|               Reflexiones sobre un umbral sombrío.
 El  piso de baldosas rojas del interior de  mi casa, se prolonga hacia atrás un poquito más allá de la puerta trasera, justo para conformarle por debajo  un  estrecho umbral. Desde allí le sigue  un  espacio de ladrillos que cubre lo que sería todo el patio trasero. Y éste es territorio reservado para mi perro...                                 .                    .     Por voluntad propia, ya  que  nunca nadie  le prohibió  que entrara a nuestro ámbito familiar, fue su decisión desde cachorro. Por eso  cuando el sol del verano castiga muy fuerte por ahí detrás, en esa  sombra que cubre a medida este exclusivo estar, él se recuesta como cabe a la hora de la siesta.                                                 .    Muchas veces me he preguntado  por qué  no debajo del quincho, del paraíso, o de ese arbusto que crece frondozo  bien pegado al tapial.  Porqué, en este lugar tan  incómodo contra la puerta. Si  cada vez que tengo que  pasar me veo obligado a molestarlo sin previo aviso, a que se levante de inmediato apenas adivina  a través del vidrio mi próxima intención. Me cuesta creer que  esto  no lo perturbe para nada. Que después de levantarse y de sacudir de su cabeza la pesada modorra, de seguir mis movimientos con esa vista todavía pegajosa,se quede esperando mi regreso con las mismas  ganas de volver a ese lugar tan de prestado por un rato. No me queda otra cosa que admirar la constancia de este animal. Que será como muchos,  desprovistos de ese fastidio humano que nos torna antipáticos e irascibles. De nuestra maldita impaciencia que supera toda cordura por resguardar. Simplemente son desprendidos de toda ambición y pretensiones desmedidas. Éste, sin otro deseo que el  de seguir siendo mi  perro por nada a favor y todo en contra, apenas por gozar de vez en cuando alguna pequeña concesión como ésta  de mi parte cuando estoy de buén ánimo.
 Ya debo confesar que en un momento creí descubrir porqué ese trocito de piso era tan importante para él; sería como  una extensión de mi morada  con la suya en el patio. Y compartiendo el mismo  frescor que yo bajo mis  pies, con su cuerpo estirado a más no poder ahí, sería como una parte de mí. Esa sensación de alivio en común  lo acercaría  más a mi condición de ser sufriente, diciéndolo más claro; para  sentirse como una persona más en esta casa, pero afuera.                                                           No obstante, en otro momento cambié este punto de vista ciento ochenta grados, esta reflexión no hizo otra cosa que replantearme mi propia existencia. Si  no debería yo  volverme un poco animal para comprender mejor desde ese lugar las cosas que pasan en este  mundo hecho para todos. Porque en verdad, la naturaleza nos crea separados, pero la vida nos reune en un lugar por algún motivo. Se supone que para  compartirla en completa armonía juntos¿ Pero cuántas cosas nos unen y cuántas nos separan?. Cuál es el verdadero límite que separa al  hombre del animal? O mejor dicho En qué punto se asimila un ser  humano con la bestia?... Quizá ellos no piensen, pero ¿tampoco comprenden,no saben dicernir,  no sienten emociones? Esta cuestión la tengo muy en dudas...  Porque si bién dicen que la principal  diferencia con nosotros es que no cuentan con el poder del raciocinio, yo creo que mi perro sabe más de lo que se supone  sobre esta diferencia., que conoce  dónde está esa demarcación. Que ha aprendido de las miserias humanas más que nosotros mismos. Y que por esto mismo, desde un principio, ha elegido y seguirá eligiendo  ese umbral sombrío para él…
 
 
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