Capítulo 31: “Prepárate Para la Batalla de tu Vida”.
Nota de Autora: El presente capítulo va dedicado, por loco que sea, a la Capitana Esperanza Rodríguez. Sé que ella es sólo un personaje, un producto de mi imaginación, pero es un ser muy leal y a veces me sirve para saber lo que realmente quiero y lo que no. Ha sido muy importante para mí en este tiempo.
Por eso que la canción que sugiero para escuchar mientras lean el capítulo, es “Juana de Arco”, de Tierra Santa. Ella, por muy atea que sea, tiene un gran parecido a ésta santa francesa: la valentía, luchar en pos de una fe, de un credo.
Eso es todo… ¡Disfruten!
Las velas del Rosa Oscura estaban hinchadas. Debían huir a toda prisa de suelo francés y lo habían conseguido, pero tampoco estaban libres en tierras belgas.
Poco a poco comenzó a caer la noche y en el horizonte se vio una multitud de veleros con las velas arriadas, muy similares al Rosa. La única diferencia que les separaba de la igualdad era el hecho de que la mayoría de los cascos eran metálicos y de color blanco o simplemente plateado.
Esa era una señal indiscutible de que estaban en el puerto alemán de Bremerhaven, donde cada cinco años se llevaba a cabo una regata famosísima.
Otra señal de que por fin estaban dejando las temidas costas de Holanda, la cuna de la Zeven Provinciën, era que estaban viendo al fin un gran traqueteo de botes pesqueros y buques factoría.
A pesar de que todas esas naves estuviesen fondeadas, esperando a la puesta de sol que no iba a tardar en llegar, estaban listas y dispuestas para que la madrugada del día siguiente pudiese hacerse a la mar, a la caza de miles de inocentes peses que tendrían que pasar a sus bodegas y redes.
Entre todos aquellos navíos no fue gran problema camuflarse para echar el ancla. Para evitar que fuese muy fácil verles, capturarles y cruzar la frontera con ellos sólo para que cayesen en las garras de Holanda, arriaron las velas y se escondieron entre unos navíos de tamaño ligeramente más pequeño que el Rosa, con velas y con el casco plateado.
Bajaron a tierra.
Una fría brisa les pasó bailando por la cara, no en vano ya estaba comenzando la segunda semana de noviembre y, en consecuencia, el invierno.
Poco a poco se fueron alejando de las vacías playas para tomar rumbo a la costanera de la ciudad, dejando ahí, muy quietecitos en sus lugares a los veleros, los acorazados, los blindados y los navíos en construcción en los enormes astilleros que daban hacia el mar.
Tras pasar de largo los verdes antejardines con vista al mar del norte de las gigantes factorías que se ubicaban en el borde mar, se fueron adentrando poco a poco en la ciudad portuaria. Por mientras, las gaviotas dejaron gradualmente de graznar sobre sus cabezas.
La traqueteada calle se detuvo ante el paso de tamaña procesión, a pesar de que Esperanza los había dividido en varios grupos para no levantar sospechas.
Una vez que estuvieron en el verde bandejón central de la avenida se decidieron a andar más despacio.
Los árboles ya no tenían ninguna hoja en sus ramas. El pasto se mecía al son del viento, brillando con los postreros rayos del sol. Uno que otro escaño había.
La avenida otra vez se quedó quieta, con sus maldicientes conductores en su interior, ante el paso de semejante avalancha de gente.
Sólo entonces nuestros protagonistas pudieron internarse en la ciudad de verdad.
No hubo despedidas, a pesar de que habían viajado juntos desde hacía tanto, tanto tiempo. Los pequeños grupos de a lo más seis integrantes se comenzaron a dispersar por la ciudad, haciendo de cuenta como si jamás hubiesen estado juntos durante meses, como si no se conociesen, como si un supiesen quienes eran aquellas otras personas que quebraban en la otra esquina, en la anterior, los que seguían de largo. Tortuga no existía en sus memorias, era una mala alucinación del pasado.
Esperanza y Arturo volvieron a quedar solos una vez más, pero el destino es tan cruel y a la vez tan agradable que siempre te presenta una aventura que merece ser vivida.
