Silencio.
Dos disparos.
Silencio de nuevo.
Permaneció inmóvil manteniendo el arma en alto, apuntando al cuerpo inerte. Aguardó atento mientras los casquillos terminaban de rebotar y rodar por el suelo de piedra.
Habiéndose asegurado de que no había peligro, se encaminó hacia el cadáver al tiempo que enfundaba su revólver. Una vez a su lado, tomó una de las múltiples piedras esparcidas por todo el palacio y la dejó caer sobre la cabeza de su víctima. Era mejor asegurarse antes que lamentar. Volvió a desenfundar el arma e intentando regular su ritmo cardíaco, retomó su camino.
Pero ¿qué hacía él allí? ¿Cómo termina un joven estudiante perdido en un castillo ruinoso rodeado de seres que intentan devorarlo?
Debió sospechar que algo raro ocurriría cuando, semanas atrás, sonó el teléfono del despacho del profesor Karaby para avisar del que, posiblemente, fuera el mayor hallazgo arqueológico en el corazón de Europa; El esqueleto completo de lo que parecía ser un gran reptil alado. Obviamente, el profesor James Karaby no dudó en aceptar la invitación para dirigir la excavación mano a mano con el biólogo Alexander Polo. Ambos eran personajes de conocido renombre, con varios galardones a sus espaldas y un profundo afán por descubrir cosas nuevas. Eso fue, en realidad, lo que impulsó a Henry, nuestro protagonista, a convertirse en el pupilo, secretario y becario del Profesor Karaby. Sabía que trabajando con él viviría mil experiencias e historias que contar en la vejez, sintiendo haber tenido una vida plena. Al igual que el profesor aceptó la invitación a la excavación, él aceptó al instante acompañarle.
Los primeros días fueron maravillosos. El centro de Europa es un lugar lleno de historia, de paisajes de leyenda y cuentos fabulosos. Realidad y ficción se mezclan en cada uno de sus rincones haciendo del pasado algo enigmático y mágico, siempre y cuando, claro, se sepa marcar la línea de la diferencia entre ellas. No obstante, esa línea era bastante difusa en el caso que se les presentó con el tiempo.
A medida que avanzaba la excavación, lo hacían también los descubrimientos, y no sólo en el yacimiento. A los pocos días de empezar a trabajar, un grupo de jóvenes excavadores volvió de dar un paseo por el bosque colindante. Volvieron emocionados contando que habían encontrado un enorme palacio en ruinas abandonado en medio de una red de enormes espinos. Ninguno de los historiadores presentes supo darle un nombre a tal construcción ni ubicar a ninguna familia como propietaria de la misma. Inmediatamente se destinó a un equipo de personas a cortar espinos y abrir un camino para examinar dicho palacio, con la esperanza de poder penetrar en él y examinarlo a conciencia.
Fue poco antes de terminar de abrir dicho camino, cuando un nuevo descubrimiento alteró el trabajo. Dentro del esqueleto del gran reptil aparecieron unos huesos corroídos, amarillentos y de textura arenosa. A pesar de su fragilidad, que supuso un equipo completo de restauradores trabajando sólo en ellos, se pudo reconocer claramente que eran huesos humanos. Aquel hallazgo disparó la publicación de una hipótesis que afirmaba la coexistencia de humanos con dinosaurios. No obstante, aquella misma tarde, ésta teoría sería descartada al encontrarse, a pocos centímetros de profundidad, un mandoble incrustado en una de las costillas del reptil. Un análisis superficial le bastaba a cualquiera de los historiadores y arqueólogos presentes para saber que aquella espada no era, ni mucho menos, un arma prehistórica. Forjada en acero, con empuñadura de oro y joyas incrustadas, aquella espada era un arma digna de un caballero noble. Efectivamente, un análisis más exhaustivo confirmó, dos días después, que se trataba de un arma de acero francés, cuya empuñadura estaba hecha a partir de monedas fundidas; este tipo de armas, forjadas a partir de monedas, joyas o amuletos, respaldaban la creencia de que tenían el poder para acabar con la vida de monstruos y demonios.
