hora había ido a conocer a ese intento de ser humano que se apellidaba Hopkins.
Pero eso no importaba ahora. El Asgard tenía una multitud de personas a su lado, aliados, que lo ayudaban.
-¡Tenemos el Ragnarök ganado, caballeros!-gritó Esperanza mirando en dirección a la puerta desde la cual los dioses, elfos, humanos y valquirias observaban la curiosa escena.
Los vítores de la gente no se hicieron esperar.
Entonces, las personas que la capitana pirata había conocido en Midgard la siguieron a tropel hasta la puerta, donde fueron recibidos con gran agasajo por parte de los Aesir y su gente.
De hecho, para no perder la costumbre, Odín convocó a todos los presentes a la Valhalla a darse cita esa noche con el propósito de celebrar un banquete en honor a toda la gente que les había venido a apoyar. Todos ellos gente de mar, acostumbrados a la vida dura y a tener la muerte soplando en sus cuellos cada mañana.
Aquella noche hizo mucho frío, cortesía de que el Brisingamen, el celestial calendario y reloj que regía los ciclos de la vida, estaba en manos de los Jothuns y ellos querían causar el triple invierno.
Aún así, a pesar de todos los contratiempos, nadie faltó al gran banquete organizado por Odín y Frigg.
Y entonces se dieron, como era su costumbre, a la comida, la bebida, los juegos de guerra y al jolgorio con gran entusiasmo.
Tenían algo que celebrar y no era menor. Estaba todo listo y dispuesto para ganar el Ragnarök, la letal batalla propuesta traicionera e injustamente por los Jothuns.
Se dedicarían a romper las leyendas y profecías, ¿pero qué honor había en perder una batalla causada injustamente? Pues, ninguno.
Lo fabuloso de conocer su destino era ser capaces de poder cambiarlo cuando quisieran hacerlo, cuando quisieran vivir un día más.
Y eso era lo que ellos justo iban a hacer dentro de una semana: iban a salvar el futuro del pasado, iban a cambiar el rumbo de la historia de mano de que el viento había soplado sin querer a su favor…

Texto agregado el 29-01-2013, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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