Comenzaron a caminar inercialmente por las veredas pavimentadas y con hermosos mosaicos multicolores, rodeados de tiendas y de gente que trataba de volver a sus casas, de tomar un rumbo con sus vidas, más allá de aquella tarde que principiaba a ser noche.
Los letreros de neón se presentaban esparcidos, brillantes, a todos los costados, como si hubiesen sido semillas que de un momento a otro habían germinado y cambiado, a su vez, la apariencia de la ciudad.
Oscureció definitivamente.
El alumbrado público se encendió, tomando colores blancos, amarillos, anaranjados, violetas e incluso azules.
Las lámparas de los locales comerciales se tiñeron del azul que tenían en su interior, dejándole aflorar como todas las noches.
Llegaron a un puente en la mitad de la ciudad, en cuyo cemento formado con definidas figuras arquitectónicas de gran belleza y simetría, en aquellos enormes arcos que soportaban el peso del traqueteo y la vida en el puerto, se incrustaban las luces fluorescentes que le alumbraban.
Esos diferentes colores giraban de forma psicodélica en la piel de cemento de aquel enorme cuerpo, siendo como un grafiti luminoso o un fuego artificial que pretendía ver el mundo antes que llegase el anhelado Año Nuevo.
A veces, algunos haces de luz azul se disparaban hacia el cielo y giraban sobre sí mismos como si aquella ciudad fuese sede de una gran premiación de cine.
Los muchachos lo cruzaron acercándose a la vereda, desde la cual pudieron ver dentro de la oscuridad el caudal del río que trataba de huir hacia el mar, como si aquella fuese la única salida.
Una vez que estuvieron definitivamente en el otro lado siguieron caminando por la zona céntrica de la ciudad.
No tuvieron que andar mucho hasta que llegaron hasta la Plaza Principal, la cual como todas las que habían visitado en ese extraño viaje en que estaban inmersos, tenía muchos árboles, escaños y bullía de vida, la cual se quedaba medianamente quieta en los múltiples escaños que había en el lugar.
De pronto, al atravesarla a lo derecho, se toparon se toparon con una explanada de pavimento, cercada con pequeños toperoles de color negro.
Al fondo de dicha explanada había un hermoso edificio de aproximadamente dos o tres pisos de altura, construido al estilo grecorromano: con muchísimos pilares y arcos. Aún así, había una gran influencia del barroco en aquella edificación, pues el movimiento tenía una gran presencia en esa imponente construcción, con múltiples ondulaciones adornándole, dándole un aspecto magnífico.
Algunas esculturas se veían en la parte más alta de los pilares de las cuatro esquinas principales, los cuales se encargaban de cercar la cúspide blanca del igualmente blanco edificio.
Luces azules disparadas desde unas lámparas ubicadas en el interior de la explanada iluminaban el frontis de lo que parecía ser el municipio de Bremerhaven.
Pero esa no era la única edificación interesante del lugar.
De hecho la mayoría de las construcciones céntricas de la ciudad tenían una intervención arquitectónica alucinante. Los techos con ondulaciones, el equilibrio donde parecía no haberlo, la sorprendente iluminación y las ondas en los frontis eran tan sólo algunas de las características que hacían única a la arquitectura de esa ciudad portuaria.
Aún así, las casa-habitacións no se quedaban atrás. La mayoría tenía el frontis rosa y estaba construida al estilo Berdermaier, una corriente arquitectónica de cuna alemana surgida en pleno siglo XIX, caracterizada por la elegancia, la sofisticación y la sobriedad, por la altura considerable y los frontis angostos, por los marcos de metal repujado, entre muchas otras cosas.
Estaban absortos en su observación cuando se acercaron tres integrantes de la guardia nacional hacia ellos.
Sujetando a Esperanza del brazo y haciendo que ambos jóvenes se girasen en redondo, uno de ellos les soltó en una lengua que sólo la chica consiguió entender, es decir, alemán, lo siguiente:
-Quedan arrestados por el Gobierno de Alemania por el cargo de Piratería-.