La prensa internacional no tardó en hacerse eco de la noticia. Un monstruo abatido por un caballero tal y como cantaban las gestas de los juglares medievales. Era la primera prueba material de la existencia de los monstruos que se habían convertido en cuentos con el paso de los siglos. Varios expertos en temas de parapsicología y mitología aprovecharon la noticia para volver a la carga con sus teorías sobre temas similares como el monstruo del Lago Ness en Escocia o el Mokele Mbembe de África. Tanto alboroto le otorgó cierto caché a la excavación, que no dejó de recibir ofertas y subvenciones procedentes de todo el mundo. Incluso se facilitaron máquinas, como las que utilizaban en los aserraderos, para poder terminar de abrir el camino entre el bosque de espinos y acceder al castillo.
Con las grandes sierras y máquinas de limpieza se terminó de abrir el camino en una sola tarde, dejando la entrada principal del palacio completamente despejada. En pocas horas se montó una avanzada del campamento encabezada por el propio profesor Karaby, acompañado, obviamente, por su aprendiz Henry Brown.
Ansiosos por examinar el palacio, varios expedicionarios penetraron en él a pesar de la prohibición de Karaby, quien quería establecer un plan de reconocimiento y seguridad al no conocer en que podía encontrarse la edificación. Era un procedimiento rutinario marcado por un protocolo estricto a fin de evitar accidentes y desgracias por encontrarse el lugar en estado ruinoso. No obstante, como indicaba, varios jóvenes inexpertos esperaron a que el campamento durmiese para penetrar en el castillo.
Varios gritos provenientes del interior, despertaron a quienes permanecieron acostados. Alaridos aterradores sacaron a la gente de sus ensoñaciones y sacos de dormir. Los focos se encendieron a los pocos segundos iluminando todo el perímetro y la fachada blanca del palacio, pero nadie pudo ver nada. Tras varios minutos de agonía, los gritos cesaron y el bosque volvió a verse invadido por un tétrico silencio.
Karaby, quien había corrido de un extremo a otro del campamento recogiendo cascos, chalecos y cuerdas, permaneció inmóvil a la espera de nuevas señales de vida procedentes del interior. Nada.
-¡Henry, Emille, Toni, Sergio y Andrea, conmigo! –ordenó señalando a los nombrados- Tomad cuerdas, linternas y, si sabéis manejarlas, armas.
-¿Armas? –preguntó Toni tembloroso- ¿Para qué armas?
-El castillo lleva siglos deshabitado –informó el arqueólogo dando unos golpecitos en la funda que guardaba su pistola- Probablemente sea usado como madriguera por animales salvajes. No me sorprendería que eso sea la causa de los gritos –explicó impasible
-“Ameguicanos…” –murmuró Emille poniendo los ojos en blanco
-¡Hermund, Victoria! Id al otro campamento y avisad al profesor Polo de lo ocurrido. Decidle que llame a la ciudad para que envíen dos o tres ambulancias lo antes posible.
A los pocos segundos, el profesor Karaby y sus cinco compañeros atravesaban cautelosamente la puerta principal, mientras los dos mensajeros volaban en busca de auxilio.
Envueltos por la penumbra, sólo podían ver los pequeños círculos de luz proyectados por sus linternas. No supieron muy bien qué o quién bajó corriendo por las escaleras de la entrada y se abalanzó sobre Toni, que profirió un alarido mientras forcejeaba con su atacante rodando por el suelo. Pudieron escuchar como los gritos eran sustituidos por un gorgoteo desagradable acompañado por un ruido de succión y pequeños crujidos. Cuando lograron enfocar sus linternas, vieron que Toni había rodado varios metros por el suelo y yacía muerto, con la zona de la boca devorada por lo que parecía ser un cadáver a medio descomponer.
Andrea profirió un grito ahogado y salió corriendo del castillo, acaparando la atención del ser que corrió ágilmente tras ella inmune a los disparos que el profesor había ejecutado.
