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Había pasado bastante tiempo desde que Vanessa casi sin palabras, pero con dolor profundo en su alma había dejado de asistir a su iglesia. Cuarenta y ocho años tiene, una edad que por momentos la hace sentir plena y en otras ocasiones, cuando vuelve la vista atrás… quisiera retroceder el tiempo, comenzar de nuevo, especialmente en aquel año en donde sin remedio ni retroceso, debió dejar todo el maravilloso trabajo que, junto a otros realizaba en la parroquia.
Mira su reloj y éste marca veinte minutos para el medio día, y ella de pie, en el pasillo del hospital espera poder entrar y ver a Marta, una mujer de 85 años que se encuentra grave después de un tiempo en donde de manera sigilosa pero a paso fuerte el Alzheimer la ha abrazado casi sin ella darse cuenta…
Y ahora, Vanessa espera poder entrar y hablar con ella, mientras recuerda…
Desde pequeña había participado en esa iglesia, días felices se compartían congregacionalmente; Ubicada en pleno centro de la ciudad, justo frente a la plaza principal. Días de devoción, testimonio y arduo trabajo con niños, jóvenes y adultos que, de una u otra manera se reunían en armonía y adoración especialmente los días domingos.
Una de las labores que con alegría Vanessa realizaba junto a su hermana y un grupo de jóvenes mujeres de su edad, era entregar desayuno los días sábados a niños de bajos recursos, los que llegaban hambrientos y sedientos no sólo del alimento físico que degustaban con rapidez, sino anciosos de recibir el cariño y palabras bíblicas que las “tías” les entregaban. Seguidamente, por la tarde ella y otro grupo de amigas compartían actividades de recreación, palabras bíblicas y refrigerios con niños de edad más avanzada. Finalizaba su día sábado, reuniéndose con las mismas amigas de la mañana y la tarde, evaluando ambas actividades y realizando reuniones de esparcimiento para ellas, siempre basándose en la fe que profesaban, fe que en ella sigue latente.
La iglesia era luz y sal en medio de la ciudad, y Vanessa hermana y amigas, lograban organizar y realizar alegres y fraternos festivales cristianos interdenominacionales compartiendo en armonía con personas de todo lugar cercano. Sentían de alguna manera que cumplían con lo que ellas desde pequeñas habían aprendido de sus padres y de la Biblia, libro que les servía de guía en su vida … ” ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es, habitar los hermanos juntos en armonía! , porque allí envía Dios bendición y vida eterna” (Salmos 133: 1) ; Ellas, en su corazón sentían que esto era primordial en la vida de todos… vivir en armonía, eso significaba que aunque hubieran controversias entre los asistentes, las pudieran limar y superar continuando así el camino de su fe.
Llevar una vida de iglesia y atesorar lo aprendido, le ayudaba a diario para sobrellevar cualquier acontecimiento que trajera dolor, preocupación o decepción…
Pero su vida iba a cambiar rotundamente…
Año 1995, después de un verano ajetreado, con actividades recreativas a full time y aceptando el cambio de pastor en la congregación, cambio que era normal después de 5 años del anterior en el cargo, Vanessa y su hermana fueron citadas a reunión extraordinaria por la directiva de la iglesia. Una vez reunidos les informaron que debían dejar toda labor en el lugar. Una de las asistentes, había levantado la voz para decir que no tenían preparación…¿preparación?
Ellas no entendían nada y pidieron explicación, pero esta les fue negada y sólo debieron aceptar que otros y otras tomaran su lugar. Sin pronunciar palabra, Vanessa y su hermana se retiraron, antes solicitando no despreocuparan a cada uno de los asistentes a las diversas actividades del sábado.
A los dos meses, no asistía ningún niño al lugar.
Lo único que la tranquilizaba era recordar que en cada uno de esos corazoncitos, la semilla Divina ya estaba sembrada, ahora sólo restaba esperar y ver los frutos que la siembra daría con el tiempo.
Una voz pausada la hizo volver a la realidad. Jeanette, hija de Marta, le decía que el médico no tenía esperanza en la recuperación de su madre, que debía ser fuerte y que había que esperar, sólo esperar… Y abrazando a Vanessa le dijo al oído que ya podía entrar a ver a Marta.
Ahora, de pie junto a esa cama de hospital, podía ver a una mujer anciana, delgada casi al extremo, temblorosa y con una mirada quieta. Vanessa la saludó con ternura tomándole la mano, hablándole pausadamente y sonriendo…
Marta sonrió también y su mirada parecía la de una niña totalmente indefensa.
Vanessa recordó cuando en la reunión de esa tarde en la iglesia, aquél día en que al retirarse del lugar junto a su hermana, sin saber realmente el porqué (nunca lo dijeron) que les “quitaron” el trabajo que con tanto amor realizaban, Marta de manera irónica , hiriente y altiva, les había dicho que ellas no estaban pedagógicamente preparadas para el trabajo. Había sido una de las personas responsables de tanto dolor en su alma y de la pérdida de muchos niños de continuar asistiendo a la “casa de Dios”.
Y ahora, estaba allí, en esa cama de hospital, casi con su mente ida; Aún así Marta había
reconocido a Vanessa y sonreía. Vanessa habló dulcemente con ella, ya no había rencor, ni dolor en su corazón…
Entonces, sin soltar su mano, le habló como a una niña, como aquellas niñas y niños de aquel tiempo, recordándole que no estaba sola e instándola a sentirse segura en el camino, que no olvidara que tenía a Alguien más Grande que con amor la lleva y que nunca la dejará. Marta dijo que estaba cansada, que sentía que caminar no podría. Vanessa acarició el rostro de Marta, la sintió temblar…
Y repitió muy dulcemente… Dios dice : “Jehová es mi pastor; Nada me faltará… Aunque ande en valle de sombras de muerte, no temeré mal alguno porque tu estarás conmigo.”(Salmos 23:1 y 4).
Marta sonrió y cerró sus ojos…
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