Trató de colocarle las esposas a Esperanza, mientras que uno de los dos restantes se acercaba a Arturo con el mismo propósito, quien se puso a gritar completamente aterrado igual que un becerro.
La gente comenzó a acercarse y lo que vio les llenó de furia. Allí estaban tres efectivos de la Guardia Nacional arrestando a dos pobres muchachos, los cuales iban vestidos con un par de andrajos, por un delito que probablemente ni siquiera existía.
Comenzaron a acercarse formando un pequeño tumulto, observando cómo Espe y Arturo se debatían de las ansiosas manos de sus captores que sólo les conducirían a la cárcel y quizá a la muerte.
Cuando la muchacha consideró que aquel clero de curiosos estaba lo suficientemente cerca, casi estrangulando a los policías, pensó “Hora de la Función”.
Entonces, con una media sonrisa en los labios, dio un puñetazo en la muñeca del policía que la sujetaba y trataba de arrestar, al mismo tiempo que daba millones de explicaciones a la furiosa multitud.
Arturo hizo exactamente lo mismo. La gente les imitó y se puso presta a golpear del modo que fuese a los efectivos de la fuerza pública.
Los muchachos tuvieron que repartir un par de sablazos para librarse de sus captores y de los intrusos que no les permitían salir para quedar en plena libertad. Pero, afortunadamente no tuvieron que lanzar ni siquiera un disparo.
Cuando consiguieron salir del tumulto, Esperanza miró con una sonrisita afectada cómo policías y curiosos seguían discutiendo entre ellos sin siquiera percatarse que el objeto de discordia, es decir, ellos, no estaba presente ya.
No alcanzaron a estar libres ni siquiera dos segundos cuando un hombre de aproximadamente cuarenta años, alto y delgado, se acercó a ambos y, asiéndolos de los hombros, los llevó a un rincón no muy lejano.
-Deben venir conmigo. Yo les ocultaré-indicó.
Esperanza le miró a los ojos y, acto seguido, disimuladamente observó su pulsera, la cual estaba de un color blanco resplandeciente.
Si aquel mágico artefacto no le fallaba, no había riesgo que correr estando cerca de ese tipo.
-Claro, gracias-dijo Esperanza.
Al ver las acciones que siguieron, Arturo no cupo en su estupor. Era inaudito ver a Esperanza Rodríguez confiando en alguien que no fuese ella misma o de vez en cuando él, pero no era algo imposible.
Se subieron en los asientos posteriores de una antigua camioneta de color rojo, la cual arrancó de inmediato con el hombre, su mujer (quien también era de confiar, según lo indicó el brazalete mágico que Esperanza portaba), Esperanza y Arturo en su interior.
Lo más gracioso de ver a través de las ventanillas sucias con barro fue cómo policías y civiles seguían enfrascados en su discusión, completamente absortos en su discordia, cuando ellos se estaban yendo, cuando ellos se estaban alejando de sus manos peleadoras.
Pero, así es la vida.
Pronto se alejaron de aquel tumulto con la fe de nunca más volver.
Media hora después…
Sólo la brillante luz de la luna fue testigo de aquel clandestino arribo. Sólo se podía ver la clara y destellante luz de las estrellas. Sólo se podía oír el tranquilizador sonido del mar desde ahí.
Tras haber pasado por incontables caminos locales y senderos, la camioneta dejó su surco en el lodo y se detuvo de una buena vez.
El conductor del vehículo les indicó que bajasen y así lo hicieron los cuatro ocupantes.
Era un sector de campo muy apartado de la industrializada ciudad de Bremerhaven. Sólo se podía acceder a él por una extraña y enmarañada ruta, similar a un hormiguero, con un tupido bosque a ambos costados.
Las casas y sus respectivas granjas eran cercadas con vallas de madera y, a pesar de no estar construidas a lo Berdermaier, no eran ni rústicas ni pobres, sino que eran bastante cómodas.
Arturo, Esperanza y sus rescatadores ingresaron en una de ellas, en la que era de propiedad de éstos últimos.