Corrieron tras ellos, pero Andrea y ser se perdieron en la oscuridad del bosque. Segundos después escucharon un fuerte alarido. Había logrado darle alcance.
-¿Qué demonios “ega” eso? –preguntó Emille
-No lo sé… -respondió el agitado arqueólogo reponiendo las balas gastadas en el tambor del arma- pero estoy seguro de que hay más.
-¡Yo me “laggo”! –exclamó de nuevo el chico francés
-¿Y a dónde vas a ir? –preguntó Sergio
-¡A casa, idiota! ¡No voy a quedadme aquí “espegando” que me “devoguen”!
-Emille, no seas bobo –replicó el profesor- en el bosque vas a correr el mismo peligro. Si no quieres entrar, de acuerdo, pero espera al menos a que se haga de día. Espera en el campamento.
Minutos más tarde, tras haber examinado algunas estancias del palacio, confirmaron la teoría del profesor de que el ser que salió a recibirles no era el único en todo el lugar. Varios del mismo tipo salieron a su encuentro a medida que penetraban en la inmensidad de aquel castillo ruinoso y por cada uno que conseguían abatir o dar esquinazo, obtenían algo de información.
-Son abatibles –informó Sergio después de arrancarle media cabeza a uno al golpearle fuertemente con un atizador de alfombras que encontró en el suelo.
-En su día estuvieron vivos –informó Henry después de ver como otro caía rodando por las escaleras al pisar un escalón ruinoso y se desmontaba en varias partes- pero ahora parece que están medio descompuestos.
-Fijaos en sus ropajes –explicó el profesor señalando a tres que acababan de eliminar en un amplio pasillo- Yo diría que son del s. XVII… Este de aquí –señaló dándole la vuelta a uno de ellos utilizando la pata que había arrancado de una silla- debía ser alguien importante dentro de la corte ¿Veis el escudo familiar?... Dios mío… -susurró al mirar el escudo
-¿Qué sucede, profesor? –preguntó Henry.
Miró el escudo con atención observando el dibujo de una rosa bordada con hilo de oro. La única peculiaridad era que el tallo estaba completamente limpio a excepción de una sola espina.
-Es el palacio de Dornröschen –murmuró finalmente Karaby
-Ni idea –respondió Sergio encogiéndose de hombros mientras vigilaba sus espaldas con el atizador dispuesto. Henry también permaneció atento sin comprender
-Es una dinastía real alemana considerada ficticia –explicó en un susurro, más para si mismo que para sus acompañantes- ¿Conocéis el cuento de la Bella durmiente?
-Profesor, con todos mis respetos, no creo que sea el momento oportuno para… –respondió Sergio
-Según el relato de los Hermanos Grimm –interrumpuió el profesor ignorándole- el cuento se llama Dornröschen, es decir, la espina de la rosa. El mismo nombre que la dinastía desaparecida.
-¿Y usted cree que…? –preguntó Henry incrédulo señalando el cuerpo del mayordomo muerto
-¡Todo encaja! –afirmó el profesor mirándole con ojos desorbitados. Henry, por primera vez, vio en su mentor a un anciano dominado por la edad y la presión del miedo- El bosque de espinos, el reptil alado, el caballero… ¡Los huesos que estamos excavando son los del dragón abatido que custodiaba el sueño de la princesa Aurora!
-¿Y si el dragón fue eliminado, por qué esto no volvió a la felicidad con perdices y todo eso? –preguntó Sergio incrédulo
-El caballero tuvo que ser devorado por la bestia, lo que explicaría el esqueleto corroído que encontramos dentro de lo que debía ser su estómago.
-Un dragón muerto se come al caballero…
-No, al revés. Un dragón vivo se come al caballero y éste lo mata desde dentro. Dragón y caballero caen y el castillo permanece custodiado por el bosque de espinos imposible de atravesar.
-Profesor, no tiene ni pies ni cabeza… -expuso Henry- Los dragones no existen y nunca han existido. No hay crónicas fiables acerca del tema.
