Arrepentimiento
Mi perro siempre que ve la puerta abierta se escapa a la calle. Él tiene nuestro patio trasero para correr y retozar todo lo que quiera, un espacio grande, con césped bien cortado y demás, pero la calle es la calle. Ahí todo cambia permanentemente y esto debe ser lo que más disfruta seguro. Ahora está viejo, pero recuerdo que una vez no volvió por dos días. Estaba en su plenitud y volvió cansado pero satisfecho, y sin ningún cargo de conciencia por lo que yo me había preocupado por él. Dije que está viejo pero se me ha escapado igual, y ahora hace seis días que no regresa. Ya estoy como resignándome. Los años no vienen solo tampoco para los animales, falla el olfato, pierden la vista, se desorientan y por ahí se extravían definitivamente en una gran ciudad. He salido a rastrearlo por todos lados, avisos por acá y por allá, pero nada hasta al día de hoy. Sólo me queda esperar un milagro de la naturaleza… Me lo digo todavía sentado en el jardín, con la mirada fija hacia donde siempre sabía volver. Donde el pavimento se ve tan largo como la esperanza misma…¡Y ya creo que lo veo por allá chiquito! ¡Puede ser! Me sujeto y espero. ¡Sí, es él! Y lo dejo llegar… Aproximarse cansinamente, cabeza gacha, casi tambaleante. A media cuadra recién me reconoce, levanta las orejas de atención y baja la cola entre las patas de arrepentimiento. Lo dejo que llegue por sus propios medios hasta mi silla…no me ha quitado los ojos de encima desde que me apuntó. Ahora lo tengo sentadito a mi lado y me los clava piadosos. Igual aprovecho y le hago un rápido chequeo visual; pelo sucio y enmarañado, flaco, y las patas sangrando de tanto asfalto recorrido. Es una lástima verlo así, y el debe saber cuanto lo quiero. Porque con gran esfuerzo estira el cogote como invitándome a que yo acerque mi cara a la suya, y por primera vez se me queja al oído: “ Está dura la calle, ché”
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