En su interior, tras que la dueña de casa hubiese encendido la luz en el living, los cuatro se sentaron, todos frente a todos.
-Hace mucho tiempo que quería conocerles a ambos-anunció él, quebrando el embarazoso silencio que se había formado entre los cuatro.
-¿Por qué?-preguntó Esperanza con curiosidad.
-Kristel, querida-dijo dirigiéndose a su mujer-. Por favor, trae lo que ellos dos necesitan ver-pidió.
La mujer, sin decir palabra, se puso de pié y subió las escaleras hasta el segundo piso. Una vez arriba, se sintió revolver multitud de trastos viejos hasta que aparentemente dio con lo que ella buscaba.
Cuando bajó, apareció en el umbral de la sala con dos telas viejas, probablemente de la época medieval, amarillentas ambas, cerradas con cintas rojas y verdes, formando dos paquetes aparte dentro de los cuales había dos objetos de dimensiones grandes.
Se sentó en el sofá junto a Hans, su marido, con ambos paquetes en el regazo.
Ahora fue él quien se puso de pié con el propósito de repartir entre los dos jóvenes los objetos, tras lo cual se sentó de nueva cuenta.
-Ábranlos-les animó.
Ambos muchachos abrieron temerosos sus paquetes. La una porque no sabía qué se iba a encontrar y el otro porque estaba consciente de que aquello no estaba bien… algo le decía que todo iba a empeorar muy pronto.
Esperanza abrió los ojos como charolas al ver el “regalo” que le había correspondido. Dentro de la desvencijada tela había dos guantes de acerco y un martillo.
-Mjolnir-murmuró con un hilo de voz.
Miró el paquete de Arturo de reojo y lo que vio la sorprendió más.
-La Capa de Freya…-murmuró.
-¿Qué es esto?-preguntó Arturo a quien quisiera contestar su interrogante.
-¿Cómo consiguieron esto?-preguntó Esperanza directamente a los dueños de casa, ignorando por completo la pregunta de Arturo.
-Eso es una leyenda que merece ser contada a quien merezca oírla, ¿creen ser merecedores de escuchar esta historia?-preguntó Hans con un aire mítico.
-Pues claro que merecemos oírla, somos los destinatarios-replicó Esperanza con una completa firmeza.
-En el inicio de la Época Medieval, ya corrían rumores de que el Ragnarök estaba pronto a venir. Las heladas eran testigos de ello y la gente estaba muy asustada. Entonces Thor, el eterno protector del Midgard, decidió venir con su gente y trajo en persona la Capa de Freya y su martillo: el Mjolnir-inició a narrar Hans.
-¿Con qué propósito? La gente no podría defenderse con ellos-replicó Esperanza.
-Ya corría la leyenda por aquellas épocas de que una joven de trece años, la descendiente directa de Freya que tuviese esa edad en el momento del Ragnarök, y un muchacho de su misma edad evitarían la desigual batalla, reduciendo a los Jothuns y recuperando el Brisingamen, el cual había sido robado a Freya para derribar el Árbol de la Vida-prosiguió Kristel.
-Eso ya lo sé-dijo Esperanza, con una actitud un tanto arrogante.
-Entonces, Freya decidió entregar a modo de agradecimiento su Capa al valiente muchacho que acompañase a su descendiente y Thor quiso, como dios de la guerra, ayudar a fortalecer a la chica, otorgándole su martillo y volviéndola una verdadera guerrera. Por ese motivo, vino en aquella época al Midgard y dejó aquí ambos presentes en el inicio de la Tierra Nórdica para los jóvenes cuando les necesitasen-continuó Hans.
-Pero la Edad Media fue oscura y ustedes lo saben. No tardaron en llegar los cristianos con el fin de evangelizar Alemania, Inglaterra, Holanda, Dinamarca y Noruega, entre muchas otras naciones que creían en el Asgard y sus dioses. En aquella dura época, una antepasada mía consiguió recuperar estos dos tesoros, los cuales pasaron de modo clandestino de generación en generación hasta tocar mis manos, siempre a la espera de ustedes. Nosotros teníamos claro que dentro de nuestro clan no estaba la Hija de Freya, de hecho en el siglo XIII le perdimos el rastro a su familia, pero sabíamos que en el momento preciso iba a venir en su carrera contra reloj, hasta que…-prosiguió Kristel, pero las palabras de inmediato murieron en su boca.