-¿Y estas bestias que ahora mismo intentan devorarnos existen o han existido según tus crónicas? –preguntó tajante
-Jaque Mate –sonrió Sergio
-¿Qué sugiere entonces, profesor? –preguntó Henry molesto
-Al no cumplirse el contrahechizo y perdurar la maldición más tiempo del establecido, partiendo siempre de los relatos populares –indicó frunciendo el entrecejo- la única explicación que se me ocurre es que se trate de una fecha vencida.
-¿Qué?
-Un hechizo caducado, por decirlo de otro modo
-¡Eso sí que ya no me lo creo!
-¿Y qué debemos hacer ahora, señor Karaby? –preguntó Sergio- ¿Ir a besar a la bella durmiente en la torre oculta del castillo? ¡Pensadlo bien! El dragón está muerto, el bosque de espinos superado… ¡sólo nos queda besar y salvar a la chica! –rió
-La princesa Aurora debe estar en el mismo estado que el resto de la corte –meditó Karaby ignorando las burlas- La maldición también tuvo que pasarse para ella.
-¿Entonces?
-Debemos encontrar la entrada a la torre para confirmarlo. Puede que allí encontremos la respuesta definitiva.
Decirlo era fácil, pero llevarlo a cabo era algo muy distinto. A pesar de que Sergio y Henry se opusieron en redondo, tuvieron que separarse para explorar más deprisa.
-No tenemos tiempo que perder –dijo el profesor cuando los chicos se negaron a la propuesta de separarse- Una de esas cosas ya ha salido del castillo detrás de Andrea y no sabemos si alguna más ha dado con el portón abierto. Cuanto antes demos con el foco de la maldición, antes podremos averiguar cómo ponerle fin.
“No me creo que esté buscando una princesa maldita” pensó Henry tras reanudar la marcha “Pero tampoco creía en muertos vivientes y, si las cuentas no me fallan, ya me he topado con una veintena”
Su instinto y sus escasos conocimientos sobre historia de Europa le decían que si buscaba una torre, lo mejor era hacerlo en las esquinas de la edificación o en el patio mayor. No obstante, aquel castillo era un entramado de pasillos, cámaras, habitaciones y pasadizos en ruinas que hacían imposible establecer un plano concreto de la zona. A ello había que sumarle la penumbra, rota únicamente por el círculo luminoso que proyectaba la linterna de su casco, y el hecho de que toda su atención se centraba en detectar a los ocupantes del castillo para evitar ser devorado.
Había recorrido lo que consideró que sería un anexo de la biblioteca, cuando escuchó un rumor no muy lejos de donde se encontraba. Se detuvo manteniéndose pegado a la pared y agudizó el oído intentando oir por encima del estruendo provocado por los violentos latidos de su corazón. En aquel momento, su respiración entrecortada le resultaba estruendosa y le impedía ubicar con claridad la procedencia del ruido. ¿Delante? ¿volviendo la esquina? ¿En la habitación de al lado? ¿detrás de él? No lo sabía.
Un poderoso temblor se apoderó de su cuerpo que se tambaleaba pegado a la pared intentando avanzar con todo el sigilo que le fuera posible. El rumor era cada vez más claro, pudiendo distinguir el sonido de algo que se arrastraba acompañado por unos leves gimoteos angustiosos.
Enfocó el haz de luz hacia el final del pasillo y entrecerró los ojos. Continuó avanzando lentamente con la espalda pegada a la pared y el revólver sujeto firmemente en sus manos. Finalmente logró ver una sombra que se arrastraba lentamente por el suelo hacia él. Seguramente lo que quisiera que fuese, o quien quisiera que fuere, se estaba dirigiendo hacia la luz que proyectaba con su linterna. Conteniendo la respiración, alzó el arma y apuntó. Tenía que esperar a tenerlo cerca para asegurarse de no errar el tiro; apenas le quedaban un par de balas de repuesto.
