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Los perseguidores del jazz
Me invitó a subir a su piso y allí nos acomodamos los dos, ella y yo, solos, con la calefacción encendida, fingiendo que hablábamos animadamente y escuchando de fondo algo que se parecía a Charlie Parker. Sonó el timbre de la puerta. Me levanté y abrí. Entró, sin saludar, como una exhalación, un hombre envuelto en una frazada que le tapaba hasta las cejas y que decía buscar un saxo que había perdido por enésima vez. Eso lo he leído yo, pensé. No puede ser verdad. Pero sí era verdad: ¡El mismísimo Charlie Parker en persona! Dije. ¡No me lo puedo creer! Se sentó en medio de los dos, con muy malos modos, es verdad, y ella ya no me volvió a dirigir la mirada. Cuando sonó el timbre por segunda vez, me levanté, cogí mi abrigo, la bufanda y me largué. Estaba seguro de que cuando abriera la puerta me encontraría allí plantado a Julio Cortázar para arruinarme, definitivamente, el resto de la velada.
Juan Yanes |
Texto agregado el 26-01-2013, y leído por 100
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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26-01-2013 |
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Me gusta este relato, aunque no hubiera estado mal charlar un rato con Cortázar, ja, ja... walker |
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