Una balacera se sintió desde las afueras de la vivienda, seguida de gritos, muchos gritos. Un proyectil incendiado impactó contra uno de los vidrios del living. Fue cosa de segundos para que las llamas corroyesen toda la habitación.
-Hay que huir de aquí-dijo Esperanza, asegurándose de que el fuego no la tocase, pues sino volaría en llamas gracias a la pólvora que portaba.
Viendo que portaban sus pistolas, espadas y presentes los jóvenes desalojaron la casa, junto a la pareja de adultos que veía cómo su esfuerzo de tantos años estaba quemándose.
Al lado fuera de la cerca que delimitaba el ingreso a la casa de aquellos dos campesinos todo era un caos, un completo caos.
Los vecinos de éstos corrían desesperados de un lado a otro en ropas de dormir, pues no hay que olvidar que era medianoche.
Varios vecinos y los dueños de casa se subieron en la camioneta roja, dejando allí, solos, a Esperanza y Arturo para contemplar aquel tremendo desastre.
Los efectivos de la Policía Alemana se batían contra los lugareños que habían tenido más agallas para poder defenderse de aquel ataque.
De pronto Esperanza divisó al señor Wells y su nieta Antonelle peleando juntos como sólo ellos sabían hacerlo.
¿Qué demonios hacían dos de sus mejores tripulantes peleando en aquel pequeño caserío? La respuesta saltaba a la vista: habían venido por Arturo y por ella. Pero, de todas formas, ¿cómo se había enterado ese par de que ellos dos estaban en peligro? Pues no tenía ni la más mínima ni remota idea. Tampoco sabía cómo más de la mitad de la tripulación se las había arreglado para ir a pelear por ellos.
No alcanzó a seguir pensando mucho. Uno de los oficiales alemanes se percató de la presencia de ambos en el lugar y se atrevió a acercarse más de la cuenta.
Desde ese momento, el osado no supo más de la existencia del mundo, pues Esperanza le disparó a quemarropa.
Varios, al notar que su compañero había caído, se acercaron a nuestros protagonistas, quienes no tuvieron más remedio que defenderse a sablazo limpio.
A decir verdad, su técnica no estuvo mal, pues los efectivos de la Policía de Alemania no estaban nada acostumbrados a pelear con arma blanca. De hecho se cobraron varias vidas entre sus captores.
De pronto, en medio de la pelea, Esperanza vio a un hombre joven, de aproximadamente veinticinco años.
Aquel joven era muy especial. Era alto, fornido, rubio, llevaba vestiduras medievales y, lo más importante, una curiosa aura luminosa le rodeaba, pero al parecer nadie recalaba en aquel dato sobrenatural que se cernía sobre él, sólo lo veían como un campesino extravagante que debían eliminar de su paso. Otros le veían como un aliado, pero en todos los casos era sólo un guerrero más.
En medio de la pelea que él y uno de los efectivos libraban, Espe se puso los guantes de fierro y lanzó el Mjolnir con todas sus fuerzas, clavándolo en el pecho del policía, a pesar de que éste se corrió para no recibir el impacto.
El joven germano se giró sorprendido, siguiendo la trayectoria de aquel martillo arrojadizo que jamás erraba el blanco, por mucho que éste se moviese del alcance.
Esperanza, al detectar la mirada que caía sobre ella, se quitó los guantes y se los lanzó con toda su fuerza. El joven los recibió y, tras colocárselos, siguió peleando con redobladas fuerzas.
Cuando consiguió librarse de sus enemigos, lanzó el Mjolnir con dirección a Esperanza para que ella lo ocupase.
-¡Huye, capitana, huye!-le gritó desesperada Antonelle.
Pero Esperanza no supo más de nada. Un golpe lacerante le resonó en la cabeza y todo se volvió obscuridad a su alrededor.
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