Por suerte no disparó. Quien se acercaba arrastrándose era Julio, uno de los chicos que, esperando a que todo el campamento estuviese dormido, se había saltado el protocolo de seguridad y se había adentrado en el palacio. Aunque avanzaba con la cabeza gacha, pudo reconocerle por la sudadera naranja intenso que tanto le gustaba.
-¡Oh, Dios mío, Julio! –exclamó arrodillándose junto al chico que no paraba de gemir y sollozar- ¡Estás viv… aaah!
Cuando le alzó, contempló horrorizado como el rostro de su compañero estaba completamente desfigurado. Profundas heridas le surcaban el rostro ensangrentado, su mandíbula inferior colgaba inerte y triturada por varios sitios en medio de una masa sangrante que, en un momento, debieron ser las mejillas, encías y el mentón. La lengua le había sido arrancada y ahora no era más que un pequeño bulto musculoso que se movía velozmente en todas direcciones. Pero lo que más aterró a Henry fueron los ojos de Julio. Sus ojos, empapados en lágrimas, le miraban horrorizados e implorantes. Pedían auxilio, atención médica, algo que le calmase el dolor y el sufrimiento de su cuerpo y de su mente.
Intentaba comunicarse, pero sólo emitía angustiosos sonidos guturales que se fueron desvaneciendo poco a poco junto con sus fuerzas. A los pocos segundos, se desplomó y permaneció inmóvil a sus pies.
Tras tomarle el pulso y confirmar su muerte, Henry reanudó su exploración siguiendo el abundante reguero de sangre que había dejado su compañero, hasta dar con un amplio salón de música invadido por la maleza y las telarañas. En pocos segundos, su linterna fue perdiendo intensidad hasta dejarle a oscuras. Sin embargo, los rayos de luna que entraban a través de las grietas del techo le mostraron una fila de cuerpos inertes repartidos por la estancia. Poco a poco fue volteándoles con el pie pudiendo confirmar sus sospechas. Era el resto del grupo y todos presentaban la misma imagen; la cara destrozada y ni rastro de sus bocas.
Un movimiento brusco en el extremo opuesto de la habitación le hizo alzar el arma y apuntar a la sombra que acababa de asomar por la puerta.
-¡Henry, no dispares! –dijo la voz de Sergio. Sonaba como enlatada- ¡Soy yo! ¡Corre, ven! ¡Lo hemos encontrado!
-¿Hemos?
-El profesor y yo nos hemos encontrado en las cocinas –explicó mientras corrían por los corredores. Henry pudo ver que Sergio había hecho un laborioso trabajo de limpieza- El profesor ha subido a la torre mientras yo venía a por ti.
-¿Ha ido él sólo? –preguntó horrorizado
-¡No te preocupes! ¡Hemos descubierto el modo de protegernos! Eso me recuerda... –dijo dándose la vuelta y cambiando de rumbo.
Bajaron por unas amplias escaleras de mármol hasta un pequeño recibidor que, si Henry estaba en lo cierto, debía hallarse en el extremo opuesto por el que habían entrado. Ensimismado en el juego de luces que proyectaba una impresionante cristalera ubicada en lo alto del muro, no se percató de Sergio, el cual se había encaminado a una armadura solitaria y luchaba por quitarle el yelmo.
-¡Dame eso, condenada! ¡Si tú no lo vas a necesitar! –protestaba mientras tiraba. Finalmente cedió y dio un traspié con el casco sujeto entre sus manos- ¡Por fin! –suspiró.
-¿Qué haces? –preguntó Henry. Por primera vez se fijó en que Sergio también llevaba puesto el yelmo de una armadura en la cabeza- ¿Y por qué llevas eso?
-Es la protección que te decía, póntelo. Te lo explico mientras vamos a buscar al profesor.
Obedeció y siguió a su guía por un amplio claustro semiderruido. Sergio le contó que él, y el profesor antes que ambos, también había dado con el salón de música, donde yacían sus compañeros. A ninguno de ellos se les pasó por alto que las víctimas habían perdido sus bocas. Así pues, concluyeron que la mejor opción para poder seguir adelante era proteger las suyas.
-Al principio me pareció ridículo –indicó Sergio a paso ligero- Pero después de toparme con los primeros vi que, efectivamente, se tiraban a morder ahí. Se vuelven bastante estúpidos cuando ven que no pueden alcanzarte. No sé qué afán tienen por comer bocas, pero es así. El peligro ahora reside en que se ponen muy violentos, así que aunque no puedan mordernos, no bajes la guardia. Intentarán quitarte ese casco a toda costa.
-Lo tendré en cuenta
-Ya hemos llegado –indicó entrando en un torreón ubicado en el patio mayor.
Ascendieron por una tortuosa escalera de caracol hasta el nivel más alto, donde el profesor les recibió con un giro brusco y encañonándoles con su revólver. Era una imagen ridícula la del profesor con su chaleco reflectante, la cuerda de seguridad en el cinturón y el yelmo con plumas encajado en la cabeza.
-¡Por Dios, no entréis así! –protestó bajando el arma- ¡Podría haberos matado!
Henry no dio opción a una réplica. Aquello que veía le había dejado sin palabras. Se encontraban en una estancia circular ocupada, en su mayor parte, por una lujosa cama con dosel. En un rincón, una vieja tejedora de madera carcomida por la humedad y los insectos, se mantenía en pie sujeta por sólidas telas de araña.
-¿Está… ahí? –susurró Henry
-Supongo –murmuró el profesor- No me he atrevido a descorrer el dosel… además, quiero que echeis un vistazo a esto –dijo señalando una gran losa de mármol que había en el suelo.
-Nunca se me dio muy bien la paleografía –replicó Sergio intentando leer los caracteres de la losa- Ni el latín tampoco fue mi punto fuerte –confirmó al examinar las primeras líneas- ¿qué pone?
-Yo tampoco he podido hacer una traducción literal –comentó Karaby- pero sí he podido entender el contexto. Viene a decir que aquel que quiera despertar a la princesa y, con ella, a toda la corte, ha de hacerlo con un beso, como todos sabemos por el cuento. Deduzco que está en latín porque esperaban que pudiese entenderlo cualquier príncipe o caballero que viniese en su búsqueda fuese cual fuese su procedencia. Lo que no entiendo es por qué la corte ha vuelto a la vida y tienen ese afán por comer bocas.
-¿Y si lo que buscan es despertar a la princesa y romper la maldición ellos mismos? –propuso Sergio- Pensadlo por un momento: Según el cuento, el bosque de espinos protegía a los miembros del castillo para que nadie pudiese sacarles de su letargo. Bueno, eso explicaría por qué han vuelto a la vida.
-Ya ¿Y la princesa? –intervino Henry
-Ella sigue ahí dormida –señaló la cama- porque es quien debe recibir el beso, pero aun no se lo ha dado nadie
-¿Y lo de comer bocas también es por las espinas, no?
-¡No, ahí es a donde voy! Tras permanecer siglos inertes, dormidos, sin comer ni nada, su cuerpo, como contenedor, se ha degradado, pero su alma sigue viva. Han perdido varios órganos, entre ellos los ojos, así que no ven quién es su princesa y ante cualquier sensación de vida que notan cerca de ellos, se lanzan a la desesperada a darles el besito.
-Una cosa es un besito y otra muy diferente es arrancar la boca a mordiscos…
-Sea como sea… -intervino el profesor que se había acercado a la cama y había retirado el dosel- la parte de que la princesa Aurora permanece aquí es correcta. Ahora; ¿Quién es el valiente que le da el beso y comprueba si funciona?
En la cama, cubierto por lo que debía ser un vestido de gala azul, reposaba un esqueleto grisáceo con varios mechones de pelo lacio sujetos por una fina corona de plata. Sus manos permanecían cruzadas sobre el pecho sujetando una rosa marchita y su mirada, desde las cuencas vacías, se perdía en el infinito mientras esbozaba una divertida y macabra sonrisa. |