Yo lo que quería que se entendiera es que yo tengo miedo. Miedo, así de simple. No del sedimento de ajo dentro de tus dientes, no del despeinado matutino, no del calor excesivo que un cuerpo prolonga sobre otro en una noche estival. No de la rutina. No, el miedo más miedo, digo. Con un freno de mano doy inicio al retroceso brusco, mucho más brusco cuanto más te precipites. Y no es el miedo de tu sudor o tus canas, o tus ronquidos o alergias. No es problemas con tus oidos atentos, o con tu voz suavecita en la madrugada, o con la actitud en el sexo, no tengo conflictos tampoco con tu pierna que se pasa por encima de la mía al dormir. No.
Es miedo a esa otra cosa. Esa cosa que decís. Soy reincidente y esa cosa me da miedo. Yo lo que quiero decir es que tengo miedo. Y no es que no quiera que me busques, o que me escape, o que la distancia sea desapego. No. Yo tengo miedo a esa cosa. Esa cosa... esa cosa que decís, precedida de te