|                                   VDoña Susana, la anciana amiga de la Princesa, no encontraba palabras con que consolar a la doncella en su amargura. En esto días, ésta, se dedicaba a tomar cortos viaje en el cercano bosque montando Céfiro,su pequeño y manso alazán, hasta llegar a un riachuelo donde descendía y sentada en un claro y resguardada de los elementos bajo un frondoso roble, pensaba y pensaba más, para luego llorar en silencio.
 Llegó por fin el día en que debería de contraer matrimonio. Por casi un mes se estuvieron haciendo los preparativos en el castillo y en toda Kimeria: trajes, festividades y demás detalles para la celebración de tan esperada unión. Doña Susana, en sus atenciones hacia la princesa,  empezó a notar una mirada en aquellos dulces ojos que nunca antes había observado.
 Llegó luego el esperado día de la boda. El Rey Sigfrido se dirigió vistiendo sus mejores galas a la cámara de la princesa para, en persona, escoltarla y acompañarla al coche nupcial. Fue recibido por doña Susana con una expresión de consternación en el rostro: la princesa no había dormido en su  lecho y no se le encontraba en todo el castillo como que si en la noche se hubiera evaporado. Hubo pánico general y no hubo otra alternativa que posponer la ceremonia.
 Al caer la noche en la víspera del gran día, Amada, vestida en un traje oscuro, sigilosamente había abandonado sus habitaciones llegándose hasta los establos donde presta había montado al fiel Céfiro después de haberle envuelto los cascos con pedazos de gruesa manta. Aprovechando de la oscuridad se había internado en Bucolia  llegándose hasta un pequeño convento conocido por Convento de Santa Marta de la Laguna. Al amanecer el caballito había regresado a los establos en busca de  heno, con su montura pero sin la jinete. El Rey y la corte estaban desesperados temiendo lo peor para la princesita.
 
 Por mucho tiempo la apesadumbrada princesita estuvo discretamente indagando el paradero de su amado, nadie pudo darle cuenta de él a pesar de ser tan conocido en la comarca, como que si la tierra se lo hubiera tragado.
 Un día escuchó a un caminante mientras éste comentaba de la rara coincidencia de que, al parecer, más menos en los días en que el joven se había esfumado, los aldeanos habían  empezado y a comentar de lo que era ya conocida como La Roca del Pensativo. A Amanda le interesó aquello y con el permiso de la Madre Superiora, quien les proveyó transportación, Amanda y su nueva amiga y confidente, la hermanita María José,  vistiendo hábitos de novicias, ambas muchachas se dirigieron al punto indicado montadas en sendos borricos, hasta llegar a la ya famosa roca.
 Grande fue la sorpresa de Amanda por la rara apariencia de aquella piedra, la similaridad  con un hombre con la piernas recogidas y la cabeza doblada sobre las rodillas le pareció, tan, pero tan extrañamente familiar que se disiparon todas sus dudas. Acercándosele  toco tímidamente la fría roca, un cierto calor le invadió el cuerpo, se hacía tarde y tuvieron que regresar al convento mas la impresión perduró en su memoria.
 Llegando el invierno y sin informarle a persona alguna, después de los rezos vespertinos, la muchacha se dirigió antes de que anocheciera hasta la roca, se sentó junto a ella y sintió  cierto consuelo, un…algo difícil de describir, un calma, una paz interior y luego una alegría que bordaba en la euforia. Se acomodó recostada  contra el lado de la roca, asumiendo similar posición, la princesa sonreía y comenzó a susurrar:
 -Decid Raymundo, sois vos?
 ¡Si, si, yo sé, sin dudarlo!
 Felicidad es de dos
 que han sufrido tanto amargo
 unidos hoy para siempre.
 A vuestra vera juré
 llegarme, desde Diciembre
 me ha llevado casi un año
 y aquí  me tenéis, adorado
 sentados mano con mano.
 No es necesario que habléis…
 ¡¿Qué esto que me sucede?!
 Siento mi talle apretado
 ¿La vida habéis recobrado?
 
 Y la nieve ya caía, siguió nevando y nevando mas ella ni la sentía. Luego vinieron los vientos apareciendo los hielos, y al llegar la primavera, todo se fue derritiendo. A todos los caminantes del área les sorprendió ver el cambio en la roca pues parecía, si, parecía, que ahora ‘el pensativo’ tenía muy apretada a su cuerpo, femenina compañía. Desde entonces y hasta estos días la roca se ha venido llamando:
 
 La Roca de los Amantes.
 
 Epílogo
 
 Y en esta forma, amigos
 se concluye este cuento.
 Varias versiones existen,
 por muchos de esta piedra,
 mas mi fuente es fidedigna:
 Cuando Sor María José
 ya de edad muy avanzada
 se despidió de esta vida,
 se encontró, con su misal
 un diario muy detallado
 donde escribió la historia
 de Raymundo y su Amanda.
 Tal tomo se puede encontrar
 en bendita biblioteca
 cuidada como ninguna
 por monjitas vigilada
 en el pequeño convento
 Santa Marta de la Laguna.
 Mil gracias por vuestro apoyo,
 Pero más…por  la paciencia.
 
 
 
 
 
 
